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Reportaje:GRANDES REPORTAJES

Las sombras de los Agnelli

La poderosa familia Agnelli emerge de una década turbulenta en la que encajó golpes devastadores: de la muerte del 'avvocato' al escándalo de drogas de Lapo, uno de sus herederos. Pero ahí siguen, unidos, esperando que finalmente John Jacob tome las riendas para decir adiós a una temporada siniestra.

La poderosa familia Agnelli emerge de una década turbulenta en la que encajó golpes devastadores: de la muerte del 'avvocato' al escándalo de drogas de Lapo, uno de sus herederos. Pero ahí siguen, unidos, esperando que finalmente John Jacob tome las riendas para decir adiós a una temporada siniestra.

La familia Agnelli, la última gran dinastía industrial europea, tiene ya a punto un nuevo patriarca: John Jacob Elkann podría asumir las riendas del negocio a partir del año próximo, con 30 años recién cumplidos. Está por ver el papel que desempeñará Lapo, hermano menor de John y vivo retrato del abuelo, el mítico avvocato Giovanni Agnelli. Frente a la absoluta discreción del heredero, Lapo fue durante unos meses el rostro visible de Fiat, el showman de incontenible simpatía que encarnaba el retorno de los buenos tiempos. Cuando murió el viejo Umberto, hermano del avvocato, el 27 de mayo de 2004, Fiat parecía abocada al colapso. En menos de 15 meses, el tiempo transcurrido desde entonces hasta el lanzamiento del nuevo modelo Punto, las perspectivas dieron un vuelco y el futuro volvió a ser luminoso.

Entonces ocurrió lo de Lapo: una sobredosis de estupefacientes y medicamentos, ingeridos en compañía de una persona transexual de 53 años, le llevó al borde de la muerte. Tras varios días en coma, Lapo Elkann se recuperó e ingresó en un centro de desintoxicación de Colorado (Estados Unidos). Ahora completa el tratamiento en Nueva York, su ciudad natal, lejos de las cámaras italianas.

La peripecia de Lapo causó escándalo y burlas ácidas, pero la familia cerró filas: no era, ni mucho menos, el peor trago por el que habían pasado. Los Agnelli emergían de una década turbulenta, en la que encajaron golpes devastadores. Ahí seguían, sin embargo. Unidos pese a las desavenencias, esperando el retorno de Lapo y la entronización de John para decir definitivamente adiós a una temporada siniestra.

La familia se reunió el viernes 16 de diciembre para estudiar el estado de las cuentas y para hacer el brindis navideño. No se puede hablar propiamente de los Agnelli, porque el apellido del fundador es ya minoritario entre el casi centenar de parientes que poseen un porcentaje del tesoro común, depositado en Giovanni Agnelli e C. Società in Accomandita per Azioni. Esa firma, controlada con un 31,8% por John y Lapo gracias al legado del avvocato Gianni Agnelli, posee el 100% de Istituto Finanziario Industriale (IFI), el holding que incluye el 30% del Grupo Fiat (varias divisiones Fiat, Ferrari, Maserati, el diario La Stampa), el 6,2% del Banco Sanpaolo IMI, el 100% de Alpitours (la mayor compañía turística de Italia), la sociedad futbolística Juventus de Turín, la empresa de control de calidad SGS, el conglomerado luxemburgués EXOR, la financiera IFIL y una larga serie de intereses industriales. A finales de 2005, el patrimonio de IFI tenía un valor contable de 3.049,7 millones de euros.

La descendencia del fundador Giovanni Agnelli, el terrateniente y ex oficial del ejército que en 1899 creó, con otros caballeros locales, la Fabbrica Italiana Automobili Torino, lleva hoy los apellidos Nasi (como la esposa del fundador), Furstenberg (descendientes del primer matrimonio de Clara, hermana mayor del avvocato), Brandolini d'Adda (descendientes del matrimonio de Cristiana Agnelli), Hohenlohe (hijos de Alfonso de Hohenlohe e Ira de Furstenberg), Campello, Rattazzi y Elkann. Ese centenar de miembros de la familia, lo más parecido en Italia a una familia real, aglutina a personas de todas las edades, profesiones e intereses.

