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Cansancio de Clinton

Más del 50% de los norteamericanos desea la jubilación política del presidente, Hilary y Al Gore

"Cansancio de Clinton" lo llaman los analistas de las empresas de sondeos y los medios de comunicación. Este fenómeno, normal tras siete años de presidencia y monumentales escándalos, está marcando el comienzo de la campaña electoral para las elecciones presidenciales de Estados Unidos. Su principal víctima es Al Gore, cuya candidatura se ve lastrada por su asociación con un presidente que el 54% de los norteamericanos, según Reuters, o el 53%, según The Washington Post, ya querrían ver jubilado en la mansión de los suburbios de Nueva York que él y Hillary acaban de adquirir por 1,7 millones de dólares.Más pronto que nunca, la campaña presidencial, que culminará con los comicios de noviembre del 2000, está en marcha. Y, también de modo algo prematuro, Clinton entra en esa categoría que los norteamericanos llaman "pato cojo" (lame duck), el presidente que ya no puede aspirar a la reelección y que apura su segundo mandato con decreciente influencia en los asuntos internos. Hasta enero del 2001, Clinton sigue siendo comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de EE UU, lo que le sigue otorgando un peso decisivo en la escena internacional. Pero sus iniciativas internas, como el control de las armas o la reforma del sistema de pensiones, ya tienen escasas posibilidades de ser aprobadas por el Congreso. La clase política, los negocios, los medios de comunicación y el pueblo comienzan a pensar en su sucesor.

El demócrata Bill Bradley, que fue una estrella del equipo de baloncesto de los New York Nicks antes de ejercer como senador por Nueva Jersey, ha retado a su correligionario Gore. Aunque la tradición establece que el vicepresidente en activo tiene asegurado el nombramiento de su partido como candidato a la Casa Blanca, las aspiraciones de Bradley ya no provocan el escepticismo de hace apenas unas semanas.

Bradley juega a fondo tres cartas: su imagen de hombre honesto, su franqueza al hablar de temas conflictivos (es partidario del control de las armas y de la reforma de los métodos corruptos de financiación de la política estadounidense) y sus críticas a la presidencia de Clinton, cuya prosperidad económica, según denuncia, ha favorecido a los ricos sin mejorar de modo significativo a los trabajadores.

A favor de este francotirador juegan el poco carisma de Gore y el sentimiento de que su presidencia sería una continuación de la de Clinton. Más de la mitad de la población, incluidos muchos votantes demócratas, desean poner punto final a la era del político de Arkansas. Eso daña también a Hillary Clinton, que aspira a un puesto en el Senado por Nueva York. El 60% de los norteamericanos desean que Hillary se jubile políticamente con el presidente.

Clinton da la impresión de tener cada vez menos cosas que hacer. Sus partidos de golf se prolongan durante horas y encuentra tiempo para tocar el saxofón en los actos electorales de la primera dama. Pero las aspiraciones de Hillary le provocan problemas. Hillary critica el indulto concedido por el presidente a una docena de independentistas puertorriqueños, y la comunidad judía de Nueva York le exige que presione a su esposo para que libere a Johathan Pollard, el topo israelí en el espionaje estadounidense.

Gore, entretanto, no acaba de despegar. George Bush, el principal aspirante republicano, le ganaría hoy las elecciones presidenciales al vicepresidente, con el 60% de los votos frente al 36%, según la encuesta de Reuters o el 56% frente al 37% según la de The Washington Post. Curiosamente, Bush ha salido reforzado de la ambigüedad con la que afrontó, en agosto, las acusaciones de que fue consumidor de cocaína. El gobernador de Tejas se ha beneficiado en este primer escándalo de la campaña del mismo fenómeno que salvó a Clinton en el caso Lewinsky. Rechazando el viejo puritanismo y demostrando una nueva madurez, los norteamericanos aprueban que sus líderes se salgan por peteneras cuando algún inquisidor les hace preguntas sobre su vida privada.

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