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Portugal tras las elecciones presidenciales

Desolación en el cuartel general del candidato del Gobierno, Soares Carneiro

Apenas habían pasado cuatro horas desde el comienzo del escrutinio y ya la más absoluta desolación se paseaba por los pasillos del lujoso hotel Sheraton, dónde los seguidores del general Soares Carneiro, candidato de la coalición de Gobierno de Alianza Democrática, habían instalado el centro de seguimiento de las elecciones. Un general Soares Carneiro aún más taciturno que de costumbre admitía, un cuarta de hora después de la medianoche, su derrota electoral frente al actual presidente.Jóvenes con modernos cascos de motocicleta montaban guardia en el recibidor inferior del hotel. En el piso superior, el general Soares Carneiro apenas si se avenía a responder a dos o tres preguntas de los periodistas. «Creo que la muerte de Sa Carneiro ha podido favorecer la candidatura de Ramalho Eanes».

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Una carcajada general fue la respuesta de los centenares de seguidores de Eanes que escuchaban, pegados a los televisores instalados en el cuartel general de la candidatura del presidente, las palabras del frustrado aspirante a la presidencia. Sentadas sobre la moqueta de una de las improvisadas salas, acondicionadas con mamparas de madera en un edificio todavía en construcción de la céntrica avenida de la Libertad, la esposa de Eanes, Manuela, y la ex primera ministra, María Lourdes Pintassilgo, compartían, con sendos vasos de champán del país, el jolgorio general.

A las puertas de una salita vecina, media docena de fieles montaban guardia para impedir el paso de seguidores, periodistas y curiosos al lugar desde donde el general Eanes seguía la salida de los resultados. Tres o cuatro destacados dirigentes socialistas y socialdemócratas desidentes estaban congregados en torno al general y a una botella de viejo whisky de doce años.

«Mi victoria es la victoria de la democracia». Eran las primeras palabras de quien a esa hora, cerca de las dos de la madrugada, era ya el vencedor de las elecciones. El general Eanes había repartido, cosa insólita, algunas sonrisas a los seguidores que lo estrujaban en el camino desde su pequeña salita hasta el improvisado estudio de televisión, en la misma sede de su candidatura, desde donde sus palabras eran transmitidas al país en directo.

A esa hora, más de un millar de personas aclamaban desde el bulevar de la avenida, fianqueadas por disciplinadas filas de fuerzas de orden, a su candidato. Entre tanto, caravanas de automóviles con banderas nacionales y retratos de Eanes se agolpaban frente a la sede de la candidatura de Soares Carneiro, donde un nutrido cordón de policías prestaba vigilancia.

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«No hay ningún condicionamiento por mi parte respecto de los partidarios que apoyaron mi candidatura». Ya desde el primer momento, el general Eanes quería desmarcar su posible acción futura del partido comunista, cuyo desistimiento en su favor ha sido probablemente decisivo para su elección en la primera vuelta, y cuyos militantes formaban con toda seguridad el grupo de seguidores más nutrido que le aclamaba desde fuera del edificio.

A pocos metros de allí, notables dirigentes socialistas hacían bromas sobre la posición adoptada por el secretario general del PS, Mario Soares, quien en medio de la campaña había decidido retirar su apoyo a Eanes en contra de las decisiones del partido. «Sabéis», decía uno de ellos, «que en la mesa electoral donde votó Soares el general Eanes perdió por un solo voto».

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