Estrellas en su tierra

La gala inaugural del teatro Principal de Zaragoza estuvo muy balanceada, con piezas modernas de distinto estilo y algunos pasos a dos clásicos, que son siempre los elementos que suben la temperatura de un espectáculo de este tipo.La generosidad del público se hizo patente en los aplausos y las flores que prodigó a sus dos estrellas de la tierra: Arantxa Argüelles y Trinidad Sevillano, del Ballet del Teatro Lírico Nacional y del London Festival Ballet, respectivamente. La primera estuvo acompañada por una joven promesa del Ballet del Teatro de La Scala de Milan: Biagio Tambone, y la segunda, con, Peter Schaufuss, director del London Festival Sallet, un bailarín maduro y experto en estas lides maratonianas y que habitualmente hace pareja con la bailarina española en papeles clásicos.

Birgit Keil y Antti Honkanen, del Ballet de Stuttgart, bailaron dos fragmentos de John Cranko que hablan por sí solos de la capacidad inventiva de este coreógrafo prematuramente desaparecido.

Los bailarines del Ballet de la ópera de Ginebra Ivan Michaud y Claudine Andrieu, ambos con un físico perfecto, mostraron el particular estilo de Óscar Araiz en dos cuerdas: la fuerza del Tango, y el tono poético, casi de cámaia lenta, del Adagietto.

Seguidamente, Trinidad Sevillano, vestida con el traje tradicional de Napoli, bailó junto a Schaufuss el fragmento de Bournonville con ajuste al estilo original. Nadie mejor que él para esto, pues su formación es la idónea, y ella se sumó con discreción y no tanta seguridad a las rápidas y particulares evoluciones.

El Ballet del Teatro Lírico Nacional de la Zarzuela insistió en mandar a Zaragoza otra representación, además de Arantxa Argüelles, escogiendo el paso a dos de su director, Ray Barra, Nocturno. Se mostró Marta Álvarez por primera vez en este papel, que, a pesar de ser insulso, dejó entrever su potencial talento interpretativo.

Tambone y Argüelles bordaron el paso a dos de Balanchine a pesar de ser la primera vez que bailaban juntos. Tambone posee un salto virtuoso y el arrojo necesario para brillar en escena. Arantxa madura a cada representación que se le ve, y su baile se está volviendo preciosista, de mucho detalle, sin abandonar una cierta gracia ingenua, de verdadera frescura. Para ella, todas las dificultades técnicas parecen fluir sin problemas. La primera parte acabó con Luz y sombra, un dúo que trata de un amor socrático bastante sorprendente de presentación y sonido.

Dedicación

La segunda, parte abrió con una larga creación de Pavel Vockum sobre la leyenda de la cigarrera. Sus intérpretes, Juba Olmedo y John King, pusieron nervio al drama, que quizá resulta demasiado largo para la ortodoxia al uso en estas galas.Tambone y Argüelles hicieron un Don Quijote dirigido al virtuosismo, con gancho y algunos nervios, pero con corrección interpretátiva. Los más sonoros bravos comenzaron a escucharse con los ya legendarios fouettes dobles de Arantxa.

La noche la cerraban de nuevo Sevillano y Schaufuss con un Corsario donde Trinidad volvió a aquel paso a dos que bien aprendió en la misma Zaragoza años atrás, en sus años formativos junto a María de Ávila, a la sazón también mentora de la Argüelles.

El baile de Trinidad tiene un acento elevado, su técnica es asimilada totalmente por el arte del baile. Esto es quizá su mejor dote natural, y ella lo sabe. Por su parte, Schaufuss mostró algún que otro paso exótico en la variación y se mantuvo seguro, con potenpia en saltos y giros.