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Entrevista:MONTSERRAT TURA

La política a pie de calle

Se ha convertido en una de las voces con más autoridad del Gobierno catalán. Esta médica de profesión, que fue alcaldesa de Mollet durante 16 años, dirige el departamento de Interior con un estilo directo y enérgico. Es la consejera de la proximidad. Allí donde está el fuego, está ella.

Milagros Pérez Oliva

Abre la puerta con decisión, pero enseguida se nota que es tímida; se mueve constantemente y se muestra acogedora, pero es evidente que le cuesta un esfuerzo. Esa sensación dura apenas unos minutos. Luego adquiere y da confianza, y al término de la entrevista, celebrada un domingo por la mañana, la impresión que transmite es de afable tranquilidad. Tiene una casa luminosa, levantada en lo que era el pajar de la antigua masía de su familia, de diseño moderno, lo que significa doble altura en la zona de estar y mucho cristal. Se dice que las casas son el espejo de quien las habita. La de Montserrat Tura (Mollet, 1954) es de formas y colores muy atrevidos, pero en perfecta armonía: el amarillo intenso de la escalera de acceso o el rojo carmín de la pared de la cocina, radiador y puerta incluidos, son el contrapunto de un conjunto en el que predomina el blanco y la luz tamizada de las cortinas venecianas. Durante la entrevista pasa una y otra vez la mano por la superficie impoluta de la mesa negra que tiene en el comedor, persiguiendo inexistentes motas de polvo. Es el tic de una persona acostumbrada a hacer varias cosas a la vez, a la que le gusta el orden y la pulcritud.

Pese a que es la consejera de Interior, el móvil no suena durante el encuentro, pero al final tiene varios mensajes con las últimas incidencias. Le gusta estar informada en el momento, una exigencia que ya cultivó durante los cinco años que dirigió el hospital de Palamós o los 16 que fue alcaldesa de Mollet. Militante del Partit dels Socialistes de Catalunya desde 1979, ha sido elegida alcaldesa en cinco mandatos sucesivos y diputada autonómica en tres ocasiones. Es una política ambiciosa y perseverante. Cuando se propone algo, lucha a fondo, pero sabe retirarse a tiempo cuando ve que no tiene posibilidades de ganar. Combina el arte del posibilismo con la defensa de las utopías, y pese a que en su currículo figura una rutilante Cruz Azul de la Unión Internacional de Tiro, aclara que no ha disparado nunca un arma ni ha tenido relación con ellas, más allá de revisar y decidir las que se compran en su departamento para la policía autonómica. La medalla se la concedió la organización por el esfuerzo realizado como alcaldesa de la ciudad para que se celebraran las pruebas olímpicas de tiro durante los Juegos de 1992.

Ha estado casada dos veces y tiene dos hijas, una de cada matrimonio: la mayor tiene 20 años y estudia bellas artes con una beca Erasmus, la pequeña acaba de cumplir 12. Su cargo es de dedicación intensiva, de modo que no tiene tiempo para ir al cine, por eso celebra ese gran invento que es el vídeo doméstico. Le gusta mucho leer, y lee de todo: informes, por supuesto, pero también buena novela, aunque aclara que últimamente ha pensado que debe sosegarse porque se ha encontrado leyendo en diagonal incluso la buena literatura. Ése es un mal síntoma para una mujer que debe gran parte de su éxito a una característica personal que muchos envidiarían: no necesita dormir ocho horas, con cinco le basta. Eso le ha dado una gran ventaja porque ha podido acudir a las reuniones con todos los informes leídos, y porque, siendo alcaldesa, le ha permitido coger su bicicleta a las seis de la mañana y hacer un recorrido por las obras de la ciudad. Tampoco come mucho. Recuerda que, ya de niña, su madre le compraba inyecciones para despertarle el hambre, pero nunca tuvieron el menor éxito. La espléndida figura que luce no le debe, pues, ningún tributo al gimnasio. La gran capacidad de trabajo hace que sea muy exigente con sus colaboradores. Le gusta más trabajar sola que en equipo y tiene una resistencia física envidiable: los escoltas suelen terminar agotados y ya están acostumbrados a las misiones especiales, como cuando visitó por sorpresa varios prostíbulos de carretera.

