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El cine latinoamericano pierde a uno de sus grandes con la muerte de Gutiérrez Alea

El director de 'Fresa y chocolate' y 'Guantanamera' falleció ayer en La Habana

Tomás Gutiérrez Alea murió ayer en La Habana a los 67 años de un cáncer contra el que luchó hasta el final de sus días, y al que su amor al cine arrancó a última hora dos películas de éxito internacional, Fresa y chocolate, por la cual fué candidato para un Oscar, y Guantanamera. Tomás Gutiérrez Alea, Titón para sus amigos, murió en su casa de Miramar rodeado de su esposa, la actriz Mirta Ibarra, y sus hijas, sin haber hecho concesiones ni en su cine ni en su vida. Cuba fue su obsesión y la fuente de inspiración de los doce largometrajes y numerosos documentales que dirigió a lo largo de su carrera, y que le consagraron como uno de los grandes intelectuales y cineastas no sólo de su país, sino de toda América.

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Tomás Gutiérrez Alea fue siempre un hombre preocupado por el futuro de su país y por ello un crítico mordaz de su época. Su cámara fue a la vez un espejo y un bisturí con los que quiso reflejar descarnadamente y con un humor ácido la realidad y las contradicciones del proceso revolucionario que le tocó vivir. El Gobierno de Felipe González le concedió en abril de 1995 la nacionalidad española por su obra y sus vínculos con España. El pasado año fue también elegido miembro de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas.La muerte de un burócrata (1966), Memorias del subdesarrollo (1968), Una pelea cubana contra los demonios (1971), La última cena (1976) o Fresa y chocolate (1993) fueron producto de la misma inquietud. Todas ellas fueron acercamientos diferentes al mismo problema.

Memorias del subdesarrollo fue quizá su película más reconocida y premiada en el exterior. Con ella cuestionó desde dentro de la isla y ante el estupor de muchos a todos aquellos que "se creen depositarios únicos del legado revolucionario; los que saben cuál es la moral socialista y han institucionalizado la mediocridad y el provincianismo; los burócratas; los que conocen el alma del pueblo y hablan de él como si fuera un niño muy prometedor". Más tarde, con Una pelea cubana contra los demonios y La última cena, Gutiérrez Alea viajó a través de la historia de Cuba para llamar la atención sobre "la aberrante deformación que puede sufrir la religión y, por extensión, cualquier ideología que por circunstancias particulares derive hacia el fanatismo que engendra demonios y energúmenos". Ambas, aunque con diferente fortuna, criticaron el mesianismo y a quienes se erigen en salvadores y creen los dueños absolutos de fórmulas mágicas para construir el paraíso.

Tres años antes de morir, Titón se agarró a la vida para terminar Fresa y chocolate, película que transciende la simple denuncia de a persecución que sufrieron los homosexuales en la isla después del triunfo de la revolución para convertirse en un canto a la tolerancia. Durante el rodaje, Alea tuvo que ser operado de cáncer por segunda vez, y en aquel momento acudió a su amigo Juan Carlos Tabío, a quién pidió con lágrimas en los ojos que por favor terminase la película, pues para él era muy importante. Ansioso por vivir, supervisó el rodaje desde su cama del hospital, se repuso y logró realizar una nueva obra, Guantanamera.Alea estudió dirección cinematográfica a principios de los años cincuenta en el Centro Sperimentale di Cinematografía de Roma, y allí entró en contacto con el neorrealismo y conoció a directores que le influirían en su trayectoria como De Sica, Zavattini, Rosellini y también a Visconti. Desde joven se enamoró del cine de Buñuel, de quien siempre se consideró admirador y seguidor.

Preocupaciones vitales

En 1953 volvió a Cuba y trabajó algunos años en una pequeña empresa publicitaria que se llamaba Cine-Revista, donde dirigió sus primeros cortos. Al triunfo de la revolución, Gutiérrez Alea contribuyó decisivamente junto a Alfredo Guevara y Julio García Espinosa al crear el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica. En 1960 dirigió su primer filme, Historias de la revolución, y dos años más tarde realizó Las doce sillas, cinta que marcó su despegue como director. Otras de sus películas más conocidas fueron Los sobrevivientes, Hasta cierto punto y Cartas del parque.Alea jamás quiso dirigir un guión en el que él no hubiese participado, pues concebía el cine como un medio para expresar sus preocupaciones más vitales y contribuir con ello a mejorar y transformar su país. Jamás salió a rodar con un guión cerrado, pues pensaba que filmar era "una aventura" en la que siempre aparecían cosas imprevisibles que podían ser utilizadas para enriquecer la idea original.

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