Una entrevista robada
"El idilio sólo está fuera, no dentro. Siento un gran desasosiego interior", me dijo Heinrich Böll poco antes de despedirme. Fue un día radiante de primavera, de calor bochornoso, el pasado 24 de mayo, víspera del puente de Pentecostés. Había terminado una larga y penosa entrevista de casi dos horas. Tenía que hacerle todavía unas fotos, en color, para el Suplemento Dominical de este periódico, pero confieso que sólo pude disparar diez veces la cámara, porque la sensación de postración y agotamiento que daba Böll hizo que no me atreviese ni siquiera a pedirle que saliese al jardín de su casa de reposo del Eifel.
La entrevista formal había concluído ya y manteníamos una conversación intrascendente sobre la casa, que había comprado hacía veinte años. Fue entonces cuando me dijo, de pasada, que todo el entorno era muy bonito, pero sentía un gran "desasosiego interior" y que el idilio sólo estaba fuera de él. Traté de sacarle lo que le pasaba por dentro. Por fuera era evidente su lamentable estado de salud, que le había obligado a renunciar a asistir a la Semana del Libro Alemán en Madrid.
Me dijo: "El mundo me saca de quicio"; le pregunté si sentía pesimismo cultural y respondió que no. Insistí para saber si se trataba del Weltschmerz, esa especie de dolor existencial, y Böll se echó a reir con su gesto socarrón, entre irónico y divertido. Luego indagué por los temas más candentes, la angustia y el miedo ante la destrucción atómica, pero me cortó: "No se lo puedo decir, pero hay muchos motivos, y no sólo políticos.
No me atreví a preguntarle si era temor a la muerte, presentida. Tuve la sensación, al despedirme, de que le había visto por última vez y de que la entrevista había sido casi robada. De que le había robado dos de las últimas horas de vida a aquel hombre que ha sido campeón de muchas causas perdidas de la historia reciente alemana. Sin. embargo, a pesar de su quebrantada salud, se esforzó por no dar sensación de un malestar que era evidente. "Teníamos que tener la entrevista, después de tanto tiempo".
Una figura quijotesca
Le conocí personalmente en el otoño de 1977, el llamado Otoño alemán, cuando la histeria de la caza del terrorista llegó a socavar los mismos cimientos democráticos de la República Federal de Alemania. Fue en un coloquio celebrado en Recklinghausen, en la cuenca industrial del Ruhr, y allí estaba, a su lado, Rudi Dutschke, que había, aprendido de nuevo a hablar y recuperado su cerebro, tras los años de convalecencia para reparar los daños causados por las balas, disparadas por un pobre desgraciado, enloquecido por los textos del periodismo que Böll denunció en El honor perdido de Katharina Blum. Hablamos de las reservas democráticas de la España recién nacida a la democracia, tras el franquismo, y aquella RFA de la caza de brujas, la persecución macartista de presuntos radicales, de izquierda naturalmente, y la lucha antiterrorista, que había llegado a afectar a la misma familia de Böll con el registro policial de la casa de uno de sus hijos.
Era una figura quijotesca, en medio de esa Alemania reconstruída del cristal de los rascacielos, el asfalto de las autopistas y el acero de los automóviles. Estuvo allí para desafiar al poderoso Zar de la prensa, Axel Springer, y su cadena de periódicos, con Bild a la cabeza. Se enfrentó a los cazabrujas, a los que pedían casi el linchamiento de los todavía presuntos terroristas y, casi al final de su vida, contra los mismísimos misiles, siempre en defensa de los valores que él llamaba republicanos, en el sentido de derechos civiles. Por eso Böll estuvo también al lado de los exiliados del socialismo real, del cantautor Wolf Biermann, del soviético Aleksandr Solyenitsin o de Lew Kopelew y de los disidentes polacos del Comité de Autodefensa Social (KOR).
Participó en la gigantesca manifestación pacifista del 10 de octubre de 198 1, cuando Bonn, el escenario de Opiniones de un payaso y de su novela todavía inédita, recibió tantos manifestantes como habitantes tiene la ciudad. Pocos días después de la declaración de ley marcial en Polonia, en diciembre de 1981 participó en una conferencia de prensa en Bonn para denunciar la represión en términos muy dramáticos con denuncias concretas, que luego resultaron falsas. En aquella ocasión pude entrar en Polonia y al regreso le hice llegar una información sobre lo que había visto, que desmentía en parte algunas de las atrocidades denunciadas por la falta de información de lo que ocurría realmente. El pasado 24 de mayo me dijo que no tenía muy claro lo que ocurre en Polonia y no sabría enjuiciar al general Jaruzelski. Le pareció más conveniente no pronunciarse y dejar que "hablen los propios polacos".
Era sensible y atento a lo que ocurría a su alrededor. En nuestra entrevista robada, a base de escabullir a la secretaria encargada de mantener a distancia a los periodistas, con la complicidad de su hijo René, tuve en muchos momentos la sensación de ser yo el entrevistado. Me preguntaba qué iba a pasar en España con el referendum sobre la OTAN, y si Felipe González se mantenía en el poder fiel a lo que había prometido cuando estaba en la oposición. Recordaba un viaje a España: "Estuvimos un par de días en Granada, porque naturalmente nos interesaba García Lorca. Encontramos a un taxista que nos llevó a su casa natal".
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