Decir la palabra 'cultura' en Nicaragua / y 2
Todo lo que he podido y puedo ver aquí muestra que no me equivoco: la música está ahí para probarlo, con la entusiasta adhesión del público a sus diversas manifestaciones; el teatro popular, que parece cada vez más dinámico e inventivo; el baile en sus diversos estilos; y ahora también el campo de las artes plásticas, que en este avance incontenible va a expandirse enormemente con la creación y la influencia del Museo de Arte de las Américas, nacido de la solidaridad internacional, pero respondiendo desde luego a una urgente necesidad de asimilación y disfrute de los campos estéticos más variados. En efecto, ¿quién hubiera podido soñar hace tan poco tiempo con una colección de pintura y escultura como la que se expone provisionalmente en el teatro Rubén Darío? ¿Quién que no tuviera los medios económicos para viajar al extranjero hubiera podido asomarse a un desfile tan múltiple y complejo de todas las tendencias estéticas dominantes de nuestro tiempo? Todo eso es cultura, pero una cultura que, en vez de darse como procesos aislados, salta hacía adelante en la gran ola de la movilización cultural masiva, y la fuerza incontenible de esa ola nace de que la dirigencia y el pueblo comparten y se reparten esa misma sed de conocimiento y de belleza. ¿Quién hubiera imaginado aquí una editorial como Nueva Nicaragua, que apenas en sus primeros pasos ha lanzado ya una serie considerable y hermosísima de libros para satisfacer un ansia de lectura que la campaña alfabetizadora ha vuelto multitudinaria? El gran camaleón
Por cosas así se comprenderá que alguien como yo no tenga el menor temor de que esta movilización se estanque o se anquilose; el gran camaleón del arte y de las letras, de las artesanías y de las músicas, inventará nuevos colores cada día en la imaginación de su pueblo. Pero, al mismo tiempo, sé el precio que desde el 19 de julio se ha venido pagando para que la cultura se difunda y se renueve, un precio que en estos momentos se ha vuelto más alto y más duro que nunca. Que el esfuerzo que trato de esbozar se siga cumpliendo frente al ataque desembozado de contrarrevolucionarios cínicamente ayudados por Estados Unidos y sus cómplices o títeres, no solamente es la prueba de su inflexible arraigo en el pueblo sandinista, sino, también, la mejor garantía de su indomable vitalidad. No olvido a aquel jerarca nazi de los años treinta, no sé si Goering o Goebbels, que dijo: "Cuando oigo hablar de la cultura, saco la pistola". La amenaza no era gratuita, porque cuando una cultura es como la que está creando y viviendo el pueblo de Nicaragua, esa cultura es revolucionaria, y resulta inevitable que frente a ella se alcen una vez más las pistolas de quienes buscan esclavos, colonos o lacayos a quienes imponer la ley del amo. Si el pueblo sandinista muestra diariamente que está dispuesto a enfrentar esas pistolas, lo hace con una decisión que sólo puede nacer de un sentimiento de plenitud humana, de saberse al mismo tiempo pueblo e individuo, pueblo formado por individuos, y no por una masa amorfa, e individuos que no buscan ser entidades aisladas, como lo es en el fondo el programa cultural de tantas sociedades basadas en el egoísmo, en la llamada lucha por la vida, ese tan norteamericano struggle for life, que en definitiva es la ley de la selva, es tratar de ser el más rico, o el más poderoso, o el más culto a costa de cualquier cosa, y sobre todo, a costa del prójimo.
