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De la innovación a la franquicia

El proyecto del Centro Georges Pompidou arranca en 1969. El entonces primer ministro, Georges Pompidou, fallecido en 1974 y cuyo nombre quedará vinculado al edificio, tuvo la idea de dotar a París de "un centro cultural que sea, a la vez, museo y centro de creación". A finales de 1970 se lanzó un concurso internacional y, con una rapidez inhabitual en Francia, el centro abrió se inauguró el 1 de febrero 1977.

Hay que resituar el proyecto en su época. Desde un punto de vista estrictamente francés el proyecto iba a ser una respuesta a la sacudida vivida en mayo de 1968 y que había hecho temblar Gobierno e instituciones al tiempo que explotaban los marcos clásicos de la sociedad, tanto en la Universidad, en el mundo cultural o en el de las meras costumbres. Georges Pompidou había vivido la sacudida como el síntoma de una crisis de la cultura y, en su intención, el centro iba a ser uno de los remedios a la crisis, como la nueva ley que reorganizaba las Universidades.

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De una manera más general el proyecto se inscribía en un contexto de cambios culturales que no afectaban sólo a Francia: la crisis de 1968 alcanzó los campus de todo el mundo desarrollado y el arte y la cultura, con el éxito del pop art, la aparición de movimientos como Fluxus, el situacionismo o la irrupción del neo-dadaísmo, llevaba una década de cambios importantes. Esas transformaciones iban a acentuarse en los setenta tanto en lo que se refiere a las artes visuales como en el del teatro, cine o música. Son los años del Living Theater, del Marat Sade de Peter Weis, de las escenografías de Bob Wilson y de las puestas en escena de Patrice Chéreau, como son los años de Godard y Carmelo Bene o los de Pierre Boulez y Stockhausen al tiempo que de los Rolling Stones y Pink Floyd. Para las artes visuales es la época del Land Art, de la performance corporal, del arte conceptual, del Arte povera o el minimalismo, prácticas todas ellas que cuestionan no sólo el museo tradicional sino también el espacio del museo de arte moderno.

El Centro Pompidou tenía que aportar una respuesta a esos desafíos poniendo en relación distintas disciplinas. Acogía al mismo tiempo un museo de arte moderno, un centro de creación industrial consagrado al diseño, una biblioteca pública, actividades teatrales, de danza y cine, debates intelectuales y comunicaba físicamente con el espacio consagrado a la música más contemporánea, el IRCAM (Instituto de Investigación y Coordinación Acústica/Música) confiado a Boulez.

Pero incluso tras una crisis tan importante como la de 1968 un proyecto de este tipo habría sido mal aceptado en un país tan conservador como Francia de no haber adoptado los rasgos de una mega-Maison de la Cultura, en la tradición implantada por el ministro André Malraux con el propósito de democratizar la llamada alta cultura entre las clases populares.

El proyecto se inscribía además en una operación de remodelación del centro de París en el espacio liberado por el mercado de Les Halles. En esa época la superficie del futuro Pompidou era un aparcamiento rodeado de casas ruinosas y la innovación se aceptaba como simple renovación.

Que la innovación iba a ser audaz se supo a partir de la elección de la propuesta arquitectónica de Piano y Rogers que, con sus inmensos espacios modulables y sus órganos técnicos en el exterior, ofrecía el aspecto de una refinería de petróleo consagrada a la cultura.

El éxito fue inmediato y eso inspiró a Jean Baudrillard su panfleto sobre el efecto-Beaubourg en el que predecía la implosión de la institución bajo el flujo de visitantes y un futuro de hiperconsumo cultural. El éxito no era tan sólo el de la curiosidad por un monumento nuevo que no se parecía a nada en un París que, desde la construcción de la torre Eiffel, no había conocido un gesto arquitectónico parecido, sino también el de un formidable apetito por una cultura liberada de corsés, de fronteras y marcos académicos, abierta a la contemporaneidad. Las primeras grandes exposiciones bajo la impulsión de Pontus Hulten dieron el tono: Paris-New York, Paris-Berlin, París-Moscu... Francia salía de su provincianismo arrogante. Otras exposiciones mezclaron arte, arquitectura, música, cine, literatura, como Vienne, naissance d'un siècle, concebida por Jean Clair en 1986. Una consecuencia irónica de la existencia del Pompidou fue el crear una atmósfera de euforia que iba a contratiempo de la crisis de 1973, que apenas fue sentida en Francia gracias a la burbuja de dinamismo cultural que supuso el Pompidou.

Así pues los 10 primeros años fueron radiantes y permitieron la transformación cultural del país. Los 10 años siguientes, a partir de 1987, fueron más difíciles. El posmodernismo desorientó una institución escindida entre la misión moderna de ponerse al día y un principio fundador que ya de por si era posmoderno, por el que todas las tendencias y prácticas encontraban ahí su lugar para que cada cual comprase lo que le apeteciese. Y eso sin contar que la implosión profetizada por Baudrillard se produjo bajo otra forma: el Centro Pompidou se desgastó más de la cuenta debido a que el flujo de visitantes era muy superior al previsto. El Pompidoleum, la refinería, se había transformado en una bomba aspiradora de turistas. Hubo que cerrar en el momento del 20º aniversario para reabrir con el cambio de milenio, ahora con una fórmula más prudente, aislando el museo, el diseño, suprimiendo el foro en su dimensión de ágora para turistas, vagabundos e intelectuales. Los turistas siguen viniendo numerosos, puede que sólo por la vista sobre París, pero las exposiciones son ahora más sensatas y el local vuelve a parecer limpio. Quienes dirigen son competentes pero no particularmente inventivos y hoy el desorden creativo de los primeros años ya no tiene su lugar en el Pompidou.

Si en un aspecto el Centro Pompidou ha innovado es en el presentarse como el primer Walmart de la cultura, pero un Walmart de la cultura gratuita. La walmartización ha evolucionado y, con la ayuda de la mundialización, es ahora ley en el mundo de la cultura. Y la institución ha engordado: ha acumulado obras, llenado sus reservas, acumulado saber hacer. No es extraño que, a partir de 2000, empiece la sucursalización como sucesora de la innovación y de la renovación. El Pompidou abrirá sucursales, primero en Francia, en Metz, después en Asia, con un proyecto de antena en Shangai. La mundialización no es sólo económica. Los países hasta ahora subdesarrollados o poco desarrollados crecen también de manera acelerada en materia cultural. No son importantes sólo en los mercados del acero o del cobre sino también en el de la cultura y, de la misma manera que sociedades occidentales les suministran ingeniería industrial también pueden suministrarles recursos culturales. El Guggenheim, que fue el primero en ese camino, ha visto como le seguían el Louvre o el Pompidou. La cultura entra así en el mercado global del entretenimiento y del turismo cultural. En ese mercado hay marcas distinguidas y, entre ellas, el Pompidou. De una cultura liberada de las fronteras disciplinares hemos pasado a otra liberada de fronteras en el sentido estricto de la palabra, una cultura que se deslocaliza como las industrias del lujo. El museo es un nuevo elemento de atracción simbólico en un espacio globalizado. Centro Pompidou es una marca como Gucci o Prada. O Louvre.

Yves Michaud es escritor, filósofo y profesor de Bellas Artes.

Imagen nocturna del Centro Pompidou en París, cedida por el propio museo.
Imagen nocturna del Centro Pompidou en París, cedida por el propio museo.
Maqueta del edificio que el Pompidou construirá en Metz.

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