_
_
_
_

Iguales y fraternos en la dificultad

La larga huelga ha despertado instintos de solidaridad propia de situaciones excepcionales

Enric González

Francis, un antillano de 26 años, es grande, oscuro y viste una zamarra astrosa. Acaba de llegar de Bretaña en autoestop, no conoce París, está junto al Pont Neuf y necesita llegar al bulevar de los Inválidos. Pregunta y le responden que todo recto, a unos 40 minutos. Los parisienses se han acostumbrado a calcular distancias a pie. "For lo menos he conseguido que un automovilista me trajera hasta París. Es raro", dice, "porque con mi aspecto no se fían". Sólo por probar, levanta el pulgar. Y al instante se detiene un utilitario con una joven pareja a bordo. Le llevan hasta Concorde. La larga huelga francesa ha despertado instintos de solidaridad y confraternización que sólo afloran en situaciones excepcionalmiente difíciles.La gente recoge autoestopistas y habla con ellos. Otros se encuentran y conversan en las paradas de taxi, o simplemente charlan' por la calle. El Plan Juppé ha conducido al plan D (por débrouiller, apañárselas), y los franceses se han redescubierto a sí mismos. Todas las viejas seguridades han desaparecido y la vida se llena de novedades: trasladarse de un punto a otro es una aventura, la calefacción no funcionará hasta que el camión del gasóleo salga del embotellamiento, el cheque está dormido en una oficina de Correos pero el banco no se queja por el descubierto en la cuenta, el policía no pone multas...

Más información
Los sindicatos rechazan las ofertas de Juppé y esperan vencer hoy con manifestaciones masiva
La crisis social reanima la izquierda

Algunos no pueden quejarse. Por ejemplo, los empleados de las numerosas empresas de París que pagan a quienes viven en habitación de hotel durante la semana (hay camas de cuatro estrellas por 5.000 pesetas la noche) y, conviviendo con sus colegas de oficina, traban amistades, romances efímeros o compañeros de timba.

Los franceses empiezan a estar hartos de las huelgas, pero la experiencia será difícilmente olvidable. "En otro momento podría pasar tres semanas con el dedo en alto sin que se acercara un coche", decía ayer el antillano Francis, "porque me verían como un delincuente. Por unos días somos todos iguales". Los motoristas que viajan con un segundo casco para quien se apunte al viaje, los ejecutivos encorbatados y en bicicleta, las amas de casa con patines, los oficinistas que navegan por primera vez en un barco por el Sena, son todos compañeros de la misma fatiga.

El ambiente caótico, secretamente apreciado por buen número de franceses, contribuye a la sonrisa. Cuando esto termine, sonará un suspiro de alivio colectivo. Más adelante se suspirará con el recuerdo de aquellos días difíciles en que los ciudadanos de la República se encontraron unos con otros.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_