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Crónica:TERROR EN LONDRES | La comunidad musulmana
Crónica
Texto informativo con interpretación

El fin de 'Londonistán'

La capital británica ha sido durante años un santuario de islamistas radicales como Hamza y Qutada

Guillermo Altares

La mezquita de Finsbury Park, en el norte de Londres, desde la que Abu Hamza y Abu Qutada lanzaban sus diatribas contra Occidente en nombre de Osama Bin Laden y movilizaban a voluntarios para la yihad, muestra ahora junto a su destartalado minarete de hormigón un cartel en el que puede leerse: "Un nuevo comienzo". Su cierre tras la guerra de Irak y su posterior reapertura bajo el control de un imán moderado, ha simbolizado el cambio de política del Gobierno británico hacia los islamistas fanáticos. Aquello que antes del 11-S llegó a llamarse Londonistán o el Califato del Támesis, por la abierta presencia de radicales que predicaban a sus anchas, ya había pasado a la clandestinidad antes de los atentados del jueves.

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"En todas las religiones hay extremismos, en el islam y en cualquier otra. Durante el terrorismo del IRA, los católicos también sufrieron ese tipo de acusaciones", asegura Ahmed Kobir, de 32 años, que vino de niño con su familia a Londres desde Bangladesh y colabora como voluntario en la otra mezquita de Finsbury Park, que ayer celebraba una jornada de puertas abiertas. "Esta mezquita fue utilizada de forma muy negativa", señala Faisal, de 34 años y de origen argelino, que pertenece al nuevo equipo que gestiona el centro de culto que se convirtió en un imán para fanáticos, entre ellos Zacarias Moussaoui, acusado por EE UU de ser el duodécimo suicida del 11-S, y Richard C. Reid, el llamado terrorista del zapato.

Amparados bajo la tradición de asilo político y tolerancia de Reino Unido, militantes radicales de todo el mundo islámico se fundieron en los noventa con la inmensa comunidad musulmana (1,6 millones de los que un millón vive en Londres y sus alrededores) de este país, en el que el islam tiene profundas raíces: la primera mezquita se inauguró en 1913 en Woking, en el condado de Surrey. Jueces británicos han rechazado reiteradas veces extradiciones de personas con el estatuto de refugiado político acusadas de haber planificado atentados en Francia o Egipto.

Las leyes antiterroristas posteriores al 11-S y la participación del Gobierno de Tony Blair en la guerra de Irak aumentaron el control y obligaron a los predicadores y a los grupos a pasar a la clandestinidad. Pero, incluso después de los atentados del jueves, miembros de Hizb ut Tahir (El Partido de la Liberación), cuyo objetivo declarado es establecer un califato universal, repartían pasquines a la salida del rezo del viernes en la mezquita de East London, la más concurrida de la ciudad.

"Los acontecimientos de Londres serán utilizados por los Gobiernos occidentales para silenciar a la comunidad de creyentes", aseguraba el texto que repartía, entre otros, Hasan Mugtada, quien condenó los atentados aunque, aseguraba, habían "generado una oleada de sospechas contra los musulmanes". "Si fuesen importantes, nos los habríamos tomado muy en serio hace tiempo", señaló una fuente policial al semanario The Economist sobre este grupo que no duda en seguir mostrándose abiertamente. Aquellos que las fuerzas de seguridad británicas consideraron una amenaza han sido llevados ante la justicia, como Qutada, bajo arresto domiciliario -su extradición ha sido solicitada por la Audiencia Nacional de Madrid-, o Hamza, que está siendo juzgado por incitación al odio racial.

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Ahora ya no hay ninguna mezquita desde la que se predique el salafismo yihadista los viernes, ni se celebran manifestaciones islamistas radicales en las calles. La relación entre el Gobierno y los líderes religiosos, sobre todo a través de la Asociación Musulmana Británica (MBA), ha sido casi siempre muy buena y, como reconocía el viernes Muhammad Abdul Bari, presidente del Centro Musulmán de Londres y de la Mezquita de East London, también la colaboración con la policía. La reciente aprobación de una ley contra el odio religioso ha sido aplaudida por los líderes musulmanes y rechazada por los grupos de defensa de los derechos civiles.

Sin embargo, algunos expertos creen que el cambio de política que ha acabado con Londonistán ha hecho mucho más difícil el control de los grupos radicales. Una investigación policial, desvelada antes de los atentados por The Sunday Times, señalaba que existían entre 10.000 y 15.000 musulmanes partidarios de Al Qaeda en Reino Unido y cifraba en unos 40 o 50 los posibles militantes activos. "La presión policial ha provocado la dispersión de los yihadistas, que se han vuelto invisibles y mucho más peligrosos", ha escrito el francés Dominique Thomas, autor de una investigación sobre Londonistán, publicada en 1994.

Los años de llamamientos a la guerra santa desde la mezquita de Finsbury han calado en una parte de la sociedad, que se pregunta si la tolerancia del pasado no ha sido la causa de los ataques. "¿Qué lleva a una minoría de musulmanes británicos a repudiar tanto a su país como a sus ciudadanos? No se puede saber lo que pasa por la cabeza de un fanático, pero es difícil descartar que esa gente reciba, al menos, la simpatía de una parte de sus comunidades", escribía en su editorial de ayer el conservador The Daily Telegraph pese a la condena sin fisuras de los atentados por parte de los líderes musulmanes.

Una multitud de fieles, en la mezquita central de Regent's Park, en Londres, durante la oración del pasado viernes.
Una multitud de fieles, en la mezquita central de Regent's Park, en Londres, durante la oración del pasado viernes.REUTERS

Riesgo de marginación

Una encuesta del Ministerio del Interior británico revelaba en 2004 que el paro de larga duración era mucho más elevado entre los musulmanes que entre el resto de las comunidades (un 24% frente a un 5%), así como la ausencia de estudios (un 34% frente a un 16%). La marginación es un caldo de cultivo terrible para el fanatismo; pero también el sentimiento de injusticia: la misma investigación aseguraba que los musulmanes habían sufrido casi el doble de registros policiales que el resto de los ciudadanos.

Los principales dirigentes islámicos de Reino Unido han asegurado no temer la aplicación de las leyes antiterroristas ni creen que el Gobierno vaya a ir contra sus comunidades durante la investigación de los atentados. Desde las principales mezquitas de Londres se lanzó durante la oración del viernes el mensaje a los fieles de que colaboren con la policía si tuviesen la más mínima sospecha. Pero su opinión no es compartida por toda la comunidad.

"Estoy convencido de que aquí pasará lo mismo que en EE UU tras el 11-S", apunta Ahmed Kobir, voluntario de la mezquita moderada de Finsbury Park, preguntado sobre la posibilidad de que se produzcan detenciones de musulmanes bajo la ley antiterrorista, que aumenta los poderes del Ministerio del Interior en prejuicio de los jueces sobre los sospechosos. "Buscarán a la gente que venga a la mezquita, aunque aquí sólo se viene a aprender y nuestro mensaje es de paz", añade Kobir.

Para justificar las detenciones o arrestos domiciliarios sin juicio de islamistas radicales, el Gobierno británico alega que las pruebas de las que dispone no pueden ser presentadas ante un tribunal porque proceden de los servicios de espionaje, pero que son suficientes para mantener bajo vigilancia a un individuo.

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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