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Crítica:DANZA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Hacia el reino oscuro

La Ópera Garnier, catedral de los escenarios del ballet, acepta la densidad y hasta los errores menores de este montaje que no está nada mal a pesar de varios contrasentidos y de ese lujo abigarrado capaz, a veces, de ocultar el baile. El conjunto parisino se resarce así de dos sonados, patinazos recientes en la reposición de clásicos: la Giselle de ambiente bretón y el Lago de los Cisnes a lo japonés.El estilo es parco, pulido pero indiferente, correcto pero rutinario. Lo que puede salvar este tipo de velada, llena de zonas muertas y pantomimas decimonónicas, es el fuego, la fuerza de la entrega, y, el tono de baile actual en la Ópera es mucho más frío y distante.

La Bayadera no tiene la universalidad de Giselle o el Lago, y se inscribe en la moda de los libros de viaje, de la visión europea y sofisticada de los mundos lejanos y exóticos.

Ballet de la Opera de París

La Bayadera: coreografía: Rudolf Nureyev (a partir de Marius Petipa). Música: Ludwig Minkus. Asistente: Ninel Kurgápkina. Escenografía: Ezio Frigerio. Vestuario: FrancaSquarciapino. Ópera de París. Sala. Garnier. Hasta el 31 de octubre.

El vestuario de Franca Squarciapino, verdaderamente imperial, es el equivalente de Azabache pero en auténticas sedas de Bali, y estará mejor cuando se sude un poco y suelte el apresto. La diseñadora ha hecho un espléndido y culto trabajo referido a la estética orientalista del siglo XIX francés. La escenografía, que reproduce en sección un poético Tal Mahal rodeado de plataneras, es buena y sólo falla en el tercer acto, pues el acto del sueño necesitaba un telón de fondo que le aislara de la realidad del palacio. El publico, sensible ante estos hallazgos estéticos, aplaudía cada cuadro.

El tercer acto comienza desechando la escena del encantador de serpientes, que es sustituido por una danza de grupo y una complicadísima variación del príncipe Solor en el mejor estilo. Nureyev, que pone a prueba no sólo la técnica del intérprete sino su paciencia. Solor le da al narguile, y ya traspuesto, en pleno colocón, ve alucinado como su jardín se convierte en el reino de las sombras poblado de bayaderas muertas. Esto está tomado de dos ballets románticos anteriores: La Peri y Giselle.

Mordedura y muerte

Otra escena de referencia es la de la mordedura de la serpiente a la protagonista, que equivale de la locura y muerte de Giselle y abre paso al acto blanco, que como en todos los antecedentes románticos, va de la catarsis al sueño imposible.Marius Petipa, que se inspiró en el grabado de Doré que ilustra la procesión de los ángeles de la Divina Comedia, consiguió con este acto blanco la perfección académica más pura y elevada, verdaderamente abstracta. Con una sorprendente economía de medios dentro del vocabulario de pasos, legó a la historia del arte una secuencia eterna en su endiablada y sólo aparente sencillez. Las 32 bayaderas hacen lo mismo, pero siempre es diferente.

Nureyev ha sido respetuoso con este y otros importantes episodios del original ruso-soviético (hay un filme de 1941 de Ponomarev con Chabukiani y Dudinskaia), pues su instinto y oficio le aconsejaron bien. En esta pieza, la agrupación francesa no es el Kirov de San Petersburgo. Haciendo honor a la verdad, allá en Rusia lo llevan bailando y puliendo 115 años, y los franceses, este acto de las sombras, sólo desde 1974, y del ballet completo apenas unos días. La solera, la ejecución precisa pero relajada, llega con el tiempo; y no es sólo que las chicas vayan conjuntadas, sino algo más: el estilo particular La Bayadera es, como el primer Lago de los Cisnes, un ballet de tránsito entre el tardoromanticismo y el academicismo que ya se cocinaba en la trastienda del Teatro Mariskii. Entre el estreno de uno y otro sólo hubo un mes de diferencia.

El cuarto acto, que se suprimió desde 1919 (Feodor Lopujov lo cuenta en sus memorias), se llamaba en el guión original de Petipa La cólera de los dioses, y el templo se abatía sobre los personajes, como en Samsom y Dalila. El hecho es que algo falta en esta nueva producción, se nota un bache en la dramaturgia: el regreso final a la realidad.

Elisabeth Maurin aparece como Gamzatti, primero en zapato de caracter, francamente ordinaria y cuando lo hace en puntas para su paso a dos, siempre agoniza sobre los pasos. Su variación del segundo acto es un popurrí de combinaciones de escuela rusa sin interés y demostrativo de sus pocas actitudes para el virtuosismo.

Piernas de oro

Manuel Legris es un Solor limpio, pero sin ataque, mientras que Monique Loudieres, que es una buena bailarina e iba cayéndose de las puntas siempre que podía, parece que pasa por un mal momento, a veces segura y otras titubeante. Nicolas Le Rich hoy por hoy la más sobresaliente promesa de la ópera y sus más valiosas piernas masculinas, está espléndido en el ídolo de Oro, una breve pero lucida variación de saltos y giros.

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