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Jesús Franco desgrana su autorretrato de cineasta rebelde

Autor de más de 200 películas, publica 'Memorias del tío Jess'

Jesús Ruiz Mantilla

Luce pinta de mito alternativo, de tipo de culto atrapado. Por su trayectoria punk antes de que se inventara el término y su proverbial ahínco provocador, Jesús Franco, el tío Jess para los amigos, ha tejido una carrera atípica que le ha alejado de los grandes circuitos, pero intensa y enormemente productiva, con más de 200 películas a los hombros. Ahora cuenta su vida de niño de la posguerra y eterno joven provocador en Memorias del tío Jess (Aguilar), todo un fresco de pulso alternativo al destino.

"¿Triunfar en España? ¿Ahora? Para qué. No pienso malgastar ninguna de mis energías"

Fue cantante de feria y asistente de Orson Welles. Conoció en persona a Pío Baroja, "que no dejaba de jugar con el manubrio mientras hacía la visita", recuerda. No le gusta que hablen de sus cosas en pasado: "¿Por qué dices hacía si acabo de terminar una película en Alemania?", pregunta espantando de una patada la más mínima sospecha de retirada. "La hemos rodado en Múnich y se titula Flores de pasión. Está basada en el Cantar de los cantares de la Biblia y se supone que es una continuación de otra que hice y se titulaba Flores de perversión, inspirada en el marqués de Sade".

Así son las propuestas de Franco (Madrid, 1930). Para él, Sade merece respuesta sagrada, pero más en el camino de La edad de oro, donde Buñuel y Dalí comparaban a Jesucristo con la figura del marqués, que de cualquier propuesta de cine familiar. Pero tampoco Buñuel le convence: "Bah, era un casposo. En su vida, me refiero. Mira cómo trataba a su mujer, era un machista y, en su cine, un reprimido; si dormía en el suelo", dice Jess Franco.

¿Casposo? "Sí, yo inventé ese término", presume. Una palabra que se aplica mucho al país que lo parió y sobre todo a la época que él describe de forma tan fresca como magistral en sus memorias, donde relata la posguerra, el franquismo, con su tufo nacionalcatólico de misa y mesa camilla en un hogar con padre falangista y 17 bocas que alimentar entre hijos y parientes. "A mí el nacionalcatolicismo me hizo mucho daño. Y mi padre, un gilipollas, franquista pero honrado, nunca llevó a casa más que el mendrugo de pan que le daban, jamás metió mano en el economato", proclama. Y la caspa..., por ahí sigue. "¿No la ves cómo cae en este momento de los árboles?", dice, señalando con su mano torcida y forrada de arrugas.

Habla de esa caspa que tanto ayudó a fomentar el general que por casualidad llevaba su mismo apellido y a quien Jess conoció de pequeñito en el colegio: "Me dijo: 'Hola tocayo'. Y encima se parecía a mí, era bajito y con mala leche, y en su mirada ya se le notaba que era entre hijoputa y cabrón y que se estaba cachondeando de todos nosotros".

Lleva gafas de pasta, el modelo que gastaría Woody Allen si fuera español, pelo blanco en punta y perilla moderna. Si se pusiera boina se daría un aire a Pío Baroja, uno de sus héroes: "Lo conocí, sí. Un día, mi hermana Lola y Julián, mi cuñado [el filósofo Julián Marías], me llevaron a su casa", cuenta. "Estaba sentado con su boina, su bufanda y los pantalones abiertos jugueteando con su cosa, pero sin ninguna intención erótica, no, como un reflejo", recuerda.

Eran los años cincuenta, en los que Jess empezaba a volverse loco con el jazz y la música dodecafónica, que en parte le descubría su hermano Enrique, crítico de EL PAÍS. Formó una banda de músicos que iban por los pueblos y se ofrecían a los marchantes en la plaza Mayor, que es donde se contrataba a las bandas. "Allí íbamos, había como una subasta. Si aparecía algún calvo, les decían que no se preocuparan a los que se interesaban por ellos, que actuaban con peluquín". Así recorrió España, ligó de lo lindo y montó algún altercado. "En algún pueblo nos echaron al arroyo, y eso que tocábamos afinao", recuerda.

Luego llegó el cine. Hizo pinitos en todas las partes del oficio, hasta que se matriculó después de ser ayudante de dirección de Orson Welles en Campanadas a medianoche. Pero fue a costa de algún sueño roto. "Me utilizaron él y Emiliano Piedra para conseguir dinero de una productora. Welles quería trabajar conmigo porque había visto La muerte silba un bluf y me dijo que leyera La isla del tesoro, de Stevenson, para hacer una adaptación. Lo preparé todo, pero al final no se hizo porque el dinero que sacaron para ese proyecto fue a parar entero a Campanadas a medianoche. No creo que me engañaran, pero utilizarme sí, porque yo llegué a creer que llegaría a hacer la adaptación, que era un sueño, con actores ingleses cojonudos", cuenta Jess.

Luego su carrera fue en busca de otros puertos donde descargar la provocación que le pedía el cuerpo. En España no ha triunfado, pero en Alemania, Estados Unidos, en otros países europeos, es un director de culto. "¿Triunfar en España? ¿Ahora? Para qué. No pienso malgastar ninguna de mis energías por un patrioterismo absurdo y antiquísimo. Aquí hay una inercia anti- Jess Franco que no voy a combatir. No pienso romperme los cuernos para eso".

La manía viene porque le tildan de pornógrafo. "Eso y que hago películas de bajo presupuesto", afirma; "pero a mí me gusta mi libertad, aunque eso no quiere decir estar al margen". Como buen hijo del franquismo, huye de los dictados: "Lo que me gusta es que no venga ningún cabrón a imponerme nada. Toco madera, pero no necesito a ningún productor español para subsistir; con los alemanes, me sobra".

Jesús Franco.
Jesús Franco.GORKA LEJARCEGI
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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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