Muchos hombres tienen una crisis cuando llegan a los 50; en cambio, algunas mujeres se sienten más seguras. ¿Es su caso?

El paso de la vida enseña mucho, y a las mujeres, además, nos sienta bien. Ahora me siento mucho más segura que cuando tenía 20, aunque cuando tenía 20 me parecía que ya lo sabía casi todo, y no era verdad. Con el paso del tiempo he ido descubriendo que había muchas cosas que creía saber y en realidad no sabía.

¿No teme que eso le pueda estar pasando también ahora?

Yo he reclamado siempre el derecho a dudar. Relativizo mucho y, sobre todo, dudo mucho. Dudo antes de tomar una decisión, pero cuando la he tomado, entonces soy muy firme en su defensa. Lo que se ve de mí es justamente el proceso posterior a la toma de decisión, y algunos piensan que lo tengo todo muy claro, que estoy muy segura, pero no han visto la parte de la reflexión, de la duda.

Las personas que la conocieron de niña y de joven la definen como una persona extremadamente tímida. ¿Cómo ha conseguido esta metamorfosis?

Es que aún lo soy, aún lo soy. Siempre he sido muy tímida, y siempre ha ocurrido que las tareas que tenía delante me obligaban a hacer un esfuerzo no sólo intelectual o físico, sino también para vencer mi timidez. Recuerdo que en las reuniones de la Asamblea Democràtica de Catalunya, donde nos reuníamos en la clandestinidad, me costaba muchísimo tomar la palabra. Levantar la mano era para mí un suplicio, pero lo hacía, y eso me ayudaba a articular mi pensamiento.

Su llegada al departamento de Interior estuvo marcada por algunas frases que merecieron grandes titulares; por ejemplo, cuando propuso tolerancia cero ante el alcohol en la conducción.

De esa polémica estoy muy contenta porque lo que yo quería era provocar el debate. La posibilidad de que se produzca una interpretación distorsionada la tengo muy asumida desde hace tiempo. Le explico una anécdota de los inicios de mi carrera: joven directora de hospital intenta cambiar unos estatutos muy antiguos y llama a la prensa para explicarlo. El periodista me pregunta: ¿es usted pariente de Jordi Solé Tura? Respuesta: sí. ¿Le ve a menudo? Respuesta: no (porque él estaba entonces casi siempre en Madrid y yo en Palamós). "Bueno, pero al menos le debe de felicitar por su santo", dice el periodista. "Pues mire, en mi familia no somos muy dados al santoral", le digo. Resultado de la entrevista: "La joven directora del hospital, favorable al aborto, con pinta de filipina y un aire a lo Marina Rosell, que es sobrina de Jordi Solé Tura, pero no se lleva muy bien con él porque ni siquiera le felicita por su santo, explica que…".

¿Ha influido su tío en su vocación política?

Yo diría que tanto él como yo hemos tenido las mismas influencias. En cien metros alrededor de mi casa está la historia que explica por qué estoy donde estoy.

¿Y es?

Mi abuelo fue alcalde de Mollet durante la República. Él es el referente político, tanto de Jordi Solé Tura como mío. Era una buena persona que se encontró en medio de un conflicto terrorífico. Alcalde republicano como era, elegido democráticamente, se sintió en la obligación de defender la legalidad democrática frente al alzamiento militar, de modo que llamó a todos los jóvenes de la ciudad para ir al frente y, naturalmente, envió también a sus cuatro hijos varones. Los envió a todos, incluido el más joven, que era mi padre, y que como no tenía edad de combatir ingresó en la Academia Militar. Sólo él sobrevivió. Los otros murieron, o en el frente, o en Mauthausen. Fueron las mujeres quienes tuvieron que hacerse cargo no sólo de la familia, sino también de las explotaciones agrarias, y sobrevivieron como pudieron en una posguerra muy difícil. El nexo de unión entre aquella generación y la que después recuperó la democracia es mi padre, que sufrió las miserias del franquismo, pero se mantuvo fiel a sus convicciones y nos las transmitió a nosotros.

