'La vejez siempre suaviza'
John Trulock, su tatarabuelo, fue un corsario que murió de fiebre amarilla mientras navegaba, y una parte de su familia, conocida en Galicia como los Moranes (cosas meritorias), se caracteriza por tener cara de caballo y los dientes separados. Camilo José Cela (Iria Flavia, 1916) recoge esos detalles de su árbol genealógico y otros recuerdos de infancia en La rosa (Espasa), una reedición con 50 páginas que no fueron incluidas en la primera publicación del libro, en 1959, y que abarca hasta los 11 años del escritor.
Sus obras superan el centenar y ha tocado con fortuna todos los géneros. A estas alturas, muy pocos cuestionan la categoría literaria del autor de La familia de Pascual Duarte y La colmena. Galardonado con los premios literarios más importantes, como el Nobel o el Cervantes, Cela llega con puntualidad británica (su madre era inglesa) a su cita en la Real Academia Española, donde ayer asistió a un pleno.
Pregunta. ¿Qué es lo que frena en estos momentos su pluma para ampliar sus memorias?
Respuesta. Ahora saldrá una nueva edición de Memorias, entendimientos y voluntades, que va desde que llego a Madrid hasta que publico La familia de Pascual Duarte. O sea, que ahí se pilla de lleno la guerra civil
P. La redacción de La rosa se planteó en un principio como un proyecto periodístico
R. No, no. Lo que pasa es que había la costumbre de publicar en folletón, en las revistas o en los periódicos. Todo El espectador de Ortega se publicó en El Sol, costumbre muy saludable aquélla.
P. ¿Ha modificado o corregido algo en la versión íntegra que se edita ahora?
R. No he corregido absolutamente nada; he añadido los 11 capítulos que estaban extraviados, cuya existencia me la delató un amable lector de Murcia, al que aludo en una nota al principio del libro.
P. ¿A qué achaca la falta de una tradición autobiográfica en España: al pudor o a la hipocresía?
R. Ese género, en España, no ha tenido nunca muchos cultivadores. No creo que se deba ni a la hipocresía ni al pudor. No hay literatura de memorias, como tampoco hay apenas literatura epistolar. El español es, sobre todo, poesía y novela; menos ensayo. Eso va en países y en costumbres.
P. Sin embargo, ahora Fernán-Gómez, Marsillach, Jesús Pardo o Mario Muchnik, por citar algunos nombres, acaban de publicar sus memorias. ¿A qué cree que se debe esa avalancha repentina?
R. Mujer, a que quizás se esté poniendo de moda el género o esté teniendo más adeptos, de lo cual me alegro, pero no creo que sea una gran eclosión; lo que ocurre es que antes era un paisaje absolutamente yermo.
P. Sí, prácticamente sólo los políticos publicaban sus memorias.
R. Pero eso es otra cosa, porque casi siempre las escribían en son de disculpa de algo.
P. Cuando era un adolescente consideraba que 'el amor es un desequilibrio del sistema nervioso y que la mujer no es para ser amada, sino para ser temida y poseída'. ¿Ha cambiado de opinión tras dos matrimonios?
R. Esa frase está muy influida por Ortega, pero no estoy muy en desacuerdo con eso [risas]. No mucho, aunque la vejez quizás haya suavizado un poco las cosas. La vejez siempre suaviza.
P. En La rosa sostiene también que ahora que es 'mayor y académico, y escritor conocido y traducido', no tiene ni una teja ni un palmo de tierra que sea suyo y que lo único que tiene es un hijo. ¿Significan esas pocas líneas un puente para la reconciliación con su hijo?
R. No estamos enemistados.
P. Creía que apenas se relacionaban.
R. No hay ningún distanciamiento, aparte de que todo eso pertenece a la vida privada.
P. Llegar a ser 'ministro, embajador o académico tiene su gracia e incluso sus gotas de emoción, pero una vez conseguido pierde encanto'. ¿Qué análisis hace de su paso por la Academia después de trabajar aquí durante 43 años?
R. De hecho, soy el segundo académico más veterano, después de Laín Entralgo. El balance de estos años es muy positivo, aquí he aprendido muchas cosas; entre otras, normas de convivencia. Ésta es una casa que es una gran desconocida, tiene grandes valores y los ha conservado siempre. Fíjese que las bajas por decreto que hizo el general Franco la Academia no las cubrió hasta que no murieron todos y cada uno de los expulsados.
P. Hace unas semanas, un académico, el día de la muerte de Rafael Lapesa, decía que, además de un sabio, era un hombre que no tenía enemigos en la Academia. ¿Hay una guerra interna en la Academia?
R. No, no, en absoluto. Supongo que habrá algunas enemistades personales, pero no otra cosa.
P. Marina Castaño, su actual esposa, va a publicar en breve su primera novela. ¿La ha leído?
R. Sí, sí. La editan en mayo, la he leído y me parece muy bien, pero me parece ridículo que yo lo diga.
P. Su opinión es importante no sólo como esposo, sino como personaje destacado de la literatura española.
R. En absoluto. A mí me parece muy bien la novela, está muy bien llevada... Toda la soledad es el título.
P. ¿Qué opina de la polémica creada tras la concesión del Premio Cervantes a Umbral?
R. Ni entro ni salgo. Hay un acta que se levantó y que firmamos todos, y cuando se produjo aquella situación tan estúpida, los periodistas me llamaron, pero no dije ni una palabra a nadie.
P. La familia de Pascual Duarte, considerada como una obra maestra, fue alcanzada por el largo brazo de la censura; sin embargo, usted fue censor. ¿Qué recuerda de esa época?
R. Censura..., todo eso ya huele a puchero enfermo; se ha escrito ya un libro de Justino Sinova y a él me remito.
P. ¿En qué está trabajando ahora?
R. Un libro no existe hasta que está editado y en manos del lector, mientras tanto es una vana fantasmagoría. A mí, lo que me gusta de la literatura es el hecho de escribir; si después me publican una bella edición, muy agradecido; una buena crítica, pues también; si se vende, pues usted verá; pero todo eso no importa, lo que importa es el hecho de escribir.
P. Ahora que se ha abierto el plazo para cubrir la vacante de Buero Vallejo, ¿piensa proponer como académico a Francisco Umbral?
R. No sé, ya veremos. Aquí, lo mejor es no anticipar nada. A ver por dónde salen los tiros y a ver cómo se orientan las tendencias.
P. A estas alturas de su vida, ¿lee o relee?
R. Releo. He tenido una gran capacidad de lectura, una gran voracidad, leía todo lo que caía en mis manos, pero ahora un libro, para que yo lo lea, tiene que venir avalado o recomendado.
P. ¿Cómo se enfrenta al folio en blanco?
R. Escribo a mano y soy muy poco maniático. Me es igual el tamaño del papel, la calidad, un lápiz, un bolígrafo, un rotulador. Antes, cuando vivía en la ciudad, trabajaba por la noche un poco a contrapelo del ruido y de la gente, pero desde que vivo casi en el campo trabajo a cualquier hora.
P. A usted, que ha escrito más de cien libros y que ha tocado todos los géneros, parece que le cueste enfrentarse a sus memorias más recientes.
R. En mis novelas hay mucha memoria mía, especialmente en La colmena como en San Camilo 1936 o Madera de boj.
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