Espectacular espionaje
En sendos momentos bajos de sus respectivas carreras, Sam Peckinpah y John Frankenheimer, dos de los directores más enérgicos de la historia del cine, acudieron a la letra del escritor neoyorquino Robert Ludlum en busca del espíritu de la clásica novela de espías que pocas veces falla en la pantalla. Clave: Omega, de 1983, y El pacto de Berlín, de 1985, dos películas quizá subvaloradas en su momento pero revitalizadas con el tiempo por una parte de la crítica, colocaron el nombre de Ludlum (muerto en 2001) en el espacio cinematográfico para quien quisiera enterarse.
Sin embargo, hasta el año 2002 nadie más se acordó de su extensa bibliografía para adaptar de nuevo sus textos. Ocurrió con El caso Bourne, un entretenimiento de primera filmado con garra y credibilidad por Doug Liman, con Matt Damon de protagonista. La producción fue tal éxito que, dos temporadas después, aquí tenemos El mito de Bourne, una nueva entrega de las aventuras del amnésico ex espía de la CIA Jason Bourne, una obra aún más redonda que la primera.
EL MITO DE BOURNE
Dirección: Paul Greengrass. Intérpretes: Matt Damon, Joan Allen, Brian Cox. Género: espionaje. EE UU, 2004. Duración: 108 minutos.
Resulta curioso cómo dos autores con una trayectoria tan distinta como Liman (aquí en tareas de productor ejecutivo) y Paul Greengrass, realizador de esta segunda, han llegado a un tipo de dirección tan parecido en sus correspondientes traslaciones de Ludlum.
El estadounidense Liman, procedente del videoclip, y el británico Greengrass, especialista en telefilmes de carácter político, ganador del Oso de Oro en Berlín por Bloody Sunday, aúnan modernidad en la planificación y clasicismo en la narración, un excelente sentido del ritmo (que no confunden con la velocidad) y una seriedad en la composición de sus personajes que no choca en ningún momento con el espectáculo.
En El mito de Bourne, el protagonista, interpretado por Damon (tan bien como casi siempre), continúa en su huida de la organización para la que trabajó y se acentúan los remordimientos por sus actos del pasado conforme recupera parte de la memoria perdida.
Personalidad
El guionista Tony Gilroy (tan capaz de escribir un bodrio tipo Armageddon como de adaptar muy bien a Stephen King en Eclipse total) indaga en la compleja personalidad de Bourne y lo lleva al extremo (como en la secuencia del encuentro en Moscú con la hija del político ruso), sin necesidad de construir un tratado psicológico, pero también sin perder de vista la doble condición de su personaje.
Por si fuera poco, El mito de Bourne contiene además dos de las mejores persecuciones del último cine, tan ultrarreales (alejadas del aspecto de videojuego de la mayoría de las películas-consola de buena parte de las producciones de hoy) como necesarias en la trama.
Dos carreras urbanas, una en coche y otra a pie, que entroncan con dos secuencias del mismo estilo tan potentes como las creadas por William Friedkin para French Connection y por Frankenheimer (de nuevo) para la escena final de French Connection II.
Babelia
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