El cine de Eloy de la Iglesia
Existen dos etapas claramente diferenciadas en la obra de Eloy de la Iglesia. En la primera de ellas, sirviéndose de géneros más o menos tradicionales, y tomando muchas de sus convenciones, De la Iglesia desarrolla un -llamémosle así- estilo de narración caótica y óptica deformante cuyos continuos problemas con la censura le valen una reputación de audaz y en el que toda incoherencia es sistemática y respetuosamente achacada a las mutilaciones de la infatigable tijera de la censura franquista. Esta etapa mártir parece hoy generalmente olvidada y disculpada por el hecho de no haber sido realizada en libertad. A ella pertenecen títulos tan lamentables como El techo de cristal, AIgo amargo en la boca, La semana del asesino, Cuadrilátero o Una gota de sangre para morir amando.La segunda -y última, por el momento- etapa de su cine la forman sus cuatro películas más recientes: Los placeres ocultos, La criatura, El sacerdote y El diputado. En ellas, junto a una continuidad formal que no evidencia otra evolución estética que no sea la de un aprendizaje tan relativo como ramplón e inevitable, el cine de Eloy de la Iglesia experimenta una renovación temática que era fácilmente previsible. Su cine en esta etapa libre introduce personajes y situaciones hasta entonces vetadas. Es un cine de destape tanto sexual como político.
El sacerdote
Dirección: Eloy de la Iglesia. Guión: Enrique Barreiro. Fotografía: Magi Torruella. Música: Carmelo Bernaola. Intérpretes: Simón Andreu, Emilio Gutiérrez Caba, Esperanza Roy, José Franco, Ramón Reparaz y Queta Claver. Española, 1977. Local de estreno: Madrid 1.
Los personajes de estas cuatro películas son seres atormentados cuyos conflictos políticos y sexuales se funden y confunden. En El sacerdote asistimos a la puesta en escena de una castración. Castrado -simbólicamente- por su madre cuando a los catorce años le envía a un seminario para que se convierta en cura, el padre Miguel asiste a un dramático desdoblamiento interno. Tras un largo calvario producido por la coexistencia hostil de su sexo y su vocación, El sacerdote opta por el método menos razonable de solucionar su contradicción: amputarse su conflictivo miembro. Esta trama -trauma, más biencentral está arropada con la descripción de la vida cotidiana de los curas de la parroquia del padre Miguel. La problemática de ambiente la forman disquisiciones sobre el último modelo de casulla, la forma en que un cura posconcillar debe enfocar los preparativos de una primera comunión, la estrategia de combatir el pecado de la carne entregándose al más leve y vitamínico de la gula y un largo etcétera de problemas de este tipo que tanto afectan y preocupan al ciudadano medio.
El mayor defecto, el menos perdonable, del cine de De la Iglesia son sus personajes. Arbitrariamente construidos para servir a los didácticos objetivos de sus historias, sus personajes no resultan nunca creíbles, verdaderos. De la Iglesia es tan incapaz para retratar con un mínimo de objetividad a un diputado de derechas -La criatura- como a uno de izquierdas -El diputado- o a este atribulado sacerdote.
Tras la falaz argumentación de no hacer cine para la progresía, se oculta una discutible definición del público a través de unos productos de los que únicamente es un pasivo receptor. La cuestión es que los métodos con que De la Iglesia busca la fórmula de un cine popular recuerdan bastante a los de Ignacio F. Iquino, de quien se revela un aventajado sucesor, aunque de signo inverso. A estas alturas, son varias las preguntas que uno puede plantearse acerca de las películas de Eloy de la Iglesia.
a) El cada vez más asumido feísmo de su cine, más que una aguerrida postura contra el buen gusto, ¿no será el disfraz de una absoluta incapacidad para producir cualquier producto mínimamente estético?
b) El presentar a sus potenciales espectadores El sacerdote como una comedia, ¿no será una forma de cubrirse del ridículo por adelantado? En cualquier caso, si lo que se pretendía era un filme de humor, el fracaso es aún mayor y más dramático.
c) Tras su machacona intención de chocar, desagradar y agredir al espectador, ¿no late una completa impotencia para proporcionarle cualquiera de los muchos placeres -diversión, emoción, etcétera- que éste busca en la sala oscura?
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