Lillian Hellman: el respeto por la dignidad humana
Fred Zinneman contó en cierta ocasión que, cuando trabajaba en el guión de Julia, basado en un capítulo de Pentimento, de Lillian Hellman, dudó sobre la posible relación carnal entre las dos protagonistas, la autora del libro y su gran amiga, Julia. Se lo preguntó a la escritora y ésta, tras permanecer un buen rato ensimismada, le replicó que no se acordaba del detalle, pero que en cualquier caso aquello no modificaba en nada los sentimientos hacia su amiga.En la reciente edición en castellano de Mujer inacabada, la Hellman cuenta -entre otras cosas- su estancia en España durante la guerra civil. Joven americana, autora de teatro, famosa y progresista llega a la España desolada. En su diario hay una fecha importante para comprender su talante: el 17 de octubre de 1937. Conoce a Pasionaria, personaje mítico, a Álvarez del Vayo, a la plana mayor de las fuerzas progresistas. Pues bien, el relato más minucioso lo realiza sobre una pareja que encuentra en una plaza recoleta, ella a medio camino entre la vocación religiosa y la condición de enfermera y él, un hombre maduro, triste y de comportamiento infantil.
Mujer inacabada, de Lillian Hellman
Editorial Argos Vergara. 302 páginas. Barcelona, 1978.
Son dos anécdotas que describen un mismo carácter, una misma personalidad, la de una mujer fascinada por el ser humano. Lillian ama el recuerdo de Julia y se siente atraída con más intensidad por unos personajes insólitos que por quienes representan en vida los ideales políticos. Mujer inacabada, relato autobiográfico de la escritora, rezuma amor, ternura y fascinación por el individuo. Es un mensaje del humanismo más puro de cuantos se conocen.
Si el baremo por el que la autora mide las calidades humanas no es otro que el de sus cualidades en tanto que individuos (política, fama y veleidades públicas al margen), no puede extrañar el que los personajes secundarios alcancen parcelas de protagonistas en los recuerdos de la Hellman. Entre sus amistades surge con frecuencia la constelación mitológica de la literatura norteamericana del siglo XX: allí están Scott Fitzgerald, William Faulkner, un Ernest Hemingway, evidentemente despreciado por la autora, Norman Mailer y, naturalmente, Dashiell Hammet, con quien compartió buena parte de treinta años de existencia. Sin embargo, las historias y aventuras inolvidables surgen en las descripciones de los ocupantes de un hotel moscovita, en plena guerra mundial: japoneses desconcertantes, mercaderes enigmáticos de pieles, prostitutas de la rusia revolucionaria, o en los lugareños de un pueblo castellano durante la guerra.
La lista de conflictos sociales vividos por la Hellman complacerían a buen número de progresistas de todo el mundo, no le falta detalle: desde las ya citadas guerras de España y mundial, a la solidaridad con los judíos, el profundo desprecio por la caza de brujas del senador McCarthy o la defensa apasionada de las minorías raciales norteamericanas. Una lista de afinidades ideológica que firmarían sin dudar desde Fidel Castro a Dubcek, pasando por Enver Hoxa, Willy Brandt o Deng Xiaoping. Lo que ninguno de ellos firmaría -y aquí comienza la auténtica grandeza de la escritora- es la visión que describe la Hellman en este libro.
Un joven fanático o un burócrata de la revolución -que de todo hay en la viña del Señor- calificaría estas memorias de «decadencia pequeñoburguesa», pues contienen las dosis suficientes de sensibilidad y sentimentalismo como para perturbar un espíritu dogmático. Personalmente creo que esa es su gran virtud, la de aproximarse a unos fenómenos colectivos desde el relato de lo anecdótico, o si se prefiere, de lo particular a lo particular, puesto que la suma de las particularidades daría lo general. La experiencia histórica da siempre la razón a los humanistas. Para nadie es un secreto que el recuerdo de la guerra civil española ha sido frecuentemente manipulado por las dos partes de la contienda (ahí están los oscuros sucesos de Casas Viejas, la comuna asturiana, la represión contra el POUM o las luchas entre socialistas, anarquistas y comunistas, por citar ejemplos de una parte. La lista de ejemplos de la otra parte sería interminable), quizá por ello se agradezca más la visión de una extraña que cuenta la vida cotidiana. Sobre, el triunfo de la revolución bolchevique se ha escrito mucho y de manera excesivamente fluctuante, según avanzara el proceso de desestalinización del régimen.
Lillian Hellman pasa por la vida y por los acontecimientos sociales traumáticos con un cierto escepticismo y desencanto (¿será una precursora más de lo que los herederos de la épica colectiva llaman «pasotismo»?). En cualquier caso ese escepticismo y desencanto conlleva en su caso un enorme respeto por la dignidad humana. Esa mezcla produjo un libro que se publicó en Estados Unidos en 1969. Ahora se acaba de editar en España: merece la pena leerlo.
Babelia
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