"Sólo escribo de mi propia intimidad"
En Retrato de un hombre desnudo (Alfaguara), Juan Cruz Ruiz (Puerto de la Cruz, Tenerife, 1948) combina la narración de un montón de historias -de viajes, de encuentros, de amores- con una escritura de fuerte carga poética que deambula alrededor de las viejas cuestiones que fatigan a los hombres a lo largo de sus vidas -el miedo, la soledad, la muerte, la cobardía, la mentira-. Como en otros libros suyos, la carga autobiográfica marca el rumbo de las páginas, donde la memoria se derrama siguiendo el curso obsesivo que impone la escritura. "La palabra es lo único que me ha aliviado", dice Juan Cruz, "y en el libro me detengo en aquella frase que pronunció Jesús dirigiéndose a su padre: 'Una palabra tuya bastará para salvarme'. Y eso es lo que he hecho siempre, buscar palabras para salvarme, palabras para ser".
Pregunta. ¿Qué cuestiones son las que desencadenan la escritura de su último libro?
Respuesta. Creo que son esenciales dos situaciones que discurren en el texto de forma paralela: la enfermedad y la muerte de mi madre y la enfermedad y la muerte de Dulce Chacón. En las dos, de pronto la alegría se interrumpe de una manera brusca,abrupta, cuando fueron personas muy alegres. Todo eso lo relaciono con la enfermedad, con la falta de salud, que es terrible. Mi madre, cuando se abrumaba, se ponía a cantar para no ponerse literalmente a llorar. Pero yo la descubrí llorando mientras cantaba. Y todo eso, esa pérdida, el que se queda la vive como una culpa.
P. Aunque no ocupe siempre un primer plano, la enfermedad y los miedos que convoca tienen un gran protagonismo...
R. Fui un niño muy enfermo y crecí lleno de cuidados. No pude hacer lo que hacían otros niños, e incluso llevar el aparato que me ayudaba a superar las crisis de asma ya me marcaba frente a los demás. No me dejaban ir a la playa, y tenía que hacerlo de manera clandestina. Estuve a punto de morir ahogado dos veces.
P. ¿Y esa obsesión recurrente por el mar?
R. Por el mar cuando lo ves desde lejos. Tengo la certeza de que, junto al tiempo, es lo más eterno de la vida. El mar siempre es el mismo y siempre es diferente.
P. Cuenta de sí mismo, se abre a los demás, se confiesa. Dicen que los que más hablan son los que quieren guardar un secreto.
R. Yo creo que no. Yo perdí en un momento dado el pudor, lo perdí cuando murió mi madre, y la escritura me ayudó a entender el mundo. Escribo para saber lo que sucede de verdad, y no quiero ocultar nada cuando lo hago. La vida está llena de simulaciones, pero llega un momento en que descubres que no tiene sentido tener que ocultarte. Yo sólo oculto lo que no sé decir.
P. Nada hay en este retrato de su vida profesional, la periodística y la de editor, salvo la narración de historias que ha compartido con amigos escritores.
R. Sólo me siento autorizado a hablar de lo que me incumbe, sólo escribo de mi propia intimidad. Quizá haya tiempo más adelante para ocuparme de mi experiencia como editor y como periodista, pero para que eso ocurra las cosas tienen que reposar. Lo que he hecho aquí es tratar de esos misterios que envuelven al hombre, y que lo llevan de una ansiedad enorme que lo obliga a preguntarse qué hago aquí, por qué hago lo que hago...
P. De las historias que cuenta, ¿destaca alguna?
R. Hay dos viajes que cuento muy reveladores. Uno que hice a México, dejando aquí la dictadura de Franco. Y otro que hice a Cuba, encontrando allí otra dictadura. Lo que descubrí en ambos casos fue que el ridículo y el engreimiento que lleva dentro el hombre se desencadena cuando hay quien considera que los otros hombres son sus súbditos. Ésa es la estupidez de las dictaduras, que unos se crean dueños de los destinos de los demás.
P. Ha hablado de su madre, pero habla también mucho de su padre.
R. Soñé que le mostraba la portada de un libro que había escrito y que se titulaba Mi padre. Ocuparme de su figura a fondo es uno de mis próximos proyectos.
Babelia
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