Por eso, y a esta altura del proceso revolucionario, lo que me parece más acertado y más importante es que la política cultural nicaragüense se abra, como lo está haciendo, en todas las direcciones posibles y por todos los medios a su alcance. Me conmueve que aquí todas las actividades populares van siempre como de la mano con un elemento de cultura, un incentivo mental o estético, y eso es algo que se siente en los discursos de los dirigentes, en ese evidente deseo de que cada cosa que se haga, por simple o incluso penosa que sea, no caiga jamás en el mero nivel del trabajo a ciegas. A ustedes, tal vez, ya no los impresiona como a mí encontrar cada semana los suplementos culturales de los diarios revolucionarios, sin hablar de tantas revistas, programas radiales y televisados, y otras incitaciones que pueden mejorarse todavía mucho más, pero que ya están ahí y son parte de la vivencia permanente que tiene el pueblo en materia estética y literaria. Cada vez que abro esos suplementos pienso que en ese mismo momento están llegando a todos los rincones del país, humildemente escondidos en el cuerpo del diario, y que millares y millares de ojos, que no sabían distinguir las letras del alfabeto hace tan poco tiempo, van a leer junto conmigo el poema de un combatiente o de un niño, un ensayo sobre pintura o una entrevista a un médico o a un músico, y que acaso en muchas de esas familias habrá quienes lean eso y quienes no lo lean, habrá las ignorancias o las indiferencias que también son parte lógica del proceso, y habrá las revelaciones inesperadas y fecundas que un artículo, un cuento, un poema o una imagen pueden provocar en un adolescente o en un adulto, y cambiar acaso completamente su vida.
En esta diseminación, en este esfuerzo, hay las nubes negras de tantos obstáculos que aún llevará tiempo y sacrificio echar abajo. ¿Cómo ignorar las dificultades de las comunicaciones, los problemas étnicos, las múltiples trabas a esos contactos mentales capaces de eliminar poco a poco los tabúes y prejuicios, de acabar con las ideas fijas y sustituir todo ese aparato negativo y siempre peligroso por una conciencia clara de las metas revolucionarias en todos sus planos?
Ni Arcadia ni Suiza
Nicaragua no es Arcadia; sus carreteras y sus vías fluviales no son las de Suiza. Pero si la alfabetización dio los resultados que conocemos, gracias a que una parte del pueblo fue el maestro de la otra parte, ahora es el momento en que los contenidos culturales, tanto de orden intelectual como político, ético o estético, se ahonden en la conciencia popular gracias a ese mecanismo de transmisión de individuo a individuo y de grupo a grupo, allí donde el que sabe algo esté dispuesto a comunicarlo y a hacer de toda cultura individual una cultura compartida. Pero cuando digo compartida no pienso de ninguna manera en una cultura repetitiva, sino, muy al contrario, en un fermento mental y afectivo con todo lo que eso puede conllevar de discusión, polémica, aciertos y equivocaciones. Así como personalmente he defendido siempre el derecho del escritor a explorar a fondo su espacio de trabajo, pese al riesgo de no ser bien comprendido en el momento e incluso acusado de elitista o de egotista, así también veo esta cultura revolucionaria de Nicaragua como una palestra de ideas y de sentimientos en sus más diversas posibilidades y manifestaciones. Para mí, la menor huella de uniformidad temática o formal sería un desencanto. La cultura revolucionaria se me aparece como una bandada de pájaros volando a cielo abierto; la bandada es siempre la misma, pero a cada instante, su dibujo, el orden de sus componentes, el ritmo del vuelo, van cambiando; la bandada asciende y desciende, traza sus curvas en el espacio, inventa de continuo un maravilloso dibujo, lo borra y empieza otro nuevo, y es siempre la misma bandada, y en esa bandada están los mismos pájaros, y eso, a su manera, es la cultura de los pájaros, su júbilo de libertad en la creación, su fiesta continua. Estoy convencido, porque es algo que siento cada vez con más fuerza en cada una de mis visitas a Nicaragua, que esa será la cultura de su pueblo en el futuro, firme en lo que le es propio y abierta a la vez a todos los vientos de la creación y de la libertad del hombre planetario.
Proceso popular
Pido que se me perdone todo lo que esta tentativa de abarcar un panorama tan vasto pueda tener de precario e incluso de superficial. Hablo de lo que he visto y sentido, pero no lo hago como aquellos visitantes o periodistas extranjeros que, apenas desembarcan en el país, se creen capacitados para explicar y criticar cualquier cosa, y hasta para profetizar acerca de la revolución sandinista y su proceso popular. Sé que cualquiera de ustedes conoce mejor y vive más a fondo que yo ese proceso, pero que también puede ser útil que alguien del exterior ofrezca sus puntos de vista, siempre que lo haga sinceramente, siempre que sea capaz de vivir de muy cerca y apasionadamente esta realidad antes de pronunciar la primera palabra de una opinión o de un juicio.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.