Sus primeros pasos en la política fueron en la extrema izquierda.

Había pasado toda mi vida rodeada de actividad clandestina. Mi padre estaba en Esquerra Republicana y mi tío en el PSUC, y los dos luchaban por derribar el franquismo, pero no lo conseguían. Yo pertenecía a una nueva generación y tenía que buscar un camino diferente. Ellos me parecían revisionistas, así que me hice de un partido mucho más radical, la Organización de Izquierda Comunista de España.

¿Y cómo fue su propio proceso de revisión para acabar militando en el más 'revisionista' de los partidos de izquierda?

Mi padre siempre decía: "Dejadla, que ya madurará". Entonces, esta expresión me indignaba mucho porque me parecía que yo ya era muy madura. Pero llegó un momento en que entendí que la defensa de posiciones marxista-leninistas no llevaba a la libertad, sino a la negación de la libertad. Y eso lo viví en mi propia carne. De hecho, no me fui del partido, me echaron.

¿Por revisionista?

Por pequeñoburguesa. Y por defender que las libertades nacionales de Cataluña son también una reivindicación del pueblo y de los trabajadores. Y además por negarme a estudiar letras porque había que reforzar la organización política de esa Facultad, cuando yo tenía claro que quería hacer medicina. El hecho de que negaran mi propia libertad de decidir precipitó la ruptura.

Estudió medicina, pero al poco de acabar la carrera ya era directora de hospital. Ha sido 16 años alcaldesa, nueve diputada y ahora lleva uno de consejera. ¿Es usted de las que han nacido para mandar?

[Risas]. Bueno, no sé. En realidad, me lo he encontrado sin buscarlo. Mi padre nos enseñó a tener conciencia política, pero nunca nos estimuló a pensar que para defender nuestras convicciones fuera necesario tener un cargo público, y de hecho yo me propuse estudiar medicina y dedicarme a la investigación, algo que en ese momento, para una mujer, de pueblo y de familia humilde, era toda una gesta. Mi familia tenía dificultades para dar a sus hijos una carrera universitaria, pero hizo el esfuerzo porque pensaba que era el mejor legado que podía dejarnos.

Por su formación, había figurado siempre como posible candidata a consejera de Sanidad; en la pasada legislatura, Maragall le encargó, sin embargo, que fuera la consejera de Medio Ambiente del 'gobierno en la sombra', y finalmente ha terminado en Interior, con 11.000 uniformados a su mando.

Es que todo se parece. La seguridad y la sanidad no son tan distintas. Combatir el tráfico de drogas es evitar riesgos, y garantizar condiciones de habitabilidad en las viviendas es garantizar la dignidad de las personas, su salud y su seguridad.

¿Dudó al recibir la propuesta?

Me impactó mucho, esa noche dormí muy poco. Dirigir una policía en un Estado democrático y ocuparse de la seguridad es un reto muy importante, que tiene que ver con la defensa de los derechos fundamentales de las personas.

La izquierda siempre se ha sentido incómoda con la gestión de la seguridad. ¿Cree que ha de reformular su discurso?

Más que reformularlo, lo ha de complementar. Las sociedades son más o menos inseguras en función del grado de cohesión social. La ostentación de gran riqueza al lado de la pobreza extrema es algo que afecta a la seguridad. Por otra parte, los conflictos se encadenan. Ninguno de los grandes conflictos del siglo XX ha terminado de repente, todos han dejado secuelas. Ignorar estos fenómenos conduce a análisis erróneos. Atentados como los de Nueva York, Casablanca o Madrid tienen que ver, por supuesto, con la invasión de Irak, pero también con acontecimientos más lejanos, como la invasión de Afganistán por la Unión Soviética en 1983.

¿Cómo han influido estos grandes atentados en la percepción que la ciudadanía tiene de la seguridad?

En que se siente mucho más vulnerable. Los terroristas utilizan a los muertos como instrumento, para generar miedo en los vivos. Y ese miedo no se remedia poniendo en peligro lo que hemos conseguido con enorme esfuerzo a lo largo de la historia: nuestra libertad.

