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POP

Más derroche que calidad en ABC

El pasado fin de semana coincidieron la apertura de una nueva sala de conciertos y la presentación en España de uno de los grupos más sorprendentes y meteóricos del 82. Estos últimos, los fabulosos ABC, (Poison Arrow), (The Look of love...) vinieron a la primera, llamada Morasol, a fin de mostrar las virtudes de ser joven pero elegante.El nuevo local, sito en el barrio de la Prosperidad, reúne buenas condiciones para los conciertos y viene a ser el lugar de aforo medioalto capaz de recoger aquellas figuras para las que Rock-ola o Factory se quedan pequeños. Es una lástima que aún les falten permisos y que los vecinos de las manzanas adyacentes se quejen con amargura de lo pobre de la insonorización.

Con todo, ABC llenó ampliamente y sus conciertos, que el primer día (viernes) sufrieron los efectos de la improvisación, respondieron a las expectativas de grandiosidad (o grandilocuencia) que sus discos y actitudes habían despertado. Allí estaban el elegante Martyn Fry y sus tres amiguitos, todos vestidos con tuxedos centelleantes. Ellos y muchos más hasta formar un total de un chelo, cinco gráciles violinistas (una sexta se había perdido en el fragor madrileño), dos saxos, una trompeta, guitarra, bajo y dos señores doblados sobre un aparejo de teclas como no se había visto desde los prodigiosos tiempos de Rick Wakeman o Keith Emerson. Eso y un cantante situado por su propia voluntad en el camino, que frecuentaron Bing Crosby, Frank Sinatra, Elvis Presley (y Brian Ferry). Elegancia a la americana, como podía deducirse de un escenario remedando al Caesar's Palace de las Vegas. Más derroche que calidad y nombres como los anteriores que lo dignifican todo. No así en el presente caso.

Lo indiscutible es que ABC han creado una larga lista de canciones impresionantes, buenísimas, producidas con especial sensibilidad, inteligencia y soul por Trevor Horn. En disco son apabullantes, en directo aparecen matices. Por ejemplo, resulta que Martyn Fry canta más bien poco. No tiene un chorro de voz ni matiza demasiado. Se mueve sin ligar las secuencias de pasos y sus fallos de ritmo son inconcebibles. Dice Stephen Singleton que es como un enanito dicharachero y saltón cuyas limitaciones con el saxo alto son tan patentes que casi insultan. Sólo se salva en cuanto a capacidad David Palmer, y esto a cambio de que su batería fuera el sonido dominante a lo largo del concierto.

El sonido, bastante regular, carecía de planos y de matices. Lo más divertido, sin duda, era ver a tanta gente moderna aplaudir con entrega un montaje mastodóntico del tipo más odiado y vilipendiado desde Jhonny Rotten para acá. Será que los humanos le tenemos un gusto ancestral a la opulencia. Pero lo de ABC parecía más bien un quiero y todavía no sé, pero me lo monto a lo grande.

Bien, es su derecho, el fallo reside en que se ponen demasiado a tiro de comparaciones.

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