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Reportaje:

Tras los secretos de los faraones

El especialista en el Antiguo Egipto Nicholas Reeves documenta en un libro dos siglos de grandes hallazgos

Jacinto Antón

Una de las preguntas que la gente hace más frecuentemente hoy en día a los egiptólogos, junto a las de qué hay que hacer para excavar en el país del Nilo y cómo leer rápido jeroglíficos, es dónde se encuentra la peligrosa ciudad de los muertos de Hamunaptra. Por supuesto, Hamunaptra, lugar central en las películas La momia, 1999 y El regreso de la momia, 2001, no existe -lo que, desde luego, resulta tranquilizador-. Pero el gran interés por ella revela que los sueños del viejo Egipto enterrado, con sus misterios y riquezas, permanecen intactos. Ahora, un gran libro de uno de los mejores especialistas contemporáneos en antigüedades faraónicas y buen divulgador, Nicholas Reeves, autor de Todo Tutankamón, viene a documentar con una enriquecedora mirada global dos siglos de descubrimentos en Egipto, año por año. Desde la piedra de Rosetta (1799) hasta el Valle de las Momias (2000), El Antiguo Egipto: los grandes descubrimientos (Crítica) traza la apasionante crónica del hallazgo de cientos de tesoros.

El recorrido por los descubrimientos de los últimos años está lleno de sorpresas
'Inmediatamente los árabes destrozaron la momia del rey en busca de tesoros'
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Están en el libro -profusamente ilustrado- el descubrimiento de la tumba de Tutankamón, el del escondrijo de las grandes momias reales en Deir el Bahri y el muy reciente de la enorme tumba colectiva de los hijos de Ramsés II, por supuesto, pero también hallazgos mucho menos conocidos, como el de los dos tesoros de Tell Basta, las joyas de las princesas de las tumbas de Dahshur y las momias de los sacerdotes de Amón de Bab el Gasus, entre otros. Recorrer las páginas de la obra de Reeves es un asombroso viaje, pleno de emociones, a la gran historia de la egiptología y sus protagonistas.

'Entonces, al clavar la azada en la tierra, en un intento último y desesperado, hicimos un descubrimiento que superaba nuestros más audaces sueños'. Esta frase, que contiene toda la excitación de la aventura egiptológica, la escribió hace 80 años el hombre cuya peripecia es el epítome de esa aventura: Howard Carter. Poco después de esa afortunada punción en la vieja y removida piel de polvo y cascotes del Valle de los Reyes, Carter pudo enviar a su patrón, lord Carnarvon, aquel famoso telegrama: 'Por fin, un descubrimiento maravilloso; una tumba espléndida con sellos intactos; felicidades'. Era, claro, la tumba de Tutankamón.

'¿Qué tiene la civilización del Antiguo Egipto que continúa cautivando al gran público?', se pregunta Reeves en el prefacio de su libro. Y continúa: 'La respuesta es sencilla: la egiptología se relaciona con la excitación, tanto física como intelectual, del descubrimiento, y son precisamente los descubrimientos los que han permitido el desarrollo de la disciplina'.

Algunos científicos pondrán sus peros a ese énfasis en la emoción, que puede ser contraproducente en el laborioso y a menudo nada espectacular hilado del tejido del conocimiento del pasado. Pero es cierto que la curiosidad y cierto espíritu romántico son indispensables para asomarse al mundo del Antiguo Egipto.

La excursión que propone Reeves se divide en cinco secciones: El nacimiento del interés (1798-1850), Los primeros arqueólogos (1850-1881), Los años gloriosos (1881-1914), Faraones y mortales (1914-1945) y En busca de respuestas (después de 1945). En la primera, se relatan los descubrimientos resultado de la expedición egipcia de Napoleón, que incluyeron la espléndida tumba de Amenofis III; el hoy perdido papiro Denon, el primero hallado por un occidental (Vivant Denon) en su sitio original (en este caso más que original, pues estaba en la mano de una momia), y la piedra de Rosetta, a partir de cuyas inscripciones Champollion descifró el código jeroglífico. Sigue la aventura tremenda de los Belzoni, Caviglia, Salt, Drovetti y Passalacqua, que pasaron por el fértil campo de las antigüedades egipcias como un apasionado tifón. Un hito es el hallazgo en 1827 del primer enterramiento intacto de un rey egipcio, Nubkheperre Intef. 'Dentro del sarcófago, a lo largo del cuerpo, había dos arcos con seis flechas. Inmediatamente los árabes destrozaron la momia en busca de sus tesoros', relata el excavador griego de Salt, Athanasi.

