Los héroes
Los aficionados espectadores de este Rock in Rio tuvieron que salir de su barrio -de su casa o de su hotel- a las cuatro de la tarde. Acudieron a la primera cola del día en la parada del autobús. Agobiados, pero frescos, cantaron y dieron palmas durante las dos horas de tránsito hacia el rockódromo, un viaje pleno de caravanas en cualquiera de las diferentes calles y carreteras de acceso.Contentos de haber acabado el angustioso trayecto, se dispusieron a recorrer la distancia de dos kilómetros para llegar al gran recinto. Y allí, bailaron, cantaron y durmieron a ratos, se apretaron en masa mientras sus pies se podían hundir en el barro fangoso que ocupaba muchas zonas del extenso terreno.
Muchos acudían desesperados en busca de un asiento más cómodo y limpio, pero ni en la gran hamburguesería montada, con cerca de 500 dependientes, ni junto a la cadena de tiendas podían satisfacer su deseo y así se veían obligados a apoyar la cabeza en el cuerpo del compañero o la compañera. Entre bromas y esperas, contemplaron a gran número de guardias que vigilaban celosamente su comportamiento.
También podían escuchar reclamos curiosos como el que el presentador leyó antes de la salida de Whitesnake: "Atención, atención, Daniel: pase por la oficina de información. Su hijo Sebastián, de 16 años, que está en un correccional de menores, le llama".
Casi todos resistieron las nueve horas e incluso pidieron un par de bises al último grupo, Queen. Había que volver y los autobuses les esperaban a dos kilómetros, y a los autobuses otras dos horas para llegar a las distintas zonas de la gran ciudad San Sebastián do Río de Janeiro. Ipanema, Leblon, Copacabana, Downtown, Flamingo y aún más lejos.
Alguno de aquellos bravos cariocas podía llegar a su casa, donde el hermano pequeño, que no pudo acompañarle, dormía estirado en el sofá ante el televisor, en el que se había emitido el concierto a través de la cadena O Globo.