Tras el 11-S, el Gobierno de Estados Unidos planteó el debate de elegir entre seguridad y libertad. Con la Patriot Act prevaleció la primera.

Es una falsa disyuntiva, y muy especialmente en Estados Unidos, porque una parte del problema se ha generado precisamente por el papel y la forma en que Estados Unidos ha ejercido el poder en los conflictos del mundo. Miles de personas se han sentido agredidas por la política norteamericana y se han convertido en soldados dispuestos a actuar en todo el mundo.

¿Cree que el terrorismo islamista está derivando en sentimientos de hostilidad hacia los inmigrantes de esa cultura?

Sí, entre otras cosas porque no hemos sabido explicar suficiente, ni nosotros ni ellos, que los terroristas atentan al mismo tiempo contra la posibilidad de mantener y aumentar las cotas de bienestar que hemos alcanzado y contra la posibilidad de que los inmigrantes puedan construirse un futuro en paz entre nosotros. Creo que los colectivos de inmigrantes no han hecho lo suficiente para separarse públicamente y más claramente de esos grupos.

El terrorismo islamista es un problema que no figuraba entre las preocupaciones de sus antecesores en el cargo, pero había comandos de ETA que atentaban con mucha frecuencia. ¿Cree que ETA está ahora llegando a su fin?

Los grandes atentados del terrorismo internacional nos han obligado a replantear la cuestión de la seguridad, pero también han hecho tambalear y relativizar el fenómeno terrorista local. Si los Estados democráticos han demostrado que podían aguantar atentados como el de Atocha, es muy difícil que una organización terrorista como ETA sea capaz de poner contra las cuerdas a un Estado que ha mostrado esa solidez. Si todos actúan como han de actuar, las instituciones y las fuerzas políticas, es posible que haya un replanteamiento del fenómeno violento vasco y podamos comenzar a hablar de una tregua indefinida que permita alcanzar en unos años la paz definitiva.

¿Es el momento de dialogar con ETA?

Primero hay una parte que ha de callar: las pistolas. Ningún atentado más.

¿Ha de ser explícita la tregua?

Sí, ha de ser explícita. Porque supone el reconocimiento de que, para que el diálogo pueda prevalecer, se ha de anunciar que las armas callan. Eso me parece muy importante porque legitimará a las partes para hablar abiertamente.

¿Y sobre qué se ha de dialogar?

El diálogo ha de ser casi sin límites. Digo casi porque lo que no puede volver a plantearse es la vuelta a las armas. Pero tampoco podemos pensar que haya palabras tabú. Hemos de poder hablar de todo, aunque haya cosas que obviamente no estemos dispuestos a aceptar. Pero hablar, ¿por qué no vamos a estar dispuestos a hablar? Ésa es precisamente la fuerza del diálogo. El diálogo no tiene límites; si los ponemos, estamos negando su propia definición.

El terrorismo es el gran problema ahora, pero no el único. Usted ha demostrado que también le preocupa la prostitución y las mafias asociadas a ella. ¿Qué propone cuando defiende que hay que regular la prostitución?

En una sociedad que ha ganado cotas de libertad, que el fenómeno de la prostitución crezca es algo que nos debe hacer reflexionar. Porque en torno a la prostitución crece un mercado ilícito que con frecuencia trafica incluso con las personas. Sinceramente creo que una prohibición total no funcionaría; al revés, la situaría en la clandestinidad y daría lugar a una mayor sobreexplotación de quienes se dedican a la prostitución. Pero se han de establecer unas normas para encauzarla; normas laborales, de espacio, seguridad, higiene o salud que se puedan exigir y controlar. Este tipo de requisitos no se puede garantizar en la calle; por tanto, se ha de prohibir la prostitución en la calle.

Cuando llegó al cargo propuso tolerancia cero al alcohol durante la conducción. Y la primera reacción fue de su compañero de Gobierno, el consejero de Agricultura, Antoni Siurana, que se permitió desautorizarla públicamente defendiendo a los productores de bebidas. ¿Cómo se lo tomó?

