_
_
_
_

Más de 200 bailarines han muerto de sida

Se recrudece el debate sobre el reconocimiento público de la enfermedad

La incidencia de las muertes por sida entre los profesiales de la danza y el ballet es notablemente alta, lo que ha sensibilizado a artistas, admiradores y público en general. La reciente muerte del bailarín y coreógrafo Rudolf Nureyev, que también padecía sida desde hace ocho años, y lo ocultó mientras pudo, ha vuelto a poner de actualidad la trágica coincidencia entre la enfermedad y las numerosas y recientes muertes, con la polémica añadida de quienes son partidarios de la utilidad social de que los famosos reconozcan su padecimiento. Larry C. Scott, activista norteamericano de la lucha contra el sida, ha confeccionado una lista de bailarines fallecidos víctimas del sida en la que aparecen más de 200 nombres.

El sida se ha ensañado en el ámbito de la danza, y muy pocas de las grandes compañías de ballet se han librado de ser diezmadas en mayor o menor proporción por la feroz pandemia. En un reciente reportaje del semanario Newsweek una doble página bajo el título Una generación perdida reunía más de 100 nombres de famosos de las artes que han muerto por la llamada "plaga de fin de siglo". Un 20% pertenece a distintas ramas de la danza. En España, algunos casos en la danza contemporánea reflejan una incidencia baja con respecto a Francia o Italia.Desde mediados de los años ochenta, Larry C. Scott, miembro de una discreta sociedad neoyorkina de ayuda a enfermos de sida, especialmente sensibilizado con la enfermedad después de la muerte de su compañero, un bailarín de ballet clásico, lleva elaborada una trágica lista que no deja de engrosar mes a mes: los muertos por sida dentro del mundo de la danza y el ballet. "No trato de sectorizar este terrible mal, sino todo lo contrario", declara. Su inventarlo supera los 200 nombres, algunos más famosos que otros. Entre las figuras de gran prestigio profesional están el danés Erik Brulin, el argentino Jorge Donn, el alemán Gerhard Bohner, los norteamericanos Arme Zane, adalid de la danza posmoderna; Michael Bennett, coreógrafo del musical A Chorus Line, y Choo-San Goli, que al morir a los 39 años ya era coreógrafo principal del Washington Ballet y había creado piezas para Mijail Barishnikov.

La revista norteamericana especializada Dance Magazine, que sale mensualmente, también con toda claridad en su página de obituarios, y desde hace más de cinco años, escribe la palabra Aids en la necrológica de quienes han desaparecido por esta enfermedad. "Es una actitud valiente" comenta Scott, "que dice mucho a favor de la revista, que tienen claro que ocultar no es bueno para nadie". Esta publicación ha perdido por el sida a valiosos colaboradores, como Burton Taylor, ex-bailarín del Joffrey Ballet. En este sentido, la Dance. Collection de la Biblioteca Pública de Nueva York inició en 1988 una operación, Oral History Project, pensada específicamante para bailarines que padecen el sida. Fue una de las primeras iniciativas que alertaban de esta fatal incidencia. La primera Gala Mundial para recoger fondos para combatir la enfermedad se hizo en el Circo Real de Bruselas en 1986, fue precisamente de ballet y a ella respondieron las principales figuras del mundo, desde Alicia Alonso a Natalia Makároka pasando por Marcia Haydée, Irina Kolpakova y otros.

Cancelación

El Festival de Otoño de Madrid anunció en 1991 la actuación de Gerhard Bohner, revitalizador del Ballet Triádico de Bauhaus. A última hora, suspendió su actuación, ya minado por la enfermedad. Bohner intentaba cumplir hasta el final sus compromisos pero no pudo acudir al Teatro Albéniz.

Algo que ha caracterizado a la mayoría de los artistas de la danza con sida es mantenerse activos mientras el cuerpo aguante: "Supongo que es un reto con uno mismo", apunta Scott. Nureyev acabó desde una silla su montaje de La Bayadera en la ópera de París el pasado mes de octubre, asistido por su amiga Ninel Kurgápkina y haciendo pausas para respirar entre frase y frase.

La lista de bailarines norteamericanos muertos de sida es escalofriante. Primeros bailarines como Clark Tippet, del American Ballet Theatre, y Paul Rusell, del Dance Theatre of Harlem, junto a otros más jóvenes, promesas sobre todo, como Tim Wengerd, formado junto a Martha Graham, que hacen de la socorrida frase generación perdida una agustiosa realidad presente. En Europa nadie puede aventurar cifras, pero no hay reunión de danza donde no se hable del tema.

Recientemente, el Festival Internacional de Danza de Cannes perdió a su fundador, Jean-Pierre Barsotti, y durante su celebración, el pasado noviembre, se hizo público el padecimiento de Dominique Bagouet, la gran esperanza de la coreografía moderna francesa, que moría apenas dos semanas después. Bagouet, como tantos otros, ocultó su mal hasta el final. Nureyev hizo otro tanto, y por ello ha sido criticado después de muerto. "Quizá alguien tan famoso no tenía el derecho de callar. Su campaña personal habría tenido tanto efecto como la de Rock Hudson o la de Magic Johnson", apunta un activista de la lucha contra el sida.

En la pasada edición del Festival de Spoletto, Bill T. Jones, otro gran coreógrafo moderno norteamericano, que ha hecho pública que es seropositivo y que perdió a Arnie Zane, su compañero sentimental y de trabajo por el sida, hizo una simbólica pieza con más de cuarenta personas sobre la escena, muchas de ellas no bailarines, que al final se mostraban desnudos. Era, un dramático manifiesto abierto sobre la defención a que están sometidas todas las personas ante la enfermedad, a lo que se añade muchas veces la crueldad de las múltiples formas de rechazo social y humano.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_