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Los números cantan

Los dos grandes coliseos líricos españoles están estos días de actualidad por razones muy distintas: la vuelta como director general de Josep Caminal al coliseo de las Ramblas desde el próximo 7 de julio y la espectacular visita de Daniel Barenboim y sus músicos al Real, en el marco de un acuerdo de tres temporadas, en las que, además de Tristán e Isolda y Don Juan, traerán a la capital del reino títulos líricos tan señeros como Los maestros cantores, Fidelio, Lohengrin y Wozzeck. Publicaba EL PAÍS, en su edición de Barcelona el pasado 5 de mayo, un estudio detallado de los presupuestos del Liceo y el Teatro Real, comparándolos además con los de los grandes teatros europeos, para llegar a la conclusión de que los dos principales teatros españoles están alejados de los considerados de primera fila en el Viejo Continente, situándose en lo que podríamos llamar segunda división, al nivel de Bruselas, Génova, Ginebra y Lyón.

Resumiendo los cuadros económicos elaborados, se podría establecer una división de los teatros de ópera europeos en tres niveles. En el primero, con un presupuesto por encima de los 10.000 millones de pesetas, estarían la Ópera de Berlín, la de París, la Scala de Milán, la Staatsoper de Viena y la Royal Opera House Covent Garden de Londres. En las dos primeras se contempla la totalidad de teatros líricos de cada respectiva ciudad, pero tanto en el caso de los tres berlineses -Deutsche Oper, Staatsoper y Komische Oper- como en el de los dos parisinos -Bastilla y Palais Garnier- la valoración conjunta eleva los presupuestos por encima de los 20.000 millones de pesetas. En una segunda línea, entre 7.000 y 10.000 millones de pesetas, están la English National Opera de Londres y la Ópera de Zúrich. Y por debajo de los 7.000 millones se encuentran el Real y el Liceo, acompañados de teatros como los de Bruselas, Génova y otros varios.

En la visita de Barenboim y la Ópera Estatal de Berlín a Madrid se ha hablado mucho de dinero, barajándose la cifra de 425 millones de pesetas como coste de las dos óperas que se están representando estos días y un concierto sinfónico. La comparación, en lo que va de año, con el coste de las producciones propias del Teatro Real ofrece bastante luz sobre modos y maneras de funcionamiento. Lady Macbeth de Mstenk, por ejemplo, tuvo un presupuesto de 268 millones, y Don Quijote, de 232 millones. Para Celos aun del aire matan, con la que se inicia la próxima temporada, están previstos 270 millones. El último dato que tengo de producciones alquiladas, La forza del destino, no es tampoco ningún saldo: 160 millones de pesetas. Con los números en la mano, la visita de la Ópera de Berlín no es tan cara y ha dejado, entre otras muchas cosas, al descubierto la necesidad de contar con una orquesta de fuste en el foso para garantizar un nivel de calidad satisfactorio.

Es precisamente en el terreno de las orquestas donde tanto el Real como sobre todo el Liceo deben poner especial atención si quieren ir dando el salto artístico a la primera división europea de teatros de ópera. Josep Caminal se va a encontrar con este delicado tema encima de la mesa a su regreso. De lo que no hay duda es de que, con su habilidad habitual, sabrá encontrar una respuesta aceptable. Es una de sus pruebas de fuego, además de la de conseguir la homologación del presupuesto del Liceo (5.673 millones) respecto al del Real (6.542 millones).

El Liceo ha anunciado ya su próxima temporada con la espectacular inauguración con el estreno de D. Q. Don Quijote en Barcelona, de José Luis Turina, Justo Navarro y La Fura dels Baus, en una coproducción con el teatro Maestranza de Sevilla y con la Fundación Internacional para una Historia de la Civilización Europea. La programación del Liceo está llena de coherencia, atractivo y hasta espíritu abierto, con sesiones golfas y actividades educativas incluidas. El Real presenta la suya el próximo 27 de junio, pero mientras tanto se ha descolgado con una medida de estilo de posguerra: el castigo de empleo y sueldo y la amenaza de expulsión, si reinciden, a los acomodadores que se tiñeron el pelo de colores en la primera de las representaciones de Tristán e Isolda como reivindicación pacífica de sus derechos laborales. Es algo que recuerda la prohibición de algunas oficinas de llevar barba a sus empleados allá por los cincuenta y sesenta. Si un grupo de espectadores se tiñese el pelo, ¿también les llamarían la atención? En fin, el Real.

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