¿Cómo logran mantenerse unidos? Ése ha sido, hasta ahora, el secreto de la supervivencia: la unidad a toda costa. Y se ha conseguido gracias a la existencia de un rey, un jefe familiar incontestado. Cuando no lo hay, como ahora, la misión de mantener la unidad y la coherencia empresarial corresponde a un regente: Gianluigi Gabetti, de 81 años, el viejo sabio que el avvocato se llevó de Olivetti en los años setenta y retuvo desde entonces siempre a mano. Junto a Gabetti, tres personas de la familia componen el Consejo de Socios a Comandita, una especie de máximo sanedrín: John Elkann, Alessandro Nadi y Tiberto Ruy Brandolini d'Adda.

Es complicado asegurar la sucesión en una firma familiar tan grande y compleja como la de los Agnelli. Lo más fácil es disgregarse, vender y vivir de rentas, y varias veces se ha bordeado el naufragio. La historia de los Agnelli abunda en muertes prematuras, y la de Giovanni Alberto, Giovannino, hijo de Umberto y de su primera esposa, Antonella Bechi Piaggio, fue especialmente dolorosa. Giovannino era un hombre serio, discreto, fiable. "No parecía un patrón, sino un compañero de trabajo, y habría sido un gran presidente", recuerda un antiguo empleado del grupo que coincidió con Giovannino en la fábrica de ciclomotores Piaggio. El avvocato Gianni y su hermano, el ingegnere Umberto, habían decidido que fuera Giovannino, el primogénito del segundo, quien dirigiera la siguiente generación. Pero en 1997, con sólo 33 años, Giovannino falleció por un fulminante cáncer de estómago. Los dos ancianos hermanos encajaron el golpe y empezaron a buscar un sustituto.

Estaba, por supuesto, Edoardo, el hijo varón del avvocato Gianni y de la princesa Marella Caracciolo. Gianni, sin embargo, no quería saber nada de Edoardo. La relación entre padre e hijo fue siempre desgraciada. Edoardo era "un muchacho dulcísimo e inteligente", cuenta Piero Ottone, que dirigió Corriere della Sera y conoció bien a ambos, "pero no conseguía poner en orden sus ideas ni comprender sus propios horizontes". "Las raras veces en que estaban juntos, el drama resultaba evidente. El padre ignoraba al hijo con una frialdad inexorable, cruel, ostentosa, como si quisiera indicar que para él no existía el hijo. Y el sufrimiento del hijo", dice Ottone, "era infinito".

Edoardo no había querido estudiar leyes o ingeniería, las dos carreras tradicionales en los patriarcas Agnelli, y había optado por la filosofía. Poseía una personalidad mística. Le interesaban los fenómenos paranormales y las religiones. También consumía drogas y había sido detenido una vez por ello, cosa que enfureció al avvocato. El problema, en cualquier caso, radicaba en la carencia de vocación industrial y en la ineptitud para el dinero: las pocas inversiones que realizó con su propio capital fueron desastrosas. Edoardo supuso una decepción total para el avvocato, en cuya alma dominaba el líder dinástico por encima del padre.

El hijo de Gianni Agnelli se interesó por varias religiones de forma sucesiva, entre ellas el budismo, el judaísmo y el islam en su versión chií, lo que le llevó a viajar a Irán. "Pero permaneció en el catolicismo y frecuentó hasta el final la iglesia de la Consolata, la más relacionada con la familia", indica un portavoz del clan. El 15 de noviembre de 2000, su automóvil, un modesto Fiat Croma de color gris, apareció vacío junto a un puente de la autopista Turín-Savona. Poco después, la policía halló bajo el puente el cuerpo sin vida de Edoardo. El avvocato se trasladó en helicóptero hasta el puente de la autopista e identificó el cadáver. La investigación judicial dictaminó que se trataba de un suicidio. Edoardo Agnelli fue enterrado con el rito católico en el panteón familiar.

Pero el fantasma de Edoardo aún debía reaparecer: desde hace unos meses, el régimen teocrático iraní difunde la especie de que el hijo del avvocato fue asesinado "como un auténtico mártir chií" porque la rama judía de la familia, los Elkann, nietos por parte de padre de quien fuera presidente de la comunidad judía francesa, decidió impedir a toda costa que un musulmán heredara el imperio Agnelli. De esa forma, dicen los iraníes, "Fiat quedó en manos sionistas". "Un completo disparate", comenta un portavoz de la familia. La historia, sin embargo, ha aparecido en todos los diarios italianos y hace furor en Internet.

