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Reportaje:

El fuego eterno del sureño Otis Redding

Hace 40 años moría en accidente el gran cantante de 'soul'

Diego A. Manrique

El de 1967 fue el año de los prodigios para Otis Redding. Recorrió Europa al frente de la gira del sello Stax. Arrasó en Monterrey, en lo que serviría como prototipo de los festivales hippies. Se había comprado una avioneta, un rancho en su Georgia natal.

Y se preparaba para emanciparse: quería producir a otros artistas, soñaba con un gran lanzamiento.

Ahora, reconocido como uno de los máximos frutos de los años sesenta, conviene recordar que, en 1967, el soul profundo era, en términos industriales, una música regional. Otis grababa para una compañía de Memphis, Stax Records. Una discográfica tan ingenua que había sido desplumada por la poderosa Atlantic mediante un truco legal: una cláusula del contrato de distribución convertía a los neoyorquinos en propietarios de los masters salidos de Tennessee que colocaban en las tiendas.

Encerrados en su mundo de sesiones a destajo, los artesanos blancos y negros de Stax ignoraban que su música estaba invadiendo el planeta. Comenzaron a entenderlo cuando viajaron a Europa en marzo, con Otis como capitán de la expedición. En Londres, los Beatles enviaron sus limusinas para recogerlos. Recibidos como realeza, algunos eran sureños tan cerrados que no pudieron disfrutar del viaje: despreciaban la comida local y añoraban los McDonald's.

A Otis todavía le faltaba otro choque cultural. En junio, se le ofreció cerrar una de las noches del Monterrey International Pop Festival. Lo hizo a regañadientes: imbuido del espíritu del movimiento hippy, el festival se pretendía un evento benéfico, donde todos actuaban gratis. Otis llegó a California y descubrió a los niños de las flores. Janis Joplin seguía boquiabierta a aquel gigantón, recitando su mantra: "Otis es Dios".

Lo inmortalizaron las cámaras que rodaron el acontecimiento: en 20 minutos, Otis engatusó a lo que llamó "la multitud del amor". Una masa risueña que ignoraba que era un tipo bronco del Sur, habituado a resolver conflictos a tiros. Pero Otis intuyó que triunfar allí equivalía a entrar en el circuito del rock, donde el dinero y el trato eran infinitamente superiores.

Mientras esperaba su turno para cantar, Otis se alojó en un barco-vivienda, en la bahía de San Francisco. Se dedicó a analizar Sgt. Pepper's, precisamente el elepé que los Beatles elaboraban cuando dejaron Abbey Road para rendir pleitesía a los visitantes sureños. Para un soulman, aquello era música de otro planeta. Sin embargo, Otis conectó. Inspirado, esbozó una melancólica pieza sobre alguien que, sentado en un muelle, reflexiona sobre su vida.

(Sittin' on) the dock of the bay no se parecía a nada de lo que había hecho antes. Cuando Otis atacaba una balada, entraba con intensidad y subía el ritmo hasta exprimir la última gota de emoción. En tres minutos, incendiaba la canción y dejaba al oyente conmocionado. Por el contrario (Sentado en) el muelle de la bahía retrataba la amargura resignada de alguien que ha vivido mucho más que los 26 años que Otis tenía cuando comenzó a componerla.

Grabada con mimo, enmarcada por ruidos de olas y gaviotas, quedó empaquetada como la canción que permitiría a Otis llegar al gran público. Mientras tanto, debía cumplir con bolos previamente firmados. El 10 de diciembre de 1967, dejaba Cleveland rumbo a Madison. Volaba con la banda, en su avioneta Beechcraft. A pocas millas de su destino, el aparato se precipitó al lago Monona. Sólo se salvó el trompetista.

El soul sureño quedaba descabezado y se puede argumentar que no se recuperaría del golpe. Pero (Sentado en) el muelle de la bahía cumplió todas las expectativas: editado el 8 de enero de 1968, fue el primer número uno de Otis Redding en Estados Unidos. Y también el último.

Otis Redding.
Otis Redding.

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