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Malevaje

Escribía Borges: «El tango crea un turbio / pasado irreal que de algún modo es cierto, / el recuerdo imposible de haber muerto / peleando, en una esquina del suburbio». Borges no era un hombre de acción, aunque sí sabía cómo sangrar una sensación en el poema, una reflexión en la prosa. De Borges a Madrid, de su tango que acecha en las esquinas, hay una parada obligada, la discografía de Malevaje, que es como la línea 5 del metro capitalino. Y es que la línea 5, que nace en San Blas y perece en Carabanchel, forma la cresta de la ciudad, siendo la ciudad viva y desordenada.Antonio Bartrina, alma, madre y padre de Malevaje, el grupo español de tango por antonomasia, lleva catorce años y nueve discos cantándole a Gardel, y escribiendo sus propias letras, las que reinventan un tango castizo: «¿Por qué me cuentas tanguero / que siendo yo de Madrid / no puedo cantar el tango / entonao con sentimiento?». Antonio Bartrina no es un Borges disciplinado en la oración y sedentario de la vida. Al contrario, Bartrina es una noctámbulo irredento, un conocedor de la mejor y más honesta canalla capitalina, un personaje al que la costumbre dicta lleva una mujer hermosa bajo el brazo y un amigo, el que fuera, cubriéndole las penas. Es un buen hombre en el mejor sentido de la palabra. Ser mala o buena persona parece algo secundario cuando se trata de arte. Depende. Alguien dotado con las maneras de Bartrina, con su capacidad para la proximidad en las tablas y con ese aire del que ha ganado perdiendo, habría montado un grupo de rock para quinceañeras aburridas, traicionándose. Pero el cantante se sostiene sobre casi tres lustros de oficio, una ilusión que no se desplaza y los sentimientos del que ha visto amigos que no lo fueron y hembras maulas; es un resistente, un rebelde con motivos y contenidos cuya patria es un Madrid porteño orillado en el Manzanares. Las sucesivas formaciones de Malevaje han hecho de su embite, como la buena gente, la que aguanta sin doblar el espinazo, una peculiar travesía del desierto que ahora obtiene sus frutos: un público leal, el prestigio de los que no se quiebran, y el disco.

Ese disco, el último, titulado Plaza Mayor a la gloria de Madriz con zeta, fue presentado hace unos días. No era demasiado grande el escenario, ni el patio de butacas en un teatro, ni las luces; lo cierto es que no resultaba necesario. Malevaje lleva y te lleva en la distancia corta, que es la del aliento largo en un pequeño trecho. Un bandoneón (Ariel Hernández), un contrabajo (Jorge Muñoz), un piano (Guadalupe Sánchez), un violonchelo (José Luis López), un violín (Amador Pablo), y una pareja de baile (Marcelo y Marcela), son instrumentos que acompañan las luces y penumbras de Bartrina, ya que en el gesto y la entonación destila un resto de tristeza. La tristeza de Malevaje es posible gracias al tango, y viceversa, pues al tango le es urgente recordar que nada se olvida si ha sido duro y alguien lo ha pagado, casi siempre uno, con su soledad y su silencio, el que llena la voz recogida, rota, de Bartrina. Se asemeja a un vaso de licor, se bebe, pica en la garganta, calienta las tripas y estalla en el corazón. Envuelve. Es como un vapor que, al principio de la canción, se extiende y, al final, te ha sumido en la memoria. Acaso el gran atractivo del tango es contar lo que le ha podido liquidar a uno y, a base de narrarlo, le ha obligado a resucitar.

Son tres los temas de Plaza Mayor , escritos por el vocalista, que van de lo particular a lo general. Lo general son historias comunes a muchos, que cuentan la hazaña, que la es, de sobrevivir a una ciudad humana a medias, corrosiva y caníbal. En Madrid ya no flotan un millón de cadáveres, pero con caminar por la Gran Vía, a eso de las cinco de la mañana, se verán fantasmas , se verán espectros de una esperanza. Lo particular es también lo general, quiere decirse, el amor, a libertad de conquistarlo y la condena de extraviarlo. Me enamoré de tus ojos, uno de los temas fundamentales del disco, es una de las canciones más bellas que se pueden crear; sólo le falta materializar, y casi lo logra, a la mujer a la que está dedicada, nacida del tango, y de Borges, de las que han sufrido un «pasado irreal que de algún modo es cierto».

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