_
_
_
_
_

Corpus pana

Entre las tres o cuatro festividades tradicionales que hay en la temporada taurina española, una de ellas es el Corpus Christi, no importa aquí que la afición sea devota o descreída. Más aún en Madrid, primera plaza del mundo, cuya categoría defienden con orgullo los aficionados madrileños. Pero una cosa es la afición madrileña real y otra los intereses del empresario de la plaza, que ampara la Comunidad de Madrid, propietaria del coso y cogestora interesada del mismo. Pues una y otra parecen ser insensibles a la tradición, la categoría de la plaza, su público, y apagan la brillantez taurina del día con un Corpus de pana; lidia sin su tercio fundamental, becerros, fiesta pueblerina.Mientras tanto había Corpus tradicional en Toledo; corrida de toros en la que tenía intereses el propio empresario de Las Ventas. Sin la competencia de Madrid con su becerrada; natural. Tranquilo en esto, el empresario, pues le cobija el manto protector de la Comunidad, que ya le preparó, el día de autos, un pliego de condiciones a su conveniencia. Otro día, venidero, quizá no lejano, los responsables de la Comunidad tendrán que rendir cuentas de tal pliego y de sus resultados.

Cifuentes / M

Rodríguez, Gallego, ChicoteErales de Mariano Cifuentes, escurridos, gachos, encastados. Miguel Rodríguez: oreja; petición y vuelta. Francisco José Gallego: aviso y ovación con salida al tercio; oreja. Pedro Pérez Chicote: aplausos con salida al tercio; oreja. Plaza de Las Ventas, 18 de junio.

Alumnos a prueba

Sin remedio hubo Corpus pana en la primera plaza del mundo, donde salieron erales encastados, para poner a prueba a tres ilusionados, responsables y valientes alumnos de escuelas de tauromaquia. Resultó de la prueba que los tres están verderones en técnica, aunque apuntan posibilidades de abrirse camino en la difícil profesión de torero.

Un tal Rodríguez pasó a ser Miguel Rodríguez, firme aspirante a novillero, cuando ligaba con entusiasmo naturales y redondos, si bien los adulteraba descargando la suerte y abusando del pico de la muleta; graves vicios que se supone no enseñan en las escuelas.

Gallego aún los ligaba mejor, previos cites a distancia, dejándose ver, e imprimiendo hondura a los muletazos. Y Chicote daba una de cal y otra de arena: unas veces hacía de guardabarrera, doblado en ángulo recto, la muleta cogida por la punta del estoquillador, el brazo extendido cuanto daba de sí, y toda esa gimnasia para que el eralete le pasara lejos; otras, templaba y ligaba los pases, fundiendo las tandas al de pecho impecable, con deslumbrante gracia andalalusí y enjundia rondeña.

Cada uno tuvo oreja, que exhibió con orgullo; menos Rodríguez, pues la cambió por ramos de flores y hierba. Las orejas eran certificados del éxito de la prueba y los extendía Madrid -nada menos-, en funciones de plaza de talanqueras, que es donde deben hacerse los ensayos con erales y principiantes.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_