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M. A. Blanco expone sus libros del bosque

El Museo del Libro, de la Biblioteca Nacional de Madrid exhibe estos días la exposición titulada La biblioteca del bosque, de Miguel Angel Blanco (Madrid, 1958), uno de los artistas más interesantes de las últimas generaciones de nuestro país y premio Nacional de Grabado del año anterior. En todo caso, conviene advertir que no es ésta una muestra más, que se organiza en la Biblioteca Nacional -estará abierta hasta el 30 de junio- como podría ubicarse en cualquier otra parte, sino, como ya se deduce del título de la convocatoria, dotada con un tema que guarda una estrecha relación con el ilustre ámbito que la cobija.Miguel Ángel Blanco expone, de hecho, una selección de sus libros del bosque, algo en lo que lleva empeñado durante bastantes años y con unos resultados que hoy se cuantifican en más de seiscientas unidades. El libro del bosque, no es, por lo demás, ninguna metáfora: Blanco, que vive en la sierra madrileña, guarda y compone en sus cajas-libros elementos extraídos del muy variado material orgánico de la naturaleza vegetal. Como crónica de su vivencia como hombre del bosque, que cotidianamente atraviesa este espacio natural de tanta enjundia simbólica, recolectando lo que se encuentra de significativo a su paso, esta actividad nos recuerda tanto el espíritu romántico que le anima, como su relación con el mundo del llamado Land-Art. De todas formas, Blanco no hace propiamente Land-Art, entre otras cosas porque está realmente al margen de cualquier secuencia vanguardista., sino que, más bien, expresa con medios modernos una antigua experiencia sagrada.

Esto es precisamente lo que dota de una fuerza subyugadora a sus objetos, que jamás pierden su condición de cifra y talismán; esto es: de lenguaje simbólico y de materia carismática. Por lo demás, es obvio que esta biblioteca interminable se ha modulado con la experiencia de su autor, que es espiritual, pero también física, artesanal. En este sentido, el refinamiento que alcanza en alguna de sus últimas producciones es emocionante. Hay, por ejemplo, algún caso, entre lo ahora expuesto, que resulta de una belleza admirable, como el libro titulado Zarzal, pero en las 16 obras ahora expuestas sentimos que se impone una verdad poética como conjunto. Es una lástima que los responsables de la Biblioteca Nacional, que han sabido acertar de forma tan nítida al promover una iniciativa como ésta, luego no hayan sabido completar el sentido de su labor tratando la instalación con un mínimo de sensibilidad pues, aunque la obra de Blanco, a mi juicio, se defiende sola, no puede estar más chapuceramente ubicada de lo que está.

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