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Y Coppola tuvo la culpa

De una infancia neoyorquina como limpiabotas a sus míticos papeles de policía incorruptible en 'Serpico' o de implacable gánster en 'Scarface'. Pero fue gracias a 'El Padrino' y a su director, Francis Ford Coppola, como Al Pacino se convirtió en estrella. Un libro desvela ahora su cara menos conocida

Pedro Zuazua
Al Pacino, photographed with his father in 1944.
Al Pacino fotografiado con su padre en el año 1944.

De una infancia neoyorquina como limpiabotas a sus míticos papeles de policía incorruptible en 'Serpico' o de implacable gánster en 'Scarface'. Pero fue gracias a 'El Padrino' y a su director, Francis Ford Coppola, como Al Pacino se convirtió en estrella. Un libro desvela ahora su cara menos conocida.

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Al Pacino estaba sentado en la butaca de un cine, viendo La chica del adiós, cuando escuchó la siguiente frase de boca de la actriz Marsha Mason: "Nadie sabía quién era Al Pacino antes de El Padrino". Por alusiones, se levantó y comenzó a gritar hacia la pantalla: "Eres una mentirosa, Marsha. ¡Antes de El Padrino ya habías estado conmigo en una obra de teatro!". "Son cosas que hago a veces", cuenta el actor. A Pacino no le gusta que muchos sólo le recuerden por esa película, pero él mismo reconoce que es su mejor interpretación.

Larry Globel, un periodista de Playboy, se acercó un día hasta un edificio de piedra rojiza en la calle 68 de Nueva York, entre Madison y la Quinta Avenida, pensando en una versión real de Michael Corleone. Tenía una cita con Al Pacino. En principio, iba a hacerle una corta entrevista, pero un mes después abandonaba aquel lugar con 40 horas de grabación, cerca de 2.000 páginas transcritas. "Nadie me había pedido nunca mi opinión", aseguró Pacino cuando, por fin, terminó la grabación de aquel primer encuentro y se abría al mundo periodístico un personaje singular, amante del teatro y lanzado al estrellato por el celuloide. Nacía también una amistad entre el periodista y el actor, que ahora culmina con la publicación de Conversaciones con Al Pacino (editorial Belacqua), un libro que recorre, en clave de diálogo, la evolución personal y profesional del actor, desde 1979 hasta hoy.

Después de años diciendo no a la prensa, Pacino abría las puertas de su casa. Un piso de tres habitaciones con la cocina repleta de aparatos viejos, un retrete que soltaba agua permanentemente, una cama deshecha y una decoración, cuando menos, de serie B. Se mostró amable, invitando al periodista a una rosquilla mordida, y comenzó a hacer lo que nunca antes había hecho: hablar de sí mismo. "De joven quería ser jugador de béisbol, naturalmente, pero no era lo bastante bueno. No sabía qué iba a hacer con mi vida", explica Pacino. En octavo curso, el profesor de teatro de su escuela escribió a su madre para que le animara a subirse a las tablas. A los 12 años lo comparaban con Brando, del que nunca antes había oído hablar. "Creo que era porque se suponía que yo debía vomitar en escena y cada vez que hacíamos la obra vomitaba de verdad, pero en realidad la persona con la que me identificaba era James Dean… Rebelde sin causa me influyó profundamente".

Al Pacino creció en el Bronx neoyorquino, un barrio donde cada día se convertía en una aventura. "Era una buena época. A menudo me sentía como un Huckleberry Finn de Nueva York". Y no es para menos. Trabajó como mensajero, vendedor de zapatos, cajero de supermercado, repartidor de diarios, limpiabotas, transportista de muebles e incluso se dedicó a sacar brillo a la fruta fresca. En ese último empleo, un día el dueño le dibujó un paisaje campestre y le dijo: "Hay dos senderos en la vida: el correcto y el equivocado. Tú estás en el equivocado". Razón no le faltaba. Los dos grandes amigos de la infancia de Al Pacino, sus compañeros de correrías, cayeron en la droga y perdieron la batalla.

Años más tarde, Pacino entraba en una especie de depresión filosófica fruto de sus problemas con el alcohol. "¿Es la depresión el darse cuenta de que nos han dado un billete sólo de ida?", se preguntaba a sí mismo. "Voy en mi coche, miro por la ventana y veo toda esa gente, y pienso: esta gente no quiere estar aquí. Así que toma drogas o alcohol o lo que sea, con tal de no estar aquí. Es muy comprensible". Y lo dice alguien que asegura haber tenido poco contacto con las drogas: "Las sustancias que alteran la mente me dan miedo. Hacen que me sienta mudo. Te quitan el poder, la energía, fuerza a la vida".

Algunos años después de que el resplandor de la fruta le enseñara su camino, estaba sentado en una mesa de despacho, negociando su sueldo por El Padrino II. Para que apareciera en su película, Francis Ford Coppola tuvo que insistir hasta tres veces a los productores para que Pacino fuera Michael Corleone. "Durante las primeras semanas, los productores querían despedirme. Y yo no lograba entender por qué no lo hacían. Yo era un chaval, y El Padrino era mi segunda película… Prefería todos los demás papeles: me parecía que todos eran mejores que el mío". Después de aquel primer encuentro con el mundo de la mafia, a Sonny, como le llamaban sus amigos, le cambió la vida.

