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Reportaje:

España recuerda la obra 'humilde y sencilla' del compositor vasco Donostia

Exposición en el 25 aniversario de su muerte

Un cuarto de siglo después de la muerte del compositor vasco y sacerdote J. A. Donostia, España ha venido dedicando una serie de actividades a recordar la figura de este músico. Los actos vienen celebrándose desde el pasado verano y ahora prosiguen en Madrid con la apertura en el Real Musical, de Madrid, de una exposición breve pero significativa de la obra de este artista. En la inauguración de esa muestra habló el crítico Antonio Fernández-Cid y se ofreció un concierto de obras pianísticas, canciones y dúos de violín a cargo de Pedro Espinosa, Susana Marín, Belén Aguirre, Isabel Torón, Francisco Martín y Pedro Olagua.

José Antonio Donostia (nombre religioso que sustituyó al de José Gonzalo de Zuleica y Aguirre) nació en San Sebastián, el año 1886, que fue una fecha central de una generación que inaugura Conrado del Campo y clausuran Mompou, Palau y Almandoz. Ese mismo año vienen al mundo Esplá, Guridi, Julio Gómez, Calés Pina, Pedro Sanjuán y Rodríguez Losada. Desde el punto de vista vasco, importa destacar la fundación de las Sociedades Corales de Bilbao y San Sebastián.

Círulo mágico

La personalidad de Donostia parece condicionada por una suerte de círculo mágico cuyos puntos principales son el País Vasco, Francia, Lecaroz (Navarra) y Barcelona, en lo geográfico; en lo ideológico habría que considerar lo popular, lo religioso, lo histórico, un impresionismo especialmente particularizado, la proyección hispanoamericana con estancia en Argentina y los años de exilio en Toulouse (1936-1943).Fueron maestros del padre Donostia, Eleuterio Ibarguren, Toribio Mújica y Bernardo Gabiola, en la ciudad natal; Ismael Echezarra, en Lecaroz, y Eugene Cools, un discípulo de Fauré, Gedalge y Widor, director de las Ediciones Max Eschig y gran amigo de Falla, en París. Pero sin directo discipulaje, no pueden olvidarse las impresiones recibidas por el músico al contacto con Resurrección María de Azkue, Francisco Gascúe, Charles Bordes, Federico Olmeda, Felipe Pedrell, Enrique Granados y Apeles Mestres. De ellos aprendió a querer el folklore, sobre el que trabajó tan amplia como hondamente, y lo que más importa, el criterio para servirse de lo popular en su creación de compositor.

Fue Mauricio Ravel, al decir del propio Donostia, quien le precisó el camino a seguir: "Seleccionar unos cuantos temas folklóricos y vestirlos con un ropaje más o menos abigarrado, según el patrón que uno crea más perfecto musicalmente, está en manos de cualquier profesional o aficionado. Salta a la vista que tal procedimiento es rudimentario. Saturarse, en cambio, de la música popular y, sobre todo, del espíritu del pueblo y luego crear así, sin sujetarse a determinados temas, es indudablemente de más trascendencia, de mayor realidad positiva y artística".

Vasquismo coherente

Ya estaba Donostia en ese camino, como lo estaban sus maestros directos o sus ejemplos. El vasquismo de Donostia, tan intenso, coherente y persistente en su larga y variada producción, constituye uno de los más ricos ejemplos de identidad que pueden darse Ahora bien, por el ambiente vivido en París, por la, obediencia a mandatos íntimamente sentidos, por el propio carácter del hombre que vive la música en una fiesta popular de su tierra o en el recogimiento de la abadía de Silos, acompañado por el más puro gregoriano, la expresión musical de Donostia fue siempre sencilla, humilde, enamorada del sonido y la armonía como depuración última de un lenguaje tan íntimo que, a veces, bordea el de ciertos filorrománticos nacionalistas (Grieg, Granados) o se torna impresionista desde lo que es fundamento de la tendencia: arte de sugerir imágenes.En el piano -Preludios vascos, suites infantiles-, Donostia parece un Mompou de su país; en las canciones practica el deduccionismo armónico a partir de los temas populares, un tanto al modo de Falla, y nos ofrece un valioso capítulo: sus melodías, sobre catalanes (Mestres, Riber, Guasch); en el coro, va desde la inspiración franciscana al misticismo de Verdaguer, los viejos textos castellanos o las tradiciones francesas y vascas; en el género religioso, el espiritualismo de Donostia alterna lenguas, épocas y estilos para ceder ante una religiosidad popularista, generalmente impulsada por textos vascos, o cultivar formas enraizadas con el clasicismo europeo, que sabe despojar de todo lo accesorio y entender desde un sentimiento armónico propio de su tiempo. Virtudes generales que se reflejan en los trabajos orquestales y de cámara o se contraen en la síntesis sonora del órgano.

Teatro católico

Capítulo del máximo interés es, sin duda, el teatral, pues nos hallamos ante una de las escasas actitudes de servicio al teatro católico contemporáneo, bien se trate de Los tres milagros de Santa Cecilia, sobre la obra de Gheón, bien de La quête hèroique du graal, para cuarteto de Ondas Martenot y piano. Toda la obra y la vida de Donostia (extinguida en 1956), reflejan con exactitud las palabras que le dedicara Francesc Baldelló: "Era un hombre llano, sencillo y humilde. Personificación de la modestia y la bondad, no sabía disimular, y su trato constituía una bendición para todos cuantos tuvieran la fortuna de contar con su amistad sincera".Al regreso del exilio, Donostia se instaló en Barcelona para trabajar junto a Higinio Anglés en el Instituto de Musicología, en cuyo Anuario musical publicó valiosos trabajos que vinieron a completar otra de las facetas de tan poliédrica personalidad: la del musicólogo, en la que destaca la resurrección de los clavecinistas vascos del XVIII.

Recientemente, el padre Jorge de Riezu publicó un volumen de Cartas al padre Donostia, como antes había publicado una sintética y completísima biografía. El mismo autor se encargó, con toda autoridad, de la edición de Obras musicales de Donostia, de las que han aparecido doce tomos.

En el campo discográfico, las últimas grabaciones a registrar son los Preludios vascos, por Pilar Bilbao, y la Misa de difuntos en versión dirigida por Juan Eraso.

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