_
_
_
_
_

Los autorretratos de Max Beckmann reconstruyen su vida

El Pompidou abrió ayer una amplia antológica del artista alemán

Un centenar de pinturas, sesenta obras sobre papel y tres esculturas muestran desde ayer en el Centre Georges Pompidou, y hasta el 6 de enero, la trayectoria de uno de los grandes artistas del siglo XX. La antología de Max Beckmann (Leipzig, 1884-Nueva York, 1950), cuya obra está atravesada por los ismos del pasado siglo, será presentada el próximo año en Londres, en febrero, y en Nueva York, en junio.

Max Beckmann vivió años difíciles: fue camillero durante la I Guerra Mundial, engrosó la lista nazi de artistas degenerados en 1937 y tuvo que exilarse, perdió prestigio y situación entre 1937 y 1947, año en que pudo al fin marchar a EE UU, donde moriría poco después.

Admirador confeso de Cézanne, Manet y Delacroix, y secreto de Picasso, Braque y Chagall, Beckmann es un alemán que dice de sí mismo 'haber emprendido una educación europea en Weimar, Florencia, París y Berlín'. Ese aprendizaje está salpicado de autorretratos, desde una tinta de 1901 en que se presenta gritando como un personaje de Munch, hasta la maravillosa pintura de 1950 en que aparece rejuvenecido, apurando un último pitillo y dispuesto a entrar en la eternidad con una chaqueta de un azul deslumbrante. Por el camino hemos visto otros Beckmann, siempre muy serio, a veces perdido entre volutas de humo (1916), en otras sorprendido en su tarea de enfermero (1915), las más posando para desafiar al mundo, ya sea brindando con champán (1919), con un pañuelo rojo anudado al cuello y haciendo rechinar los dientes (1917), como payaso serio de su propio circo (1921), con traje y corbata, ceñudo superviviente de la revolución espartaquista (1923), burgués sombrío y elegante en su smoking nocturno (1936), miembro distinguido de la comedia humana en un retrato de cuerpo entero y frac (1937) o, más sencillamente, como pintor ensimismado y riguroso (1945).

Exilio

La exposición es un auténtico descubrimiento para el público francés que no había visto reunido desde 1931, año de una mítica exposición en la galería Renaissance -36 pinturas- un conjunto de tanta calidad. Esa ausencia del panorama galo se explica tanto por su condición de alemán -los museos franceses sintieron una política reticencia por todo lo germano desde 1870- como por el exilio: más de un tercio de las telas y dibujos procede de los EE UU y sólo dos obras de Francia, de Gran Bretaña y una de España, siendo el resto propiedad de museos alemanes o de particulares.

La tradición figurativa que perpetúa Beckmann está atravesada de expresionismo, nueva objetividad, cubismo y de todos los grandes ismos de los que fue contemporáneo, pero nunca se deja llevar por la norma de esas academias de la ruptura. Él habla de la técnica de la 'autohipnosis' -una variación del método 'paranoico-crítico' de Dalí- para explicar la dimensión simbólica de muchos de sus cuadros, surgidos del sueño. En varios trípticos, Beckmann presenta al artista como un rey que se sobrepone a las miserias de la vida, que lucha contra el peso de la memoria y del destino,que escapa al circo, al casino, a las fiestas mundanas o al burdel. Los grandes mitos reaparecen, Ulises lucha contra las sirenas, Ícaro cae entre rascacielos, gigantescos peces eucarísticos cruzan ante una confusión de ojos de buey, regresa el hijo pródigo y, en definitiva, lo eterno se asoma de manera explícita entre las figuras y se instala en el mundo de Beckmann.

<b><i>Puerta de Génova</b></i> (1927), de Max Beckmann. OBJETO
Puerta de Génova (1927), de Max Beckmann. OBJETO
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_