Su discreto expediente académico le había llevado a la High School of Performing Arts, la única dispuesta a aceptarle. Allí se topó con el método Stanislavsky. "Todo ese asunto, lo del método y la actuación seria, lo de tener que sentir el papel, me parecía una locura. ¿Qué podía enseñarme Stanislavsky? Él es ruso, y yo, del Bronx". Pero de Chéjov, otro ruso, había sacado las ganas para actuar tras ver La gaviota representada en su barrio. "Había un público de unas quince personas. Fue una experiencia extraordinaria". Como extraordinario es que aquel chico del Bronx afirme que escritores como Henry Miller, Balzac, Shakespeare o Dostoievski le ayudaron a superar los veinte años. "Ellos me dieron una razón para existir", asegura.

Sorprende, pero es cierto. Pacino ha estado mucho más centrado en el teatro que en el cine a lo largo de su carrera. A menudo recita a Shakespeare de memoria. "Cuando eres equilibrista, tu trabajo es caminar por la cuerda floja. Tienes que subir, y si te caes, ¡eso es el teatro! En las películas hay cuerda, pero está en el suelo". Él es así. Se mete en el papel, sueña con sus personajes y los traslada a la vida real. Cuando trabajaba en un papel de abogado, un amigo le dijo que tenía un problema con un contrato, y él, instintivamente, le dijo: "Déjame verlo". Pecata minuta si se compara con el encuentro que tuvo con un camión que echaba humo sobre su coche: "¿Por qué lanzas esa mierda a la calle?", interpeló Pacino al camionero. "¿Y tú quién eres?", respondió él. Pacino, que estaba rodando Serpico, le gritó: "Soy policía, y quedas arrestado".

Hasta ocho veces ha sido candidato a ganar un Oscar. De momento, sólo se ha llevado uno, por Esencia de mujer, en la que interpretaba a un teniente coronel retirado y ciego. Le duele el orgullo. Aunque en alguna ocasión, que el ganador fuera otro no le vino del todo mal. Nominado por Serpico, llegó a la ceremonia "un poco colocado". "Estaba comiendo valiums como si fueran caramelos. Masticándolos. No habría sido capaz de llegar al escenario". Pero recuerda el momento en el que escuchó su nombre como mejor actor: "Me sorprendió lo que sentí. Una especie de resplandor que duró un par de semanas. Es como ganar una medalla olímpica. Sólo que en los Juegos ganas porque eres el mejor, y con el Oscar no es necesariamente así. Simplemente te toca a ti".

Y con el éxito llega el poder. Algo difícil de manejar. "Cuanto más éxito tienes, más difícil es mantener el entusiasmo original. Pero también está el otro lado del asunto: a medida que te haces famoso, te vuelves rentable y puedes lograr que se haga una película". ¿Y eso es lo que quiere Al Pacino? "A veces, el director te quiere porque eres conocido, mientras que tú quieres que te quieran por lo que puedes hacer, no por lo rentable que eres".

¿Y las mujeres? ¿Cómo es la relación de Pacino con las mujeres? "Tuve un encuentro con una chica a los nueve años. Se quitó la blusa y tenía senos de verdad. Le puse las manos sobre ellos y echó una risita. Ella estaba de pie frente al colchón, y la empujé. Rebotó contra él y repetimos el mismo movimiento tres o cuatro veces. Yo estaba tan convencido de haber echado un polvo que me fui a comprar una caja de preservativos".

La vida debe de ser curiosa cuando se está en la lista de los hombres más deseados del mundo y comienzan a llegar las mujeres que te dejan su número de teléfono. En cierta ocasión, una mujer famosa con la que él fantaseaba de joven se le acercó y trató de seducirle. Él no quería nada. ¿Por qué? "Probablemente me hubiera dicho 'casémonos' o algo por el estilo". Y esa palabra asusta a Al Pacino. Después de varias relaciones, ninguna de ellas pasó de noviazgo. ¿Qué le impide dar el siguiente paso? "Si pudiera ver los pasos, diría que puedo dar el siguiente. Pero no lo veo en esos términos. Al menos puedo decir que no tengo un divorcio entre manos. Eso implica cierta madurez".

No obstante, no reniega de los sentimientos, y tiene claro lo que hay que buscar en una mujer: "El amor es muy importante, pero antes debes tener una amiga: uno debería llegar finalmente a un punto en el que pueda decir que su compañera es también su amiga". Pero de ahí al compromiso está ese paso que Pacino no quiere dar. "Busca la palabra 'comprometerse' en el diccionario. El matrimonio no forma parte de la definición". Tal vez en esa falta de decisión por el matrimonio hayan tenido algo que ver las circunstancias familiares en las que Al Pacino creció. Cuando apenas tenía dos años, su padre se fue de casa. Posteriormente se casó cinco veces.

Ahora, 39 películas después, y con 66 años, Al Pacino sigue soñando con Shakespeare. Porque es un actor de teatro que, por casualidad, se convirtió en estrella de cine.

'Conversaciones con Al Pacino', publicado por editorial Belacqua, sale a la venta la próxima semana.

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Sobre la firma

Pedro Zuazua
Licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Oviedo, máster en Periodismo por la UAM-EL PAÍS y en Recursos Humanos por el IE. En EL PAÍS, pasó por Deportes, Madrid y EL PAÍS SEMANAL. En la actualidad, es director de comunicación del periódico. Fue consejero del Real Oviedo. Es autor del libro En mi casa no entra un gato.

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