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La andanada ocho y la prensa

«¡La prensa nos engaña! », gritaron, a coro, algunos desde la andanada ocho