Ojo por ojo
El cine busca fundamentalmente distraer al espectador, y con menor frecuencia, además, pretende convertirse en instrumento de persuasión o en arma ideológica. Que el cine aporte ideas nuevas o que consiga convertir a los espectadores es ya más discutible. Una árida estación blanca es un buen ejemplo de proyecto ideológico enmascarado con las apariencias de una historia verdadera en la que hay asesinatos, torturas, represión, malos y buenos. Bajo la fórmula narrativa del thriller, la película tampoco renuncia a los atractivos seguros del género: actores de renombre, técnicas narrativas reconocibles y probadas, y, sobre todo, incluye abundantes escenas violentas y agresivas que hieren sin piedad la sensibilidad del aficionado para reafirmar la eficacia del mensaje.Los hechos estremecedores que inspiraron el libro de André Brink en el que se basa la película son probablemente ciertos, por supuesto, y su reconstrucción fílmica sólo pretende conmover a los espectadores.
Una árida estación blanca (A dry white season)
Producción: Metro-Goldwyn-Mayer. Guión: Colin Welland y Euzhan Paley, segun el libro de André Brink. Dirección: Euzhan Palcy. Intérpretes: Donald Sutherland, Janet Suman, Jürgen Prochnow, con la colaboración de Marlon Brando y Susan Sarandon. Estreno: cines Conde Duque y Velázquez y Dúplex 1 (versión original).
La conciencia de la maldad
Este propósito es evidentemente noble, pero poco atractivo, más allá de la condena de unos hechos reprobables, y desde luego se trata de una labor enormemente redundante, porque la reconstrucción verista del horror esconde el convencimiento de que el ciudadano normal es torpe e incapaz de adivinar las dimensiones de la infamia por sí mismo, más allá de los relatos escuetos y necesita ser sacudido con todos los recursos melodramáticos; imaginables para que se convenza de la magnitud real del horror cotidiano.Mostrar la maldad no supone, san embargo, la seguridad absoluta de que vaya a producirse un rechazo automático por parte del espectador. La abundancia de hechos, matices y acontecimientos negativos no significa que la doctrina elemental diluida en esta historia cinematográfica -la policía surafricana es el instrumento ciego y violento del Gobierno de Suráfrica contra los ciudadanos negros y quienes los defienden- sea más convincente o menos conmovedora.
Tal denuncia está servida cinematográficamente con gran torpeza y el esquematismo más primario acaba reduciendo el alcance de la película y simplificando su sentido más hondo. La joven directora de raza negra Euzhan Palcy es oriunda de la Martinica y ha rodado otro largometraje anterior, Rue Cases Nègres, que muchos críticos ponderan Sin reservas. Es enormemente alentador que la industria internacional, en este caso la Metro-Goldwyn-Mayer, haya puesto en sus manos un presupuesto elevado para rodar una historia polémica que hace tan sólo unos años hubiera sido rechazada por la misma firma sin la menor duda. El guión ha contado con un gran pro esional, Colin Welland, responsable de la escritura de Carros de fuego, y en el reparto hay nombres prestigiosos, como Donald Sutherland, un actor incomparable que lucha denodadamente con las limitaciones de su personaje, en contraste con el divismo de Marlon Brando, convertido en una verdadera ruina física, en uno de los papeles breves de su última etapa, tan diferente a la rotundidad y brillantez de sus primeras intervenciones cinematográficas.
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