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Cuando la unión separa

Andrés Ortega

La Unión Europea está pensada para unir. Por ello resulta absurdo que por efecto de la atracción que ejerce llegue a separar a los que aspiran a entrar en ella, a romper en vez de construir. No es una cuestión abstracta, sino lo que está ocurriendo con la exigencia que le ha planteado la UE a la República Checa de que, si quiere ingresar, tiene que renunciar a la unión aduanera que la une con su antigua hermana Eslovaquia. Algo similar puede ocurrir con otros casos, ya sean las relaciones de Eslovenia con el resto de la antigua Yugoslavia, la unión entre los Estados bálticos o los vínculos con Ucrania. Aunque técnicamente le ampare la razón a la UE , si la Unión separa es que está mal enfocada. Pues lo que pretende quebrar tendrá que recomponerlo después a mayor coste, sobre todo si lo que se perfila a la larga es un gran mercado continental, de Vladivostok a Reikiavik. La checa y la eslovaca son dos economías íntimamente unidas que decidieron constituirse en unión aduanera por la que circulan libremente bienes y servicios y que tienen unos aranceles exteriores comunes (que sí habrá que revisar) cuando Checoslovaquia se rompió en 1993. Aunque el comercio entre ambas se ha reducido, sigue representado una quinta parte del total. Ahora la UE le pide a Praga que rompa este vínculo. La Unión Europea es un club exclusivo, pero no puede serlo tanto. La geometría variable, las velocidades diversas o la cooperación reforzadas deben servir para que unos vayan más rápido en la integración y tiren de los demás, dentro o fuera. No para romper cuerdas. Menos las de estos países que han pasado y pasan momentos económicos muy duros. Incluso Hungría, que va mejor, diez años después del fin de la guerra fría, tiene un producto interior bruto un 10% inferior al de 1989.

Tras el último Consejo Europeo, en Colonia, una vez superados los problemas de la financiación de la UE para los próximos siete años, parece haber ganado la causa de una ampliación más rápida con periodos transitorios muy largos en vez del "vuelva usted mañana" que había imperado hasta entonces. El 2002 o 2003 para el ingreso de los primeros nuevos socios se ha convertido en una hipótesis de trabajo. Quizás en esta aceleración, Eslovaquia, que está intentado recuperar el tiempo perdido tras desembarazarse del funesto Meciar, pueda llegar a acceder con la República Checa, lo que resolvería el problema en cuestión. También ha desempeñado un papel en este cambio de perspectivas la crisis de Kosovo, aunque introduciendo una división más en esta Europa: ya nadie quiere ser balcánico -denominación de origen que se ha vuelto apestosa para ellos mismos-, sino centroeuropeo o, a lo sumo, de la Europa del sureste.

En cierto modo, el dilema ante el cual Bruselas ha puesto a Praga es el dilema de Europa. Vaclav Havel insiste siempre en que la ampliación tiene una importancia histórica para toda Europa, también la occidental, y no sólo para el otrora Este. Mas para esta ampliación, que puede cambiar el ser de Europa, no hay una ruta de viaje, ni un punto de llegada trazado. La ruta habrá de perfilarse en diciembre en Helsinki. En cuanto al punto de llegada, sigue sin fijarse, por temor a que intentar definirlo lleve a tensiones desgarradoras en la UE. De momento se mantiene el sistema incrementalista y la definición paso a paso con las propias negociaciones de adhesión, pues no parece que quepa esperar demasiado de la próxima conferencia que ha reformar para completar lo que no logró el Tratado de Amsterdam. Quizás pueda servir para iluminar el camino el intento de la actual presidencia finlandesa de la Unión de aprobar una declaración del milenio sobre el porvenir de Europa que puede tener mucho de retórica, pero que también podría servir para un debate sobre el camino a seguir por la UE. Un debate ya ineludible, pero para el que los miopes necesitarán gafas para ver lejos.

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