Como Edoardo tenía cerradas las puertas de la herencia, Gianni y Umberto pensaron en los hijos de la hija favorita del avvocato, Margherita, poetisa y espíritu libre. Margherita se había casado en Nueva York con Alain Elkann, escritor de religión judía, y tenía tres hijos de ese matrimonio: John (1976), Lapo (1978) y Ginebra (1980). Luego se divorció y se casó con Serge de Phalen, con quien tuvo otros cinco hijos. Los dos ancianos eligieron como sucesor al primogénito John, un muchacho alto, retraído y eficiente de apenas 24 años.

La decisión no debió de resultar fácil para el avvocato, porque se reconocía en John, pero todavía más en Lapo. El primero reunía las características del buen gestor, comedido y prudente; el segundo era audaz, simpático, seductor y optimista. Los dos, sumados, habrían supuesto una reconstrucción casi perfecta de la peculiar personalidad del abuelo. El hecho es que el avvocato se sentía mejor con Lapo que con John. Lapo le pedía prestadas las chaquetas, le imitaba en la forma de hablar y de vestir, compartía su sentido del humor, su afición al fútbol, su campechanería y su curiosidad inagotable. Al final, sin embargo, el gran patrón de los Agnelli escuchó a su cabeza, no a su corazón, y designó como heredero al mayor de los nietos, que se trasladó a Turín para completar sus estudios, conocer a fondo la maraña de empresas familiares y perfeccionar su italiano: John, como Lapo, había vivido en Nueva York, en Río de Janeiro y en París, nunca en Italia.

Hacia el final de la vida del 'avvocato', él y Lapo estuvieron especialmente próximos. Gianni Agnelli pasaba largas temporadas en Nueva York para someterse a tratamientos contra el cáncer, y Lapo se instaló en su apartamento. "No he vuelto a tener con nadie la relación afectiva que mantuve con mi abuelo", explica Lapo. "Íbamos juntos al fútbol, a los museos, al cine, a la lonja del pescado, a comprar queso… Él hablaba igual con todo el mundo, con jefes de Estado, pescadores o futbolistas, y le interesaban las cosas nuevas: le fascinaban los ordenadores e Internet, aunque luego no los utilizara". Mario d'Urso, antiguo amigo del avvocato y de los Agnelli, explicó recientemente a la periodista Maria Latella que Lapo podía plantearle a su abuelo "cualquier pregunta, incluso la más indiscreta; le decía cosas que nosotros, sus amigos durante 30 o 40 años, no habríamos osado jamás decirle, y a veces nos sentíamos celosos ante esa familiaridad que unía a los dos".

Nueva York acababa de sufrir los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y Lapo ingresó en el bufete diplomático-financiero de Henry Kissinger, junto a Park Avenue: "Encontré ese empleo porque soy un privilegiado; Kissinger era un gran amigo de mi abuelo", admite Lapo. Privilegios al margen, el gurú supremo de la diplomacia estadounidense sentía, como el propio Gianni Agnelli, una especial simpatía por aquel muchacho tan despierto. Mario d'Urso recuerda una anécdota de la época: "Un día me encontré con Lapo en el despacho de Kissinger, para quien trabajo como asesor desde hace 20 años. Yo estaba exponiéndole a Kissinger mis ideas sobre un negocio determinado. Lapo escuchaba, lo normal en un chico tan joven. Pero Kissinger le consideraba muy listo y aquella vez quiso demostrármelo. Se volvió hacia él y le preguntó: '¿Qué piensas de todo esto, Lapo? ¿Estás de acuerdo con Mario?' Juro que en ese momento me sentó fatal".

"Henry Kissinger es para mí un segundo abuelo", dice Lapo. "Y es la persona más inteligente que he conocido".

El patriarca Gianni Agnelli, el avvocato, murió el 24 de enero de 2003. Decenas de miles de turineses le despidieron, en una jornada de luto para toda Italia. El timón familiar quedó en manos de su hermano Umberto, que falleció un año después, el 27 de mayo de 2004, víctima también del cáncer.

