Ripley estuvo allí
Ha pasado más de un mes desde que murió Patricia Highsmith y es difícil acostumbrarse a la idea de la ausencia. La muerte era, en sus novelas, algo habitual, obligado, el origen o el fin de muchos de sus libros. Pero, claro, lejos de la ficción, la muerte es algo muy distinto. Duro, cruel. ¿Qué consuelo encontrarán sus amigos? ¿Qué se habrá hecho de su gata Charlotte?
Amigos y editores se reunieron ayer en Suiza para homenajearla. El adiós definitivo. Era allí donde vivía en soledad, lejos de su país y casi lejos de todo. Al margen. Sola con sus gatos y sus pocos amigos. Con sus cigarros, su alcohol y su inquietante mundo literario.
Quedan sus intrigas, sus personajes, las excelentes novelas que sin duda se seguirán leyendo. Los lectores de Highsmith saben, sin embargo, que les costará hacerse a la idea de vivir sin nuevas entregas de Ripley, el más característico de sus personajes. Se le vio en Tánger por última vez. ¿Dónde estará ahora?
Contaba ella que la idea de Ripley le vino durante un viaje por Italia. Estaba en Positano, en un hotel junto a la playa, y eran las ocho de la mañana. Salió a la terraza y, mientras la bruma cubría todavía la playa, vio a un hombre joven, solo, que caminaba con una toalla de baño a la espalda. A Highsmith le inquietó el personaje. ¿Por qué estaba solo en la playa a aquellas horas? ¿Quién era? ¿Qué había hecho? Desde aquel preciso instante, sin que él lo supiera, aquel hombre se convirtió en Ripley.
Seguro que Ripley estuvo ayer en el homenaje a Patricia Highsmith, mezclado entre los amigos, con aquel aire inquietante de Alain Delon, la mirada oculta tras unas gafas negras, el cuello de la gabardina alzado y una sonrisa difícil de definir. A medio camino entre. la ilegalidad y el descaro. Ripley, ayer, no podía faltar.
Babelia
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