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Anna Ajmátova y Marina Tsvetáieva conjuran el dolor y el desasosiego en 'El canto y la ceniza'

Aurora Intxausti

"Diecisiete meses hace que grito llamándote a casa / Me he postrado a los pies del verdugo, hijo mío, terror mío", escribe Anna Ajmátova (Bolshoi Fontan, 1889-Leningrado, 1966) en su gran poema Réquiem, voz del sufrimiento y que no fue publicado en Rusia hasta 1989. La antología poética de esta autora, junto con la de Marina Tsvetáieva (Moscú, 1892-Yelabuga, 1941), se recoge en El canto y la ceniza (Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores). La traducción y selección ha sido realizada por Monika Zgustova y Olvido García Valdés.

Los poemas de ambas mujeres expresan el dolor vivido en la primera mitad del siglo XX, "un grito que se disolvió con lucidez en la poesía", dijo ayer el responsable de la colección, Nicanor Vélez. El libro recoge poemas escritos en distintas etapas creativas e incluye sus grandes obras como Réquiem y Poema sin héroe, de Ajmátova, y Poema del fin y ¡Por el Año Nuevo!, de Tsvetáieva.

Los textos de las dos poetisas rusas, que vivieron el totalitarismo soviético desde el exilio, una interior y otra exterior, permiten descubrir en sus versos el amor y el desamor, la humillación y la resistencia, la desesperación y el anhelo y la crueldad de la historia y la ternura como sentimiento de vida.

Anna Ajmátova, según señala la poeta Olvido García Valdés, fue "símbolo del exilio interior. Se le impidió publicar, pero sus poemas se conservaron fielmente en su memoria y en la de sus amigos. Sufrió el fusilamiento de su marido, Nikolái Gumiliov, y el encierro y destierro de su hijo". Escribió del sufrimiento con palabras desgarradoras y finalizado el estalinismo los últimos años de su vida fueron los del reconocimiento internacional de su obra. "Impresiona lo viva que permaneció en Rusia la vieja transmisión oral de la poesía", señala la escritora y traductora española.

La gran poesía de Ajmátova, indica García Valdés, es "poesía de madurez y poesía civil. Los versos de Réquiem son una demostración de alguien que decidió renunciar al exilio, permaneciendo en un país que le negaba la libertad. El texto es un intenso poema lírico, un profundo lamento que expresa el dolor personal y el colectivo". "Estaba entonces entre mi pueblo / y con él compartía su desgracia".

Marina Tsvetáieva vivió el exilio en Berlín, Praga y París y tras un periodo de angustiosas dudas regresó a Rusia. Su marido fue fusilado, su hija enviada a los campos y poco después ella y su hijo fueron deportados a Yelabuga, un remoto pueblo tártaro en el que terminó suicidándose. "Tsvetáieva fue ante todo poeta, hasta el punto de que sus relaciones amorosas a veces parecen casi pretexto para encender la hoguera de la pasión, del padecer, y de la escritura", señala García Valdés en el prólogo de El canto y la ceniza.

La traductora Monika Zgustova dice de Tsvetáieva que "necesitaba la innovación en lenguaje, temática y estilo, y sólo unos pocos en esa época, como Rilke, supieron apreciar lo que escribía".

"Basta de banalidades: basta de viajes, versos, hoteles, tranvías... / -El amor significa la vida. / -No, otro nombre le daban los antiguos...", escribe Marina Tsvetáieva en Poema del fin.

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Sobre la firma

Aurora Intxausti
Coordina la sección de Cultura de Madrid y escribe en EL PAÍS desde 1985. Cree que es difícil encontrar una ciudad más bonita que San Sebastián.

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