'De Weimar a París' cayó en Madrid
Pasó lo que es el gran terror del cantante: Ute Lemper se quedó sin voz cuando apenas llevaba media hora de representación: estaba apareciendo extraordinaria, y recibiendo aplausos por su calidad y risas para su humor por parte de un público felizmente plurilingüe, cuando se tuvo que detener y explicar que se iba un rato. Y fue para siempre. Algo, dijo, que pululaba por el aire de Madrid, la había alcanzado. Pulula, en efecto: es un otoño de toses y moqueros. Yo mismo estoy en ello. Ute estaba ya con su traje rojo de vampiresa (y sus burlas de las mujeres-fiera), con un fino cuerpo de treinta y varios años, bella, y a mí me pareció que dotada de una voz extraordinaria, aunque algunos finos oídos me dijeron que desde el principio notaban que algo le sucedía: creámosles. Yo, desde luego, no. Notaba su voz de siempre, esa voz cuya tesitura es amplia y valiente, casi como la de Yma Sumac, capaces de graves profundos a agudos: limpios, bien acompañada por tres músicos y más instrumentos técnicos. Y el estilo. En el título del recital frustrado estaba el nombre de dos ciudades: De Weimar a París; es decir, del cabaret de antes de Hitler a la canción de la postguerra mundial. Faltaba otra ciudad: Nueva York: a pesar de sus bromas y de sus caricaturas, la manera de Broadway estaba siempre presente. El cabaret alemán era ordinario, audaz, sexual y político: todo el que haya visto el espectáculo Cabaret -sin ir mas lejos: y Ute lo interpretó y lleva canciones de él- sabe algo de eso, y sabe algo más: que de ahí, por la prohibición y el exilio, salieron compositores como Weill y Eisler, y el estilo de un dramaturgo: Bertolt Brecht. Entre numerosas cantantes y canciones, hubo dos creadoras que se pueden encontrar a veces en Ute Lemper: Zarah Leander y Marlène Dietrich. Zarah, casi olvidada -desconocida fuera del ámbito del Reich perdido-, tenía una voz grave, casi masculina -el estilo de aquel lugar y aquella época- y un juego de matices para escenario íntimo, pequeño. Se quedó con Hitler. No seré injusto con esa expresión: se quedó en Alemania. Y la gran etapa de la canción francesa de postguerra. También en Ute Lemper hay huellas y la mención a París es una manera de homenaje. Y, cómo no, alguna resonancia de musicalidades excepcionales: Sinatras o Garlands. Bien, esta vez nos lo perdimos casi todo. Así y todo, no hubo ninguna protesta: la decepción y la frustración no culparon a nadie: se había visto la voluntad de Ute Lemper de salir aun estando enferma, y la ronquera de la voz con la que anunció la suspensión del espectáculo durante unos minutos. Pero poco a poco se fueron encendiendo las luces de la sala, y cuando se anunció la pérdida definitiva ya se había intuido.