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Tribuna:ANÁLISIS
Tribuna
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El 'Guernica' no debe viajar

En plena guerra civil española, Oscar Kokoschka pintó un poster que representaba el Castillo de Praga en llamas y lo dedicó a Gernika, la ciudad vasca bombardeada, y eI cuadro que Picasso había pintado en su conmemoración. Lo que en aquellos momentos quería anunciar como un funesto presagio era que aquella muestra de barbarie se podía repetir en otro punto del escenario europeo. Así sucedió, en efecto, y Checoslovaquia cayó en manos del nazismo. Ahora, cuando falta poco para que hayan pasado 60 años de aquella ocasión, el Guernica puede convertirse en el ejemplo de algo que los directores de museo de todo el mundo vienen previendo desde hace algunos años. Hay un número excesivo de grandes exposiciones y llegará el momento que la consecuencia de una de ellas va a ser que una gran obra de arte desaparezca o quede dañada de forma irreversible. Debiera evitarse que el protagonista de este hecho, quizá irremisible, fuera el cuadro de Picasso, quizá la pintura más importante del siglo XX.Ya se ha practicado en exceso ese género de manoseo al Guernica, que días pasados denunciaba Calvo Serraller, en especial un traslado desde donde quería Picasso que estuviera sin necesidad alguna, sin guardar el mínimo pudor por la palabra incumplida y sin tan siquiera advertir a quienes en Nueva York colaboraron en hacer posible la traída del cuadro. Ahora mismo ya ni siquiera es fácil saber quién debe conceder el permiso para la exportación temporal del cuadro: el Patronato del Reina Sofía o el del Museo del Prado. Pero, sea el que fuere, cualquiera que tenga un mínimo de información sabe que el Guernica no debe salir de su actual emplazamiento por la misma razón que La Gioconda no debe salir del Louvre. Apenas si es necesario argumentarlo, de puro sabido.

Pero sucede que además de las razones museográficas y de conservación hay otras que derivan del respeto a Picasso y del compromiso adquirido por el propio Estado español. En el catálogo de la exposición Guernica. Legado Picasso, en la que se explicaba el cuadro, su gestación. y su recuperación, con toda la documentación correspondiente, se contiene (página 168) un documento en que el conservador del Museo de Arte Moderno de Nueva York, William Rubin, explica a uno de los negociadores españoles sus conversaciones con Picasso sobre el cuadro. "Puedo decirle", escribe Rubin, "que las tres o cuatro ocasiones en las que yo hablé de este tema con Picasso, que lo planteó, dijo que el cuadro y los cuadros que le acompañaban debían ir del MOMA a la ciudad de Madrid para ser exhibido en el Prado". Y añade: "Mis conversaciones con Picasso avanzaron un paso más en el sentido de que, al conocer el estado delicado del cuadro, declaró que la obra no debía ser exhibida en ninguna parte en ruta hacia Madrid, ni debía ser prestada por el Prado después". Se han cumplido 15 años de la firma de este documento, y el Estado español parece colocarse en la posición de incumplir no sólo una promesa, tácita hecha al MOMA, sino también la voluntad de Picasso. Y ésta -no se olvide- no es sólo la de un genio, sino también la de un generoso donante, si no del Guernica, que pagó el Estado español, sí de los cuadros que le acompañan, que eran exclusivamente suyos.

¿Se puede imaginar, en estas condiciones, algo más absurdo que el préstamo del cuadro? Sí, se puede, porque había otra circunstancia agravante. En 1981, cuando el cuadro iba a llegar a España, se celebraba el centenario del nacimiento del artista. Era, pues, una ocasión solemne relativa a un pintor que, en definitiva, en muchas historias del arte ha figurado como francés. La Administración francesa -en concreto Dominique Bozzo, director qué fue del Museo Picasso parisiense, recién inaugurado- pidió en préstamo el cuadro de vuelta de Nueva York a Madrid. Se le dijo, -le dijimos- que no. No hay más que repetir la negativa.

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