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Reportaje:ARTE

El mago de la geometría

Gerardo Rueda fue uno de los artistas más personales de la vanguardia española. Pintor y escultor, formó parte del grupo que hizo de Cuenca uno de los centros del arte contemporáneo. Diez años después de su muerte, un libro recopila su obra y el IVAM le dedica una exposición.

Durante toda su vida, Gerardo Rueda (Madrid, 1926-1996) estuvo demasiado ocupado como para pensar en su carrera, aunque su obra fue coleccionada por museos e importantes coleccionistas particulares y él fue elegido, entre otros, para representar a España en exposiciones internacionales, como la Bienal de Venecia de 1960 y la panorámica del arte español contemporáneo titulada Antes de Picasso, después de Miró en el Guggenheim de Nueva York. Sin embargo, ahora, cuando se cumplen 10 años de su muerte, se le está reconociendo por fin, merecidamente, como uno de los miembros más originales e importantes de la vanguardia española de posguerra.

Pintor, escultor y maestro del collage, Rueda no había alcanzado la fama y el reconocimiento que ahora se le tributan en todo el mundo. Lejos de ser un seguidor de Andy Warhol en cuanto a la fama, era lo contrario de él. Si Warhol quería convertir el museo en un supermercado, Rueda tenía la capacidad de elevar los objetos más humildes a la condición de icono hasta que adquirían una elegancia poco común, transformando humildes cajetillas de cigarrillos y cajas de cerillas en idealizadas y armoniosas ordenaciones de formas rectangulares.

A su casa acudían los patronos de los principales museos del mundo para ver sus obras y sus singulares colecciones

Al igual que los americanos Rauschenberg y Johns, Rueda introdujo en su arte elementos autobiográficos, como fotografías, invitaciones y recuerdos personales, pero los despojó de todo carácter específico, convirtiéndolos en elementos de composiciones puramente formales. Aunque había empezado como pintor figurativo, muy pronto creó un estilo abstracto que llevó a sus primeras abstracciones cubistas de edificios a constituir un arte no objetivo, basado en la organización intelectual de formas geométricas y no en la observación de la naturaleza.

La situación del arte abstracto en España en la década de los sesenta era particularmente difícil, ya que, si bien la abstracción no estaba proscrita ni censurada bajo la dictadura, tampoco se alentaba. Para remediar esta situación, Gerardo Rueda, Fernando Zóbel y Gustavo Torner fundan en 1966 el Museo de Arte Abstracto de Cuenca, ciudad donde también otros artistas -Mompó, Sempere, Guerrero y Millares- tenían casas y estudios; entre todos ellos hubo una gran amistad. Muy pronto, el museo se convirtió en imán para los amantes del arte del mundo entero. Durante una visita a la nueva institución, Alfred J. Barr, el legendario fundador del Museum of Modern Art de Nueva York, hizo alusión a la calidad del gran díptico monocromo blanco de Rueda Gran pintura blanca, de 1966, una de las obras maestras del museo. Compartía esta opinión Margérie, que fue director general de Museos en Francia y embajador en España, y que llegó a decir que había que poner una banqueta delante del cuadro para meditar, pues aquel ámbito semejaba una capilla blanca. Hoy día, el Museo de Arte Abstracto de Cuenca, que ha acogido recientemente una exposición de pinturas, dibujos y collages de tema arquitectónico, tiene en sus fondos 28 obras de Rueda.

Cuenca siempre recordará a Rueda porque también diseñó las nuevas vidrieras de la nave central de la catedral gótica de la ciudad. Este verano, los bellos y luminosos dibujos geométricos para los vitrales concebidos originariamente por él serán expuestos en la catedral de Burgos, que está realizando una serie de vidrieras sobre los proyectos originales del artista.

Rueda fue uno de los fundadores de la Asociación de Amigos del Museo del Prado en 1980. Su amor por la arquitectura y el montaje de exposiciones era muy apreciado entre los coleccionistas y conservadores de museos, y se le encargó la instalación de importantes colecciones en el Museo del Prado, entre ellas la exposición Goya en las colecciones madrileñas.