Aquél fue un momento crítico, en el que todo estuvo a punto de hundirse. Fiat había perdido 4.200 millones de euros en 2002 y 1.900 millones de euros en 2003, y la familia se encontraba, por primera vez, ante una situación atípica: en lugar de cobrar beneficios, los parientes-socios se veían obligados a efectuar una reinversión masiva para recapitalizar el holding, desangrado por los catastróficos resultados de Fiat Auto. Algunos de los familiares eran partidarios de vender y acabar de una vez con el negocio fundacional, para centrarse en actividades de mayor futuro. Otros preferían resistir. La dinastía estaba dividida cuando murió Umberto. Era el momento propicio para un golpe de palacio.

El supuesto 'golpista' fue Giuseppe Morchio, el hombre al que Umberto había contratado poco antes para salvar Fiat. El drama se desarrolló en la gran residencia principal de los Agnelli, junto al féretro de Umberto. Giuseppe Morchio, administrador delegado de Fiat, acudió a dar el pésame y para otras dos cosas: recordar a la familia que quería comprar acciones privilegiadas de IFI y urgir a que le nombraran presidente de Fiat. Nunca una misma persona había reunido los cargos de presidente y consejero delegado de la sociedad emblemática de los Agnelli. La iniciativa de Morchio fue considerada un golpe de mano. Todos eran conscientes de que Morchio disponía de un poder indudable, ya que encarnaba el plan de saneamiento de Fiat y gozaba de la confianza de los acreedores, y quería imponer sus condiciones.

De forma urgente, con el cuerpo de Umberto aún insepulto, fue convocado un consejo de familia. Las ancianas hermanas de Gianni y Umberto y el jovencísimo John constituían en aquel momento la frágil referencia dinástica. Junto a ellos estaban, sin embargo, dos puntales de fidelidad absoluta: el abogado Franzo Grande Stevens y, sobre todo, Gianluigi Gabetti, eterna mano derecha del avvocato en la gestión de la familia. Gabetti, administrador de la caja fuerte, la sociedad en comandita Giovanni Agnelli, organizó en unas horas un eficaz contragolpe: telefoneó a Luca Cordero di Montezemolo, presidente de Ferrari, considerado casi como un Agnelli porque conocía a la familia desde niño, y le ofreció la presidencia de Fiat sin aceptar un no por respuesta; telefoneó a Sergio Marchionne, consejero delegado de otra sociedad del grupo, SGS, y le ofreció el puesto del traidor Morchio; por último, despidió a Morchio.

Al día siguiente, con la bendición de los bancos, fueron anunciados los nuevos organigramas de la familia y de Fiat. En la familia, representada por la sociedad en comandita, Gabetti asumía la presidencia flanqueado como vicepresidente por el joven John Elkann. En Fiat, presidida por Luca Cordero di Montezemolo, John ocupaba también la vicepresidencia. La estructura era clara: el joven heredero Elkann iba a contar con dos tutores de total confianza hasta que, en cuestión de poco tiempo, le llegara el momento de tomar el mando.

La llegada de John Elkann a la cúspide del grupo Agnelli fue uno de los fenómenos más silenciosos y discretos que registra la historia empresarial reciente. Si no hubiera sido por su fastuosa boda con la princesa lombarda Lavinia Borromeo, desarrollada en la Capilla Blanca de la isla Madre del lago Maggiore (propiedad de los Borromeo), John resultaría casi desconocido para los propios italianos. Nunca dice nada. Calla y trabaja. Aparte de sus responsabilidades en Fiat, ejerce la presidencia del diario La Stampa y se reúne de forma casi cotidiana con el director. Quienes le tratan hablan muy bien de él. Carece, sin embargo, de perfil público.

Todo lo contrario que su hermano Lapo, que irrumpió como un ciclón en Fiat y en los medios de comunicación. Se le asignó la misión de promocionar la marca Fiat y lo hizo con entusiasmo, casi con furia: lanzó una colección limitada de prendas de vestir con el antiguo logo que obtuvo un éxito sensacional; hizo un guiño a los más jóvenes con la esponsorización del equipo olímpico de bobsleigh de Jamaica; difundió el rumor de que el nuevo automóvil de James Bond sería un Panda, y recorrió el mundo como un poseso para hablar de Fiat.

