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El espejo alemán se llama Kohl

Una amplia mayoría social de clase media mantiene al canciller democristiano en el poder desde hace 12 años

Miguel Ángel Villena

ENVIADO ESPECIALDisfruta con la buena mesa y le encanta beber cerveza. Mide casi dos metros, pesa más de 130 kilos y su figura oscila entre el oso bonachón y el intolerante funcionario. Ni resulta brillante ni destaca por su oratoria, pero es muy aplicado y se dedica en cuerpo y alma a su trabajo. Está orgulloso de sus éxitos y ocupa su tiempo libre entre la familia y la naturaleza. Clama contra los extremismos y apuesta siempre por el orden y la moderación. El perfil. del canciller democristiano, Helmut Kohl, de 64 años de edad, puede aplicarse a millones de alemanes.

En este papel de espejo de una amplísima mayoría social se halla una de las claves de su permanencia durante 12 años al frente del Gobierno. Miles de pulcros y aburridos empleados, comerciantes, pensionistas y pequeños empresarios soportaban estoicamente el pasado lunes por la noche los controles de entrada al mitin de Koh en un pabellón deportivo de Berlín. Con una media de edad que rebasaba holgadamente los 50 años y que ofrecía un paisaje de club de jubilados, los democristianos berlineses distraían la espera del gran líder escuchando música pachanguera o dando cuenta de jarras de cerveza y de salchichas.

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Un público compuesto por lo que antiguamente se llamaba pequeña burguesía o clases medias observaba un inmenso escenario blanco sobre el que se dibujaban las banderas de Alemania y de Europa con un lema indiscutible: Seguros hacia el futuro.

Un discreto, pero eficacísimo despliegue policial lo controlaba todo, incluido un pequeño grupo de alborotadores que soplaba sus pitos al comienzo de la intervención de Kohl. Tampoco hacía falta mucha policía porque cualquier militante democristiano fulminaba con la mirada al asistente que se atreviera a cuchichear mientras hablaba Kohl.

Durante más de una hora, los berlineses de Kohl escucharon atentamente el rosario de tópicos que el canciller desgranó en una ciudad que, superada la euforia de la libertad tras la caída del muro en 1989, afronta ahora una gravísima crisis económica y terribles problemas de vivienda o de tráfico. Apenas unas frases de autocrítica sobre los inconvenientes de la reunificación alemana o algún. vago reconocimiento del aumento del desempleo suponían las únicas notas discordantes. El resto del discurso apeló a aquello que los democristianos germanos quieren oír: orgullo de ser alemanes, de haber levantado un país de las ruinas de la Il Guerra Mundial, furibundos ataques contra los ex comunistas y en menor medida contra el pasado nazi, reivindicación de una Europa libre y en paz, donde Alemania ostente una posición hegemónica...

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Una vez más, Kohl pidió un esfuerzo colectivo a todos sus compatriotas para levantar económicamente la antigua Alemania Oriental, y su poco pródiga sonrisa se ensanchó cuando subrayó que 600.000 nuevas empresas se han creado en los cinco nuevos länder desde la reunificación de 1990.

Cada crítica al comunismo arranca los seguros aplausos del auditorio. De hecho, sobre el fantasma del renacimiento de los ex comunistas del PDS, que todas las encuestas pronostican, ha diseñado el canciller su campaña electoral y ha alimentado sus dardos contra un eventual frente popular de izquierdas, aglutinado en torno a los socialdemócratas del SPD, los verdes y los herederos de la dictadura de Alemania Oriental.

Este hijo de un funcionario católico se puede permitir pasar de puntillas sobre el traslado del Gobierno y del Parlamento desde Bonn a Berlín, un proyecto previsto para 1998, pero que todos los analistas estiman que tendrá que ser aplazado. En realidad, Kohl se lo puede permitir todo. Tras 12 años de ejercicio continuado del poder ha logrado que buena parte de sus conciudadanos no conciba otra presencia al frente del Gobierno alemán. De este modo suple su falta de carisma con una habilísima utilización de la prensa con una defensa de la familia católica y con un desarrollo económico impresionante que convierte muchas veces las críticas de la izquierda en un ejercicio estético que sólo atrae a una minoría de alemanes. En los carteles electorales, Kohl señala desafiante al futuro con su brazo extendido rodeado de una multitud y con la bandera alemana al fondo. Así, el canciller no es más que el espejo de una sociedad.

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