"La vida es demasiado corta para hacer todo lo que a uno se le ocurre"
Ganadora del Premio Nadal
Rosa Regás no parece sufrir en absoluto el síndrome del día después. Al día siguiente de ganar el Premio Nadal acepta con resignación el acoso de la prensa y no se cansa de responder a las preguntas sobre su novela Azul. "Forma parte de mi trabajo de escritora", afirma, "y además, desde mis tiempos de editora, ya estoy acostumbrada al ajetreo". Y es que aunque Rosa Regás nació en 1933, debutó hace sólo tres años, con Memoria de Almator, como escritora. "Fue como volver a empezar", confiesa con una sonrisa esa mujer pelirroja que cree que "la vida es demasiado corta para hacertodo lo que a uno se le ocurre".Pregunta. Lo primero que llama la atención de su libro es el azul, ese Azul del título.
Respuesta. No sé por qué se llama Azul. Quizás porque me gustan las palabras que empiezan por a. Como Almator, Alcatraz, azul o Andrea, que es uno de los personajes del libro. La primera novela que escribí, hace ya muchos años, se llamaba Los vasos azules. Otra vez el color azul. De todos modos, aquella novela, que nunca publiqué -ni me acuerdo de qué trataba-, no tiene nada que ver con la actual, en la que el color azul se debe al mar, a los ojos de la protagonista...
P. La noche del Nadal, parecía reacia a contar el argumento. ¿Por qué?
R. Es bueno que haya un misterio. No es que quiera esconder el tema de la novela, pero temo que si lo explico no la va a leer nadie [ríe]. Es difícil explicar Azul. Me doy cuenta de que, a través de lo que dije, los periódicos han publicado que es una novela de amor. Y es de amor, sí; pero hay otros muchos temas, como el de la creación artística, la dependencia, la honestidad en el mundo del trabajo, las relaciones humanas no exclusivamente amorosas, el chantaje del débil, las culpabilidades en la pareja, el peso de un excesivo agradecimiento...
P. Cuando publicó, hace tres años, Memoria de Almator, manifestó que era como volver a empezar. ¿Cómo es ahora?
R. Cuando terminé Almator pensaba que escribir la segunda novela sería mucho más fácil. Pero no ha sido así. Ha sido un desafío distinto, mucho más difícil. Me ha costado mucho escribir Azul. Poco antes de morir, mi amigo Juan Benet, que sabía que estaba escribiendo, me dijo que le mandara una muestra de lo que hacía. "No puedo", le dije, "es algo que se me resiste". Recuerdo que me respondió: "Curiosa relación tienes tú con las novelas". Y es que yo tengo la teoría de que las novelas ya están escritas y que lo único que tiene que hacer el escritor es encontrar la forma exacta. Es como cuando tallas una pieza de madera, hay que ir vaciándola. Pues esta novela se me resistía, se escondía. Fue una lucha encarnizada.
P. Por lo que ha contado, los personajes de Azul son básicamente dos.
R. La acción de Azul se sitúa en un barco, en aguas de Grecia, donde hay cuatro personajes. Los dos más importantes son una mujer de unos cuarenta años, que ha perdido todos los trenes, y su pareja, un hombre 10 años más joven. Hay un tercer personaje menos importante y un cuarto que es una chica de 20 años que sirve de contrapunto. La relación entre los dos protagonistas retrocede en el tiempo, a través de la memoria y en distintos escenarios, unos veinte años.
P. Usted ha cambiado muchas veces de tren. Empezó tarde en la Universidad, ¿verdad?
R. Es cierto. Fue un cambio muy importante para mí. Tenía dos hijos cuando empecé a estudiar Filosofía y tenía cinco cuando terminé. Fue importante porque me había casado muy joven y tenía la sensación, a mis 22 o 23 años, que mi vida estaba acabada. Me matriculé en 1959, pero el año anterior ya estuve a punto de hacerlo y abandoné la cola en el último momento. En mi ambiente burgués, era un poco escandaloso que yo, casada y cori dos hijos, empezara a estudiar. Pero el paso por la Universidad fue, fascinante.
P. ¿Cómo fue su entrada en Seix Barral?
R. Fue Luis Goytisolo quien, en Cadaqués, en 1964, me comentó que buscaban a alguien en Seix Barral. Me contrataron y estuve dos meses haciendo albaranes. Fue una cura de humildad para mi licenciatura recién estrenada. Después pasé a relaciones públicas y a otros departamentos, y allí estuve hasta 1970, hasta que Antoni Comas lo incendió todo y se quedó la editorial. Después estuve un tiempo en Edhasa y acabé fundando La Gaya Ciencia.
P. ¿La marcó la relación con Carlos Barral?
R. Me divertía mucho en Seix Barral. Trabajar con Carlos Barral fue una experiencia extraordinaria. Es una de mis figuras míticas. Tenía una gran facilidad de palabra y un sentido lúdico envidiable del trabajo y de la vida.
P. En Almator citaba algún poema de Gil de Biedma. ¿Le ha influido en su obra?
R. Soy lectora empedernida de sus libros. Lo conocí, en la Universidad a través de Miguel Barceló y lo traté durante mucho tiempo. Es probable que sus poemas hayan traspasado algo a Azul, ese sentido poético de la realidad...
P. Otro personaje básico es Juan Benet.
R. Publicar a Benet fue un honor muy grande que él mismo me otorgó. Eramos muy amigos y aprendí mucho de él, sobre todo a viajar y a reír.
P. Los años de la gauche divine han sido muy mitificados. ¿Cómo eran en realidad?
R. Yo soy una forofa de la gauche divine. No se trataba en absoluto de algo frívolo. En todo caso, lo era para los que creen que la diversión es una frivolidad. Surgió a principios de los años sesenta y fue como una especie de escape del franquismo. Reflejaba unas ganas de divertirse y una curiosidad cultural. En aquellos años empezamos a viajar, a leer autores contemporáneos que Barral nos daba a conocer. La gauche divine fue un despertar de la sociedad, porque aquello era sólo la punta del iceberg. Todos estábamos despertando y nos atrevíamos a romper barreras. Era el placer de romper para vivir sin tantas convenciones ni tantas tonterías. Había arquitectos, poetas, modelos, periodistas, fotógrafos... Y lo mezclábamos todo sin manías. Es cierto que íbamos a dormir a las seis de la madrugada, pero a las ocho ya estábamos en nuestros trabajos. No teníamos bastantes horas para vivir, y si resistes, ¿por qué renunciar? Defiendo esta manera de vivir y he procurado transmitirla a mis cinco hijos, de los que estoy muy orgullosa. La gauche divine fue un caldo de cultivo perfecto para educar a los hijos en libertad. La gente tenía entonces tantas ganas de vivir que no le bastaban las 24 horas del día. Me encantaría escribir una crónica de aquellos tiempos, pero no me dedico a eso.
P. ¿Ayuda la experiencia a escribir mejor?
R. Espero que sí. Cuanta más pasión pones en las cosas, más lejos vas. Si haces un esfuerzo, amplías el horizonte. A mi no me gustaría haber tocado techo, ni en literatura ni en nada. Como digo en el prólogo de mi libro sobre Ginebra, la vida es demasiado corta para hacer todas las cosas que a uno se le ocurren.
P. Volviendo a Azul, ¿el amor puede ser destructivo?
R. Muchas veces destruye, aunque también puede ser buena. Es como el éxito.
P. Por cierto, ¿cómo le sienta el éxito del Nadal?
R. De momento, muy bien [ríe]."
Babelia
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