Todos los sectores económicos, y entre ellos los vitivinícolas, están obligados a atender las demandas de un determinado mercado, y la Administración está obligada a intentar reconducir tanto como pueda determinadas tendencias de consumo para evitar que tengan efectos negativos para la población. Al cabo del tiempo, creo que el mensaje de que el alcohol y la conducción son incompatibles ha persistido.

Dirigir un departamento como el de Interior, donde la tradición que prima es la de la autoridad de la jerarquía, ¿es más difícil para una mujer?

Se ha de entender que en este departamento, a diferencia de otros, hay una parte muy jerarquizada. Eso facilita el cumplimiento de las órdenes, pero dificulta la transmisión de los valores. Los valores, en cambio, necesitan un proceso de explicación, comprensión y asimilación para poder arraigar. Se han de convertir en convicción, y eso es lo más difícil. Yo me propongo que la policía autonómica catalana cumpla bien su cometido en los dos aspectos.

Usted pasó su primer fin de año como consejera en un servicio de emergencias. ¿Es la proximidad un valor femenino de la política?

Es un valor de la política, y pobre de aquel o aquella que no lo ejerza. Hay mujeres de todo tipo, pero en general las mujeres tenemos la suerte de que, hagamos lo que hagamos, no dejamos nunca de ocuparnos de la vida cotidiana, y eso es gestión de la proximidad.

Pasqual Maragall prometió paridad en el Gobierno si ganaba las elecciones. Zapatero prometió paridad. Zapatero ha cumplido, Maragall no. ¿Comparte la decepción de los colectivos de mujeres?

El incumplimiento de Maragall tiene una explicación de carácter partidista, y es que el Gobierno está formado por tres partidos y cada uno de ellos propuso una lista de consejeros que no cumplía con la obligación de paridad.

¿Siente que ha tenido que pagar un precio personal por dedicarse a la política?

No, la verdad es que no tengo la percepción de haber pagado ningún precio. Me lo he pasado muy bien. He aprendido mucho, y nunca agradeceré suficiente, a quienes me han dado responsabilidades, que hayan confiado en mí, porque pasar por la vida intentando mejorar lo que te rodea forma parte de mis objetivos personales.

Si observamos el Gobierno de Zapatero vemos que la mitad femenina suma cinco hijos, y la mitad masculina suma 24. Luego alguna renuncia sí hay que hacer.

No esconderé que hay dificultades, pero no hemos de renunciar a una cosa tan extraordinaria como la maternidad. Ésta es una de las cosas en las que la biología nos ha hecho maravillosamente diferentes. Por mucha responsabilidad que te otorguen, no se ha de renunciar a ella. Se puede renunciar por otras causas personales, en las que no entro, pero no por el ejercicio de la política. Es cierto que la maternidad exige tiempo y dedicación, y la política, también. Yo he tenido a mis dos hijas en momentos claves: la primera, cuando ponía en marcha el hospital de Palamós, y la segunda, siendo alcaldesa de una ciudad que era subsede olímpica. Siempre me lo he montado para poder compatibilizar las dos dedicaciones, a veces muy osadamente, he de decirlo. Por ejemplo, me propuse amamantarlas mientras pudiera sin dejar de trabajar, lo cual implicaba estar dispuesta a darles de mamar donde hiciera falta; si era necesario, en medio de una reunión. La vida no te lo pone fácil, pero hay que plantarle cara. Fruto de mi experiencia, en los centros cívicos de Mollet hay lugares para cambiar a los niños y amamantarlos.

La escritora norteamericana Susan Faludi advirtió en 1991 que se avecinaba una reacción al avance feminista. Ahora las leyes garantizan la igualdad de oportunidades, pero apenas progresamos en puestos de responsabilidad. ¿Qué falla?