Con Mariette, descubridor del cementerio de los sagrados toros Apis en 1851 y de otras maravillas, como el célebre Escriba sentado del Louvre, el respeto se impone a una tradición excavadora que incluía con demasiada frecuencia el recurso a la fuerza y la pólvora. En 1855, Anthony Harris halla la mayor colección de papiros jamás descubierta -que llevan su nombre-, incluido el más largo conocido: 40,5 metros.

En 1881, Maspero asistió a uno de los más extraordinarios espectáculos que ha sido dado presenciar a mortal alguno: las momias de 12 faraones, entre ellos algunos de los más grandes, como Ramsés II y Seti I, yacían ante él en el oscuro escondrijo de Deir el Bahri. Salieron los años siguientes a la luz los archivos de Akenatón en El Amarna, los retratos de El Fayum, los papiros de Oxirrinco y el gran descubrimiento de estatuas del escondrijo de Karnak (1903), casi un millar

Son tantas las maravillas: Schiaparelli descubre en 1904 la bellísima tumba de Nefertari; Reisner, entre 1908 y 1910, las famosas estatuas de Micerino; Borchard, en 1912, el taller del escultor Thutmose en El Amarna, en el que apareció el inmortal busto de Nefertiti.

En la fabulosa lista de hallazgos hay también lugar para pequeños detalles, como éstos de carácter filológico: en 1896 se descubre la única mención a Israel en un texto (es en una estela del faraón Merenptah y la encuentra, bromas del destino, un sabio apellidado Spiegelberg) y en 1906 se lee por primera vez la palabra nieve (srq) en un monumento faraónico.

El año 1922 se inscribe con letras de oro en el libro de la egiptología: es el año del descubrimiento de la tumba de Tutankamón. El mundo queda deslumbrado por el reflejo dorado del joven príncipe, pero siguen llegando los hallazgos magníficos: la tumba de Meryetamón, con el bellísimo sarcófago antropomorfo de la reina, de madera, en 1929, y sobre todo las tumbas reales de Tanis, descubiertas por Montet en el aciago año de 1939.

En 1952, el egiptólogo local Muhammad Zakaria Goneim descubrió bajo la arena ¡una pirámide! Era la pirámide perdida de Sekhemkhet. No estaba entera, cierto, pero los restos eran más que considerables e incluían salas subterráneas. En una se halló un sarcófago vacío. Goneim se obsesionó con la idea de que el fantasma del rey era un ser diabólico. Y se suicidó tres años más tarde lanzándose al Nilo.

El recorrido por los descubrimientos de los últimos años está lleno de sorpresas: en 1988, el profesor Zivie se asomó, el primero en 3.300 años, a la cámara funeraria del visir de Akenatón Aperel. Una veintena de estatuas aparecieron en 1989 en el templo de Luxor, bajo el suelo que millones de turistas habían pisado. Y desde 1994 no dejan de ascender, como del océano de los sueños, cientos de antigüedades hundidas en la rada de Alejandría.

Reeves acaba su recorrido en el año 2000 y recuerda que se calcula que el 70% de los monumentos egipcios están por descubrir. 'Sin duda', escribe, 'encontraremos más estatuas, tesoros y escondrijos, más barcas solares y papiros rituales; quizá, incluso, hallemos una tumba que eclipse el esplendor de la de Tutankamón'.

Quién sabe. El pasado 5 de noviembre, se anunció el hallazgo en Giza de la tumba del médico de la corte Qar, entre cuyo ajuar figuraban 22 magníficas estatuillas de dioses en bronce. Y mañana...

Estatuas halladas en Alejandría en junio.
Estatuas halladas en Alejandría en junio.AP

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Sobre la firma

Jacinto Antón
Redactor de Cultura, colabora con la Cadena Ser y es autor de dos libros que reúnen sus crónicas. Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona y en Interpretación por el Institut del Teatre, trabajó en el Teatre Lliure. Primer Premio Nacional de Periodismo Cultural, protagonizó la serie de documentales de TVE 'El reportero de la historia'.

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