Era también un exquisito coleccionista de objetos de las numerosas culturas cuyos países visitaba y del arte de sus amigos; reunía piezas de cerámica, cristal antiguo de La Granja, alfombras y sobre todos marcos históricos, en los cuales era muy entendido. Convirtió sus casas de Madrid y Cuenca en meta de peregrinación de numerosos patronos de museos que acudían a visitar estas singulares colecciones, como los de la National Gallery de Washington, el MOMA de San Francisco, Los Angeles County Museum, Corcoran Gallery de Washington, Dallas Museum of Art, el MoMA de Nueva York…

A la calidad humana de Gerardo Rueda se sumó, de este modo, la pasión por el arte para procurarle un extenso y variado círculo de amigos, entre los cuales estaban artistas como Fernando Zóbel, Carmen Laffón, Gustavo Torner y Ossorio, quien reunió una impresionante colección de arte abstracto americano (Kooning, Rothko, Pollock…) y del propio Rueda.

Le encantaba viajar y tenía una inmensa curiosidad por otras civilizaciones y por las culturas exóticas. Visitó los grandes monumentos de Europa, Oriente Próximo y Asia, y después los principales museos del Nuevo Mundo, donde emigraron muchos de sus tesoros. Amaba en particular Italia, el Renacimiento y las villas clásicas de Paladio, que fotografió en detalle y que inspiran diversos elementos arquitectónicos de sus montajes y esculturas.

En 1992, Rueda ganó el concurso restringido para la realización de las puertas del pabellón español que formaría parte de la Expo 92. Este encargo le dio la oportunidad de crear una gran obra pública en forma de unas enormes puertas de bronce fundido con un dibujo geométrico relacionado con sus pinturas en relieve. Posteriormente trabajó con la fundición Capa de Arganda del Rey -a las afueras de Madrid-, una empresa familiar dirigida por el patriarcal Eduardo Capa, amigo de Rueda. Alentado por aquella atmósfera experimental continuó su trayectoria como escultor, haciendo maquetas de madera destinadas a ser ejecutadas como obras de carácter público a gran escala. En su mayor parte debían ser realizadas para un futuro parque-museo de esculturas. Empezó a rebuscar en depósitos de chatarra y a recoger diferentes clases de desechos de metal que Fernando Capa le ayudó a soldar para componer un relieve monumental. Capa recuerda la excitación de Rueda durante aquellas expediciones y su intención de seguir haciendo montajes escultóricos.

Fue elegido miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando en 1995, pero, lamentablemente, no vivió lo suficiente para pronunciar su discurso de entrada oficial sobre El arte y la cultura de las referencias.

La exposición que puede verse ahora en el IVAM celebra a su vez el enriquecimiento de su colección permanente con una completa y única panorámica de la producción del artista, convirtiéndose de este modo en el museo de referencia para su obra. Y aunque en la muestra que pone de relieve la relación de Gerardo Rueda con la tradición moderna no se incluye ninguna obra del pintor metafísico italiano Giorgio de Chirico, en los trabajos de Rueda, sobre todo en la serie conocida como los Bastidores, se percibe la misma sensación de misterio y enigma que sentimos en las plazas desiertas y casas cerradas de De Chirico. ¿Qué sucede detrás de las lisas fachadas y de las ventanas clausuradas de estas silenciosas presencias? Nunca lo sabremos, pero la razón es la misma que la atracción que ejercía sobre él la austeridad del arte clásico, no la expresión subjetiva de la personalidad y de la emoción.

Tal vez Rueda quiso captar el espíritu de la contemplación y de la meditación que hallaba en los jardines zen de Japón que visitó con Fernando Zóbel en los comienzos de su carrera. La producción de Gerardo Rueda no revela más de su vida cotidiana de lo que podemos saber acerca de Piero della Francesca o de Paolo Uccello, dos de sus maestros antiguos favoritos, a través de sus respectivas obras. Como ellos, Rueda deseaba trascender lo efímero, lo anecdótico y lo individual para crear un arte de sosiego espiritual que nos ofrece un oasis de paz y estabilidad en un mundo agitado e imprevisible.

Gerardo Rueda, preparando uno de sus 'collages' en su estudio.
Gerardo Rueda, preparando uno de sus 'collages' en su estudio.HENECÉ

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