"Para mí el cine es una forma de pasión"
Como dice una vieja, que no anticuada, canción de Raimon, "le he conocido siempre igual". Delgado y fibroso, inquieto, siempre con un proyecto -¿y una intriga?- entre las cejas, inteligente, jacobino. Elías Querejeta, el productor que ha dado al cine español grandes éxitos mundiales, películas inolvidables -y empezó a hacerlo en un momento en que no resultaba precisamente fácil, ni política ni económicamente-, tiene ahora el mismo aire inteligente y zorruno, pulido por la sabiduría que dan la experiencia y la edad. Acaba de firmar con Sogetel lo que él llama, con ironía, "un acuerdo marco igualitario" para crear películas con destino al mercado audiovisual, en las que el productor sea lo que él mismo concibe como tal y ha sido la esencia de su actuación en el cine desde el principio: un compromiso.Pregunta. Hay una palabra que aquí usamos poco, pero que me parece muy indicada para alguien como usted. La palabra es cineasta. A la manera de los grandes productores de Hollywood, que determinaban la categoría de sus películas tanto por la elección del director como por el establecimiento de los límites.
Respuesta. (Complacido). Bueno, me encanta eso que dice. Lo que yo creo es que un productor que merezca ser considerado como tal se involucra con su película desde la planificación hasta la copia estándar. Los demás... serán otra cosa, muy respetables, pero no productores.
P. Lleva usted 32 años en esto, desde que produjo De cuerpo presente, de Gonzalo Suárez, hasta la última de su hija Gracia, El último viaje de Robert Rylands o Familia, o Historias del Kronen, pasando por la mundialmente aplaudida obra de Saura o de Erice. Ha ganado tantos premios internacionales y nacionales, ha obtenido tanto prestigio, que la pregunta parece obligatoria: ¿no está cansado?
R. ¡No! El cine para mí es una forma de pasión que lo engloba todo. Mi forma de relacionarme conmigo mismo, con los demás, la forma en que los demás se relacionan. En definitiva, el modo en que uno contempla la realidad. Con lo que la realidad tiene de ambiguo.
P. Es decir, de arte.
R. Sí.
P. ¿Y no le cansa este país tan bronco, tan difícil? ¿No ha creído, a lo largo de los 32 años en que ha sido usted un cineasta al servicio del progreso de España, que era mejor renunciar, tirar la toalla?
R. No. Nunca. Nunca he pensado que esto no valía la pena y que no podíamos salir adelante. No lo he hecho en épocas ominosas y no lo voy a hacer ahora.
P. Sin embargo, algo de lo que está ocurriendo le parecerá mal.
R. Me gustaría que los políticos españoles no se comportaran como hooligans. Sería bueno para el resto de la ciudadanía.
P. Ha firmado usted un contrato.
R. Es un acuerdo marco igualitario que asegura una forma de trabajo equilibrada en lo económico que, según la vieja tradición, pertenece a la manera en que desde el principio se ha trabajado en Estados Unidos: que alguien sea el productor ejecutivo de la película. Creo que es una fórmula que muy pocas veces se ha llevado a cabo en nuestro cine. Personalmente, me parece magnífico que se generen formas de trabajo según este método. El objetivo es hacer buenas películas, como las que yo he producido con anterioridad. Yo creo que el mercado, eso que algunos deifican, es algo que existe desde hace muchísimo tiempo y que últimamente se ha abierto de una manera notabilísima a través de las nuevas tecnologías. Dentro de este marco, cada vez más permeable, pienso que cabe que haya películas para gustos muy distintos.
P.¿Y le creen?
R. Bueno, cuando empecé a producir películas, muy pronto me dijeron que yo duraría seis meses, porque aquello que yo producía no era posible proyectarlo en una pantalla. Pero siempre pensé que había un potencial de espectadores, que yo calculaba en un millón, de los cuales 200.000 podrían verla. Y no solamente ellos, sino 200.000 de cada millón en Francia, en Alemania, en donde fuera. Acerté, y ocurre que mucho tiempo después se de muestra que hay un capital acumulado, con cientos de miles de aquí y de allá. Y que películas como aquellas que yo hice y soñé ganan premios, obtienen prestigio.
P. Igual ahora le toman también por visionario, por hablar de que los españoles podemos rascar algo en el mundo audiovisual.
R. Uno: ¿sabía que en Estados Unidos el mercado audiovisual es más importante que el de la aeronáutica, el farmacéutico o el armamentista? ¿Y que España ocupa el quinto o sexto lugar como consumidor audiovisual?
P. ¿Y...?
R. Pues que si somos capaces de consumir a ese nivel, ¿por qué no lo hemos de ser de crear un mercado que consuma nuestros propios productos? Sé que tengo razón. Lo que pasa es que al principio siempre es igual. Cuando se inventó el cine, en España, los primeros en desconfiar fueron los intelectuales, cuando el cine se acercaba a su forma progresista de concebir el mundo. Pero así fue también cuando Gutemberg inventó la imprenta, que fue antes un vehículo popular... Y sin embargo, grandes libros que se editaron luego, no más de 800 ejemplares, generaron la Ilustración. Al cine le ocurrió lo mismo: se convirtió, pese al escepticismo, en instrumento de cultura. Y con lo audiovisual pasará algo parecido.
P. De Gonzalo Suárez a su propia hija, ha descubierto y alentado a decenas de grandes directores: Eceiza, Martínez Lázaro, Saura, Erice, Armendáriz, Gutiérrez Aragón, Chávarri, Franco, Regueiro, León... Tantos, que su simple enumeración corta el aliento. Sin embargo, parece que usted es implacable: un controlador nato.
R. Todos los directores con quienes he trabajado siguen siendo amigos míos. Menos uno, cuyo nombre no le voy a decir.
P. Ni yo a pedírselo. ¿Qué quiere decir cuando habla de acuerdo marco igualitario con Sogetel?
R. Que ambas partes vamos a sentirnos libres para hacer lo que queramos por nuestra cuenta.
P. ¿Sus proyectos inminentes para esta empresa?
R. Barrio, de Fernando León, el director de Familia, y la próxima película de una tal Gracia Querejeta.
P. ¿Le sigue gustando el cine como espectador?
R. Claro.
P. ¿Qué películas?
R. Sed de mal, de Orson Welles, y Ordet, de Dreyer. ¿Sabía que a Dreyer le llamaron para que hiciera una película y le preguntaron de qué iba a ir? Contestó que hablaría de Jesús, y los ejecutivos de entonces le respondieron que era imposible porque en cine no se puede representar un milagro de forma que sea creíble. Entonces Dreyer se fue e hizo Ordet, que, como usted sabe, termina con un milagro. Porque Dreyer sabía que esto es el cine: el milagro. Y la mirada.
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