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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Indecente película

¿Indecente película? Lo es, pero no por mórbida o desvergonzada, que es lo que su publicidad insinua; sino por mala, que es lo que esta encubre. No por transgresora o perturbadora, sino por tramposa y vulgar, pues Una proposición indecente es uno de esos delitos estéticos comunes en Hollywood (resuenan en las páginas nunca escritas de la historia universal del cinismo las carcajadas de un productor de Batman, mientras decía alborozado: "¡Nos estamos forrando con la película más espantosa que hemos hecho nunca!") que rizan el rizo del (éste sí) indecente artilugio de adocenar; que es el mismo de la astucia para engatusar o de dar gato por liebre; para disfrazar de diamante cinematográfico la bisutería audiovisual; para hacer pasar por riqueza una (ésta sí) indecente pobreza imaginativa; para otorgar aspecto de bautismo libertino a una (ésta sí) indecente ducha de moralina de beaterio y para imprimir destellos de osadía a un (éste sí) indecente estercolero de conformismo.Lo único decente de Una proposición indecente es lo que no tiene de cine: lo que hay en ella de test involuntario de patología colectiva, al que hay que añadir algún divertido juego de cama resuelto con técnicas de espot publicitario y que es la guinda de elementalidad estilística de una tarta seudoerética amorfa y condimentada con esa petulancia que sólo tiene lo grosero en sentido literal: lo grueso disfrazado de finura y lo ajeno al mundo travestido de mundanidad.

Una proposición indecente

Dirección: Adrian Lyne. Guión: A. Jones. Fotografía: H. Atherton. Música: J. Barry. EE UU, 1993. Intérpretes: Robert Redford, Demi Moore, Woody Harrelson. Gran Vía, Rex, Luchana, Peñalver, Cid Campeador, Novedades, Ideal, Cinema España, Aragón, Excelsior y (en v. o.) Bellas Artes.

La película es tan sabida que se ve sin mirarla, no porque carezca de intriga -que la encuentra en una reducción a lógica de prostíbulo de la duda hamletiana: "¿Se la tirará o no se la tirará? Esa es la cuestión"-, sino porque su uso formal de esa intriga es tan tramposo como todo lo buscado con la mala malicia de lo rebuscado. Aquellas guindas son gotas exprimidas de un mendrugo de lujo, pero tienen chispas de remota gracia comparadas con la sosería del resto de una (ésta sí) indecente película, que nunca eleva, a nadie mueve, en nada ayuda.

Parodia de cine

No se entiende qué hace en Una proposición indecente un actor de la capacidad y experiencia de Robert Refford, que es de los pocos que puede elegir sitio y sueldo.El barniz de producción no justifica su presencia. No hace falta decir que esta indecencia gris está pulida por una capa de brillantez; que está,, en el mal sentido de la expresión, bien hecha y que esa su buena factura, además de ser un mérito no artístico sino de fábrica, es parte esencial de su mediocridad, pues por esa superficie de barníz resbaladizo se desliza su engaño.

Que Demi Moore y Woody Harrelson quieran escapar de los callejones sin salida de las series televisvas y las películas de relleno, es inteligible. Pero que Redford se meta en la encerrona de las parodias de cine que sudan las pestañas del embaucador de Atracción fatal y Nueve semanas y media, en las que Adrian Lyne dio el do de pecho en su oficio de simulador de ficciones, resulta inexplicable, porque si fuera explicable equivaldría por parte del actor a proclamar que se siente cómodo en lo deleznable y que le gusta adecentar lo indecente.

Las película es uno de los taquillazos de la primavera estadounidense y, por orden de la coacción publicitaria de las redes de distribución de Hollywood, también en el resto de Occidente. No es el primero de esta especie: es uno más entre los hueco s éxitos prefabricados por las oficinas de marketing con que se forran -y luego se parten de risa, divertidos por lo fácil que es para ellos colar zorras en los gallineros de la ingenuidad universal- los sagaces vendedores de hollymemeces.

Sobre todo cuando éstas van envueltas en celofán de trascendencia falsa y de ellas emergen los anzuelos de un escandalito calculado en laboratorios de pasiones de guardarropía. Pero lo cierto es que en estas cumbres del cine concebido como humillación nada hay de la negra nobleza que acompaña al auténtico escándalo. La indecencia de la proposición de Lyne es que no existe, que su catequesis licenciosa es nada y sin embargo hay tortas por comprarla como si fuera algo: el mecanismo de una estafa ética y estética (es lo mismo) dibujado con tiralíneas.

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