Su hiperactividad arrojó resultados, pero no toda la familia compartía su entusiasmo. Un sector mantenía reticencias sobre los Elkann y se preguntaba, por ejemplo, por qué no había sido designado sucesor Andrea Agnelli, hijo del segundo matrimonio de Umberto, de la misma edad que John y poseedor del apellido fundacional. Otros no compartían el empecinamiento de John y sus mentores por mantener en manos familiares el control del grupo, frenando una mayor participación de los bancos (que habrían traído dinero fresco) en el capital de las sociedades. Oddone Camerana ironizó sobre Lapo en un artículo de prensa, hablando del "notorio y vulcánico dirigente, con su pelotón de asalto".

EL PAÍS mantuvo varios encuentros con Lapo Elkann en septiembre pasado. En uno de ellos, celebrado a las ocho de la mañana en un salón de la sede romana de Fiat, bajo un cuadro del pintor barroco José de Ribera, se grabó una entrevista. Lapo, un hombre de gran encanto y simpatía, apareció plenamente despierto, chispeante, con un Marlboro entre los dedos y un leve temblor de manos, y derramó un café con leche que limpió personalmente. Sus colaboradores, el "pelotón de asalto", daban la impresión de estar dispuestos a dar por él la vida. Rememoró su biografía de "chico privilegiado", explicó que no dormía más de tres o cuatro horas por noche y admitió que había cometido en la vida "muchas tonterías". "Soy muy, muy imperfecto", dijo.

El 'caso Lapo' estalló poco después, el 10 de octubre. El segundo de los Elkann fue internado a las nueve de la mañana, en estado grave, en el hospital Mauriziano de Turín, tras consumir cocaína y heroína (mezclada por error), opio y diversos fármacos. Eso se le habría perdonado a cualquier Agnelli, como un simple exceso de juventud. Mucho más impacto causó en la sociedad italiana la identidad de la persona con la que Lapo pasó esa noche agitada. Se trataba de Donato Brocco, que usa el nombre de Patrizia il Carabiniere, una persona transexual de 53 años que llamó personalmente a la ambulancia al comprobar que Lapo no despertaba. Con Patrizia y Lapo estaban otras dos mujeres transexuales, Cinzia y Tati. Tras el incidente, Donato-Patrizia vendió sus declaraciones a un medio de la prensa del corazón y concedió una entrevista a Corriere della Sera, donde señaló que Lapo era "un muchacho estupendo".

En cuanto estuvo en condiciones, Lapo Elkann se trasladó a Estados Unidos para ingresar en una clínica de desintoxicación de Colorado. Luego se instaló en el apartamento de Manhattan, donde mantiene contactos periódicos con los compañeros de rehabilitación (el tratamiento se basa en el apoyo mutuo) y prepara el retorno. Dicen que está muy enfadado consigo mismo por lo que ocurrió y por el daño infligido a su hermano, con quien mantiene una relación muy estrecha. "Lapo está cada vez mejor y volverá al trabajo, segurísimo", explica una de las personas que le acompañan en Nueva York.

Lapo podría haber sido ciudadano estadounidense, pero eligió la nacionalidad italiana para hacer el servicio militar en un regimiento alpino: quería compartir también eso con su abuelo, quien combatió como alpino en la Segunda Guerra Mundial. El menor de los Elkann se hizo tatuar en el brazo unos ideogramas chinos con el significado "no rendirse nunca".

Poco después de que Lapo abandonara el hospital e Italia, el regente Gabetti anunció que la transición se mantenía sin variaciones: "John Elkann está preparado y yo querría ceder el timón gradualmente ya en 2006", declaró a Il Giornale. Gabetti definió como "sólida" la situación patrimonial de las arcas familiares y aventuró que los bancos accionistas de Fiat irían desprendiéndose de sus participaciones para obtener plusvalías. El mensaje resultaba inequívoco: tras años de incertidumbre, los Agnelli habían recuperado el control.

Los años sombríos se cerrarán, probablemente, con el retorno de Lapo y la coronación de John como nuevo rey de los Agnelli. Será el comienzo de la cuarta generación (el segundo Agnelli, Edoardo, padre de Gianni y Umberto, murió joven en un accidente), la tercera de una dinastía que desde hace un siglo ocupa el trono de la industria italiana.

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