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Columna
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Un diálogo emancipador

Manuel Cruz

Intentar reconstruir, con las urgencias que la circunstancia impone, el sentido de la obra gadameriana, esforzarse en señalar sus más importantes aportaciones a la filosofía del siglo XX o aplicarse con denuedo de especialista a dibujar un perfil lo más afinado posible del conjunto de sus propuestas, a buen seguro constituyan tareas tan inútiles como improcedentes en este momento. Puestos a realizar una evocación de urgencia, acaso merezca la pena destacar, casi a título de apuesta, aquello por lo que Gadamer muy probablemente será recordado en este nuevo siglo que apenas alcanzó a pisar.

El autor de Verdad y método es, sin sombra alguna de duda, el representante por excelencia de la filosofía hermenéutica actual. Esta caracterización desborda con mucho el ámbito estrictamente académico, el de los filósofos profesionales o el de los eruditos de un cierto periodo de la historia de la filosofía europea. Que Gadamer es el gran teórico de la interpretación significa, a los efectos de lo que ahora importa, que el conjunto de su obra puede ser visto como una formidable reflexión acerca del significado de esa actividad que denominamos lectura. Se podría afirmar, y habría verdad en ello, que Gadamer nos ha enseñado a leer, siempre que a dicha afirmación le atribuyamos toda la profundidad que se merece. Para él la empresa que debe afrontar hoy un pensamiento hermenéutico es la de 'aclarar este milagro de la comprensión que no es una secreta comunicación entre las almas, sino un participar en el sentido compartido'. Los clásicos y sus obras no deben ser vistos como objeto de veneración, lugar sagrado al que acudir en busca de auxilio y guía o, menos aún, tribunal de última instancia en el que dirimir los conflictos del presente. Clásico es, por decirlo con las palabras de Italo Calvino, 'un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir'.

Pero lo que eso finalmente significa es que para Gadamer leer a los autores del pasado es tomarlos como interlocutores, interpelarlos y dejarse interpelar por ellos. En definitiva, restablecer ese vínculo, tan castigado por el pensamiento reciente que denominamos diálogo. Gadamer ha configurado el debate que nos concierne, ha puesto voz a actitudes insoslayables, a modos de encarar lo más grave de cuanto nos pasa. No es un pensador que concite unanimidades, sino que lleva a cabo otra tarea, mucho más específicamente filosófica: da que pensar, incluso a los que están muy lejos de sus posiciones.

Manuel Cruz es catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona.

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