Hay una cuestión clave: el momento de máxima competitividad, ya sea en la vida profesional o en la política, coincide con la etapa fértil, la edad de tener hijos, y eso es terrible, porque en ese momento las mujeres tiran la toalla en alguno de los dos ámbitos: o dejan de tener hijos, o dejan de optar a determinadas plazas. Y eso se traslada también a la vida cotidiana. Nosotras lo hemos tenido más fácil que nuestras madres, y espero que las jóvenes no tiren la toalla, aunque a veces me preocupa ver que algunas se adaptan muy fácilmente a posiciones del pasado. Pero si mantienen el ritmo de la lucha, ha de ser posible que en 30 años más podamos hacer realidad el objetivo de compartir con los hombres la mitad de la vida pública y la mitad de la gestión del hogar.

En el último congreso del PSC, usted planteó la necesidad de introducir cambios en los partidos. ¿El proceso de esclerotización es inevitable?

Los partidos no funcionan como yo querría, pero tampoco se ha descubierto una fórmula de participación social que los pueda sustituir. Al contrario, determinadas organizaciones que surgen como alternativas a los partidos acaban comportándose como ellos. Estoy convencida de que la esclerosis es superable, pero hay que empezar por las agrupaciones locales. Hemos de convertirlas en centros sociales, abiertos; escaparates llenos de luz, acristalados incluso, a los que la gente pueda acudir a navegar por Internet y participar con libertad para decir lo que le gusta y no le gusta. No hemos de tener miedo a la crítica, a la divergencia.

La sociedad catalana se articula fundamentalmente entre dos ejes de pertenencia: izquierda / derecha y nacionalista / no nacionalista. Sus coordenadas, ¿por dónde pasan?

Soy de izquierdas, y no soy nacionalista, soy catalanista, que es diferente. Como socialista, me preocupa la sociedad y las personas que la conforman. Y soy catalanista porque creo que ahora más que nunca, con la globalización, lo próximo, lo propio, nuestra lengua constituye nuestra identidad y adquiere una dimensión muy importante, que nos arraiga y nos da seguridades.

Ciertos sectores del PSOE, pero también sindicatos y organizaciones sociales, han criticado que el Gobierno de Maragall haya dedicado una atención preferente a las cuestiones identitarias. ¿Comparte estas críticas?

No. Espero que al final del mandato podamos demostrar que no sólo hemos hecho una defensa de nuestros elementos de identidad en un mundo que tiende a difuminarlos, sino que además hemos sido capaces de llevar a cabo innovaciones en el ámbito social y del bienestar de las personas. Si lo logramos, habremos logrado nuestros objetivos como Gobierno catalanista y de izquierda.

Pero algunos están convencidos de que es peligroso atizar constantemente la pugna de las simbologías.

A los catalanes se nos pide responsabilidad sin que quienes nos la piden estén dispuestos a renunciar a su propia irresponsabilidad. Es irresponsable, por ejemplo, encender el fuego en los territorios por la cuestión del agua, cuando hay soluciones. O por la cuestión del valenciano. Yo lo que pido a quienes critican la posición de Cataluña es que sean responsables en lo que hacen, porque a veces en sus territorios hacen encendidos discursos y levantan conflictos inexistentes sólo para obtener rédito electoral. Algunas comunidades del PP lo están haciendo en estos momentos. Pero al mismo tiempo, Cataluña, si quiere triunfar en la defensa de su personalidad como pueblo, ha de ser muy seria y hacer las cosas bien. Siempre he creído que la visceralidad es la antipolítica. Lo que es político es mantener la serenidad cuando otros la pierden.

Todo el mundo coincide en que ésta es una de sus principales virtudes, que no pierde la calma. Y también se dice de usted que es uno de los valores más sólidos del Gobierno catalán y que podría ser candidata a la presidencia de la Generalitat cuando Maragall se retire. ¿Hacia dónde apunta su carrera política?

Ahora mismo soy consejera del Gobierno de Cataluña, que es un honor que no había pensado tener nunca, y quiero hacerlo bien.

¿Se vería como presidenciable?

No quiero entrar en ese debate.

Pero una mujer con una trayectoria política como la suya, ¿puede ser candidata?

Me gustaría mucho ver a una mujer de candidata a presidir la Generalitat.

Montserrat Tura
Montserrat TuraVICENS GIMÉNEZ

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