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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

¿Mélies, resucitado?

Al realizar La hija del guardabarreras sobre una historia escrita en colaboración con Roland Topor, el argentino Jeróme Savary y su troupe del Magie Circus, no han pretendido huir de su procedencia eminentemente teatral, sino que, al contrario, han adaptado el cine a su trabajo habitual y, paradójicamente, este es el gran acierto de partida. Y lo han hecho de la mejor forma posible, sin que ninguna de las dos partes salga perjudicada. Así, La hija del guardabarreras, que se anuncia como el primer burlesque erótico de la historia del cine, no es sino una recreación del cine mudo de los años diez y veinte, pero con un ingrediente que los rígidos códigos morales y censoriales de entonces habían proscrito: el sexo.

La file du garde barrière

Dirección: Jerôme Savary. Guión: Roland Topory Jerôme Savary. Fotografía: R. Dacosta, R. A lazraki y Dominique Chapuis. Música: Eric de Marson. Intérpretes: Michel Dussarat, Mona Mour y Annick Berger. Francesa, 1975. Locales de estreno: Infantas y Peñalver.

Loca historia de un amor loco

La historia es un folletón con todas las convenciones del género y aún más, deformadas hasta la pura caricatura. Es la loca historia de un amor loco: Mona, la hija del guardabarreras, es violada en la vía del tren y huye para no ensuciar el honor de su familia: un padre moribundo y un perro. Entonces Conoce al apuesto Dudú, pero ambos caen en las manos de una supergorda dama que los prostituye y explota en su burdel. Dudú, a quien la naturaleza ha superdotado sexualmente, pasará mil peripecias, llegando a ser Gran Visir de Bagdag, para finalmente volver a conquistar el amor de Mona.

Perfecto pastiche

Todo ello nos es servido dentro de un perfecto pastiche del cine primitivo, que por sus teatrales decorados hace pensar en Mélies. Más que un filme de humor, La hija del guardabarreras es un filme irónico. Savary no pretende emular a Mack Sennett, y, estructuralmente, respeta las reglas del melodrama folletinesco.Entre los trajes de época, los árboles de cartón, los cielos pintados, etcétera... surgen descomunales falos, falos de cómic, grotescos e irreverentes, que nos devuelven a la realidad, con un chistoso efecto distanciador, rompiendo la ilusión de otra época, de otro cine, por lo demás, tan minuciosamente conseguida.

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