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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Restos mortales de Lulú

"Es una prueba de la no existencia de Dios", se dice en esta obra, de Lulú. No es el caso de Victoria Vera haciendo el personaje, ni del personaje que queda en esta chapuza, ni de la chapuza ' misma. No prueba más que lo difícil que es trasplantar el gran teatro desde su tiempo, su época, su idioma, su filosofia -cuando la tiene-, a no ser que se cuente con algún talento. Wedekind tenía, entre los dos siglos y en la Viena tersa, juguetona y miserable de Francisco José, fama de libertino, de anarquista, asocial: como todos los que reciben estas calificaciones peyorativas, era un moralista que luchaba contra los inmoralistas de corte y la corrupción de los poderes.En esta Lulú -es el nombre conjunto de dos de sus piezas, El espíritu de la tierra y La caja de Pandora; con su conjunto se hizo la ilustre ópera de Alban Berg, ya vista en España- se destaca la fuerza bruta del hombre sobre la mujer, su dominación, su doma, como algo que en el futuro se derrumbará -en esto que queda, en efecto, se farfulla algo en un lateral acerca de los derechos de la mujer; se pierde, como todo). Y en Lulú estaba un diabolismo atribuido a la feminidad, generalmente por los padres de la Iglesia; a veces Wedekind la llamaba Eva; a veces, Lulú se convertía en Lilith (también en las escrituras, y en la literatura rabínica, primera esposa de Adán convenientemente facilitada por el diablo; diablesa en sí misma). Sobre todo esto estaba presente su defensa del sexo libre, su juego de las transgresiolnes, su repudio de la hipocresía social.

La caja de Pandora

Autor: Frank Wedekind, versión de Jesús Aviz. Intérpretes: Pepe Martín, José María Barbero, Victoria Vera, Fernando Huesca, Mulie Jarju, Miguel Palenzuela, Antonio Duque, Maite Brik, Jesús Ruyman. Escenografía y vestuario: Enrico Serafíni. Teatro Albéniz, Madrid.

Y un teatro de comedia dramática; transcurso leve, vienés, juguetón; pero salpicado de muertes -las que procura el diabolismo de la mujer no liberada- hasta llegar a la de la propia Lulú: a manos de Jack el Destripador, personaje cuya realidad se convirtió, en la época victoriana y durante mucho tiempo, en una encarnación de la parte oscura del sexo, del castigo a la mujer por su contaminación y su impureza. Un sacrificio consentido, se decía de este crimen teatral: una redención de la mujer, al consentir esta redentora en ser asesinada por el representante máximo de la brutalidad masculina, y una víctima de la época de la sumisión.

No queda nada. Un apócope, una reducción de las dos comedias, de tal modo hecha que aburre su longitud cuando no es más que una parte de lo que sería el total; una sucesión de aventuras de una mujer que aparece más bien como una cortesana no más, en lo visto, que una putilla un poco tonta-, aun en contradicción con las palabras que se pronuncian -"no puedes vivir del amor porque el amor es tu vida", se oye decir-; una traslación errónea de las épocas -músicas y vestuarios son posteriores a su tiempo-; una disparatada persecución de cine cómico, con intermitencia de luces y todo, ridiculiza una situación trágica -la tendencia del vaudeville contribuye a la falsificación-; una nterpretación superficial y no precisamente magistral, en el mjor de los casos, y un alejamiento de aquellas intenciones. Podrían seguir vivas, pese al casi siglo transcurrido, si se hicieran bien.

No hay director de esta versión: o no está en el programa. Se cuenta, al margen, que la inició Joaquín Vida, pero que tuvo discrepancias con Victoria Vera y se fue del proyecto. No se sabe a quién atribuir lo que queda. El público percibió suficientemente la incapacidad de la comedia. Aplaudió vagamente algunos cuadros y cortésmente al final.

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