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La Bienal de Venecia sale de la crisis con una mezcla de generaciones y culturas

El comisario Szeemann amplía los espacios de exposición y la participación de artistas

La 48ª edición de la Bienal de Venecia, presentada ayer a los medios y que estará abierta al público entre el 13 de junio y el 7 de noviembre, tiene el sello característico de su comisario actual, el suizo Harald Szeemann, una de las personalidades más prestigiosas en el terreno de la promoción del arte contemporáneo. Szeemann propone aire fresco con una mezcla de generaciones y culturas, con más espacios para los artistas, donde destaca la presencia de los chinos. En el pabellón de España estarán Esther Ferrer y Manolo Valdés.

, ENVIADO ESPECIAL

Aunque el comisario general interviene de manera muy indirecta en lo que presentan los respectivos pabellos nacionales, que tienen todos comisarios específicos nombrados por los gobiernos correspondientes, su acción gravita de lleno en el diseño general de la Bienal y es él el responsable de la muestra titulada Apertutto y de la que se exhibe en el pabellón central, el de Italia. Lo primero que ha hecho Szeemann en este área de su competencia directa ha sido ampliar el espacio tradicionalmente usado al respecto, añadiendo al lugar de siempre de las Corderie los muy interesantes de los depósitos de Artiglierie, Polveri, Gaggiandre, Tese y los pasajes entre Artiglierie-Tese y Corderie-Artiglierie. Todo lo cual ha supuesto una verdadera y espectacular ampliación del espacio de exhibición. Esta formidable y bella ampliación le ha permitido no sólo dar cabida a un mayor número de artistas invitados, sino, sobre todo, presentarlos con una holgura que resulta esencial en el caso de las grandes instalaciones, hoy tan características. Por otra parte, Szeemann ha enhebrado un discurso donde se mezclan generaciones y culturas diversas, además de proporcionar una visión más equilibrada entre las aportaciones europeas y americanas.

Pabellones

En cualquier caso, destaca la presencia singular de artistas chinos, que suman casi el 75% de lo seleccionado procedente del Tercer Mundo. Esta masiva presencia de artistas chinos constituye quizá la sorpresa más estimulante de la presente edición, pues la mayor parte de ellos son totalmente desconocidos y francamente interesantes. En el pabellón de Italia, Szeemann ha mezclado una línea vanguardista occidental y clásica, con James Lee Byars, Katherina Frisch, Louise Bourgeois, Sigmar Polke, Dieter Roth, De Dominicis, Kippenberger, Schifano y alguno de estos artistas chinos y otros valores emergentes occidentales. Entre los artistas chinos destacan Ai Weiwei, Wang Du, Wang Xingwei, Fung Lijun, Yang Sachin y Qui Shi-hua. En lo que se refiere a los pabellones nacionales, cuya característica es la de una obligada irregularidad, hay que señalar en esta ocasión el acierto de algunos en concreto, como, por ejemplo, el alemán, con la presencia de Rosmarie Trockel; el británico, con la de Gary Hume; el francés, con las de Jean-Pierre Bertrand y Huang Yong Ping; el de Holanda, con la de Dean van Golden; el de Estados Unidos, con la de Ann Hamilton, y, en particular, el de Rusia, con la de Komar & Melamid y Serguéi Bugaev Afrika, los primeros, llenos de humor, y el segundo, de una potente fuerza nostálgica muy eslava. La Bienal, sin embargo, no se limita a la presentación oficial del Apertutto y los pabellones nacionales, sino que está acompañada por un conjunto de muestras complementarias. En esta edición, las más relevantes son las dedicadas a Claes Oldenburg y su mujer, Coosje van Burggen, en el Museo Correr, una magnífica selección retrospectiva del gran artista pop, y la del escultor británico Anthony Caro, en la Giudeca. En una primera visión de esta 48ª edición de la Bienal de Venecia, la última del siglo XX, hay que reconocer que lo aportado por Harald Szeemann ha sido muy positivo, sobre todo si se tiene en cuenta que la Bienal padece una fuerte crisis de identidad desde los años sesenta y que dicha crisis se agravó a partir de los ochenta. En este sentido, salvo la de 1980, la línea seguida desde entonces ha sido muy poco convincente, por lo que le favorece mucho esta reciente bocanada de aire fresco. Sea como sea, subsiste el interrogante de si tiene sentido seguir con la Bienal de Venecia tal y como ahora está, o si ha de renovarse a fondo, cambiando el patrón vanguardista ya desaparecido. El peligro de no renovarse consiste en que lo que allí vemos no deja de ser el montaje singular del comisario general, que así se convierte en el verdadero artista del conjunto; pero un comisario, aunque nos guste más que otros, no puede jamás sustituir el papel de los artistas, que es exactamente lo que hoy ocurre. En el fondo, estamos ante el mismo desafío que hoy asedia al arte contemporáneo: proteger su sentido o transformarlo en una mera diversión.

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