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LA CARRERA HACIA LA CASA BLANCA | La economía
Columna
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El gran día de Britney Spears

En las últimas semanas todos los grandes diarios europeos han hecho la glosa de las elecciones norteamericanas, aunque concentrándose, en realidad, en sopesar, esperanzadamente, las posibilidades que tenía el candidato demócrata, John Kerry, de poner fin al reinado del presidente Bush. Pocas veces en la historia, el presunto voto ilustrado del Viejo Continente, y buena parte del que no lo es, se ha mostrado tan unánime en favor de uno de los aspirantes a la Casa Blanca. Como dice un amigo, si los 120 millones de votos de este noviembre presidencial fueran todos de Woody Allen, Europa habría amanecido hoy muy confortada, pero las cosas funcionan de otra manera.

Los sufragios no se pesan sino que se cuentan, y tanto vale el de Britney Spears, que apoyaba a Bush, como los de Bruce Springsteen o el propio clarinetista de Nueva York, que hacían fuerte campaña por Kerry. Estas elecciones, por ello, han tenido escasamente en cuenta una serie de circunstancias que, sin duda, de forma equivocada, parecían importantes en Europa. Veamos algunas de ellas.

La guerra de Irak ha existido este martes bastante menos de lo que habría querido Kerry. Más de 1.100 muertos norteamericanos en el país árabe no son todavía una cifra que decida elecciones, pese al famoso síndrome de Vietnam; decir mentiras desde el Despacho Oval podía tener alguna importancia cuando se trataba de Clinton y una becaria o, simplemente, de asuntos que afecten a una determinada parte del cuerpo, pero no cuando tienen que ver con la invasión de otro país, basada en premisas inventadas o sólo deseadas; que una empresa, Haliburton, íntimamente ligada al halcón tenebroso que ocupa la vicepresidencia, Dick Cheney, haga los más pingües beneficios, sin que medie licitación alguna, no le molesta a tanta gente como para que ello surta efecto electoral; y que en los últimos meses Washington haya abandonado toda semblanza de mediación imparcial en Oriente Próximo, concediendo de antemano y por escrito el desiderátum de las pretensiones anexionistas de Ariel Sharon, sigue entrando en la más inocua lógica de las cosas. Y así.

El frecuente error en la valoración exterior de estas elecciones quizá haya sido creer que Kerry se enfrentaba a Bush, o como se escribió en esta misma columna, a Cheney, de quien Bush II era un mero avatar, cuando los que, en realidad, se han disputado la victoria han sido Bush y Bush. El presidente ha dominado de cabo a rabo la justa electoral, no porque Kerry haya tenido pocos sufragios, sino porque casi todos ellos a quien pertenecían realmente es a Bush, bien porque unos eran a su favor, o porque los restantes se le oponían con idéntico fervor.

América ha tenido que elegir entre sí misma y otra cosa no del todo bien definida; ha debido optar entre un excelente retrato robot de quién y qué es Estados Unidos, el presidente, y una presencia notable, respetable, considerable pero sin el made in USA bien marcado en la frente. Y ya se sabe que en tiempos de turbación, no hay que hacer mudanza. Sólo Bush podía ganar tanto como perder la elección, y entre tan amplia gama de posibilidades, ha salido vencedora la primera.

Europa ha de pensar ahora que ni lo que ha ocurrido es tan tremendo, ni que lo que no ha ocurrido tenía forzosamente que ser una gollería. Al fin y al cabo, Francia seguirá encontrándose a sus anchas marcando diferencial con un presidente que hasta puede que haya aprendido alguna lección de su primer mandato; Alemania y Rusia ya están de antemano perdonadas; y a China, a quien empiezan a salirle instancias que tiene el mayor interés en calificar de terroristas, de origen islámico, no querrá sino ponerse a compartir preocupaciones con Washington. ¿Y Zapatero? Seguramente lo que le queda es invocar la tradicional amistad y alianza entre los respectivos pueblos.

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Este martes 2 de noviembre ha sido el de la victoria de la América más genuina; el gran día de Britney Spears.

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