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Cogida muy grave de Rafi de la Viña

Martín / González, Domínguez, Viña

Cinco toros de Victorino Martín (6o, devuelto por inválido), correctos de tipo pero pobres de cabeza; floJos; lo, de impresentables pitones, descastado; resto, encastados. Sobrero de Montalvo, con trapío, reservón. Dámaso González: pinchazo y bajonazo descarado (aplausos y salida al tercio); estocada corta trasera tendida y descabello (oreja); estocada corta aravesada y descabello (oreja); salió a hombros. Roberto Domínguez: estocada corta trasera baja y rueda insistente de peones (petición, ovación y salida a los medios); estocada corta descaradamente baja y rueda de peones (división). Rafi de la Viña: tres pinchazos, estocada corta muy baja -aviso con retraso- y dobla el toro (silencio); herido muy grave, pasó a la enfermería. Plaza de Valencia, 21 de julio. Cuarta corrida de feria. Dos tercios de entrada.

El tercer toro cogió a Rafi de la Viña de forma impresionante durante la faena de muleta, y le produjo una cornada muy grave. Rafi de la Viña, visiblemente dolorido tras el percance, tuvo el gesto torero de continuar la lidia y no pasó a la enfermería hasta que hubo matado al toro.Cornada muy grave, quién lo diría. Por la forma de cogerle, voltereta, derrotes múltiples mientras el torero estaba indefenso en el suelo, lo mismo le pudo matar. Fue horrible. Sin embargo, al incorporarse, las cuadrillas le rodearon, le palparon, le preguntaron por su salud, y el improvisado consejo de doctores diagnosticó que no tenía nada. Por lo menos nada irreparable -hasta ahí podíamos llegar- y le permitieron continuar en el ruedo. Sin embargo, estaba tan maltrecho que le debieron conducir hasta los médicos (los genuinos), y ya se encargaría otro de matar al toro. Por ejemplo, Dámaso González, pequeño gran campeón.

El pequeño gran campeón Dámaso González tuvo su tarde bravía nimbada de gloria. No provocó excesivos alborotos -aunque algo de eso hubo en el graderío-, ni salió de la plaza bajo palio, pues el público valenciano ya está acostumbrado a su arrojo, y cuantos alardes temeraríos prodigó en el transcurso de sus tres faenas, a nadie causaron sorpresa. Tampoco los aficionados puros -los de abono y Cossío- resultaron sorprendidos. Pero pudieron catar la técnica dominadora del maestro albacetense y advertir que entre armazones y péndulos, entre espaldinas y rodillazos, lo que en realidad estaba ejercitando el -pequeño gran campeón era un toreo muy serio.

Al primer victorino -un pedazo mulo-, lo dominó. Al cuarto, de suave pastueñez, lo embarcó en redondos, naturales y pases de pecho muy ligados y ceñidos. Al sepúlveda, lo acobardó -por la plaza decían que lo acollonó- y en esa faena es donde metió todo el tremendismo de su invención, que creó escuela hace ya muchos años y les ha servido después a otros, más altos, más guapos y con los ojos más azules, para convertirse en figuras del toreo.

Tuvieron los victorinos poca cara y escasa fuerza. Y victorinos así de chungos es lo que nunca hubiera querido ver la afición. Mejor muertos. En cambio, por comportamiento, hubo victorinos buenos. El primero de Roberto Domínguez sacó una nobleza total, que el veterano diestro no aprovechó, y se puso a pegar le pases de un lado a otro, encorvado y metiendo pico a mansalva. Al bronco quinto, lo trasteó por la cara.

Al tercero, de casta excepcional, Rafi de la Viña le dio muchos muletazos pero no lo sometió, y cuando ya se estaba pasando de faena, sobrevino la cogida. Y siguió en el redondel el valiente torero, a pesar del cornadón que llevaba en el cuerpo. Todo un gesto.

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