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Verdi después de Verdi

El pistoletazo de salida del año Verdi se ha adelantado. El compositor más popular de la historia de la ópera falleció el 27 de enero de 1901, curiosamente el mismo día que en 1756 nació Mozart. El año Verdi tiene su epicentro en Milán, entre otras razones porque allí murió el compositor, y, operísticamente hablando, comienza hoy en La Scala con Riccardo Muti dirigiendo Il trovatore en una esperada apertura de temporada. En España el centenario ha adquirido también tintes madrugadores. García Navarro va a dirigir en el Teatro Real asimismo Il trovatore, tercera entrega del ciclo dedicado por el coliseo madrileño a las óperas de Verdi con tema español. En cuanto a la polémica sobre cómo afrontar Verdi hoy, ha saltado con fuerza esta semana en España a propósito de dos montajes de diferente signo presentados en el Liceo de Barcelona y en la Maestranza de Sevilla.Aunque el Réquiem será con toda seguridad la obra más recordada (serán de gran interés los que van a dirigir Muti, Chailly y Abbado, este último en Berlín con el Orfeón Donostiarra y el coro Eric Ericson), especialmente alrededor del 27 de enero, las óperas de Verdi van a ocupar una parte preferente de las programaciones de teatros líricos y festivales durante 2001.

Lo que podríamos llamar actualidad de Verdi permite, gracias a las grabaciones y a los soportes visuales, una reflexión con perspectiva sobre su figura que abarca aspectos interpretativos y escénicos. No existen dudas sobre los valores musicales en sí, al menos a partir de la prodigiosa trilogía popular -Rigoletto, Il trovatore, La traviata- y, si se quiere, incluso a partir de títulos anteriores como I masnadieri, Macbeth o Luisa Miller. Lo prodigioso en Verdi es la espectacular evolución que va desde Oberto, conte di San Bonifacio hasta Otello o, ciñéndonos al terreno más insólito de la comedia, desde Un giorno di regno a Falstaff. El Verdi juvenil está teniendo cierta recuperación últimamente, después de haber sido bastante denostado durante años, aunque su apreciación está más ceñida al terreno vocal y nostálgico. El Verdi medio y el de madurez son fuentes inagotables de estímulos. Tal vez no se cante ahora con la misma plenitud que hace unas décadas debido a las crisis de ciertos tipos de voces verdianas, pero lo que está fuera de todo tipo de dudas es que la capacidad de comunicación del compositor italiano se renueva, aunque poniendo la primacía en otro tipo de valores como los derivados de la simbiosis entre aspectos teatrales y musicales. De ahí la creciente estima de títulos como Un ballo in maschera, Don Carlo, Otello o Falstaff .

Otra cuestión es si las óperas de Verdi se prestan a montajes transgresores o, por el contrario, requieren una fidelidad total a la ambientación original. ¿Es válida, por ejemplo, la traslación de la marcha triunfal de Aida a una casa de juegos en Las Vegas? ¿O Rigoletto ambientado en el mundo del hampa? ¿O La traviata haciéndose eco del problema del sida? ¿O Un ballo in maschera en un Parlamento político? El tema es discutible, porque tanto las opciones tradicionales como las "rompedoras" tienen un efecto impactante si están soportadas por sólidas prestaciones musicales. Lo fundamental, en uno y otro sentido, es que las producciones se realicen con criterio y no gratuitamente, con imaginación respetuosa y no con rutina o ganas de provocar por provocar.

En cuanto a la utópica existencia de un Verdi en el siglo XXI, o cómo debería ser una nueva ópera para tener el mismo grado de resonancia que hoy tiene, es un tema imposible, porque no se puede comparar lo incomparable, del mismo modo que no se puede comparar a Velázquez con Barceló, o a Stendhal con Pérez Reverte. Las óperas nuevas han perdido peso específico en la sociedad actual, entre otras razones porque el ocio y la creación artística demandan otros tipos de cultura y entretenimiento, pero la ventaja que tiene el espectador de hoy es la posibilidad de simultanear toda la historia de la lírica, desde Monteverdi hasta Henze, y enriquecerse con ello. En cualquier caso, al igual que muchos lectores no quieren saber nada de lo que se escribe hoy, muchos aficionados líricos no pasan de Puccini. Están en su derecho. La libertad es una de las reglas del juego en el universo del consumo artístico. Libertad para escuchar a Verdi, o para detestarle. Verdi sucediendo a Verdi. Como se canta en la fuga final de su última ópera, "todo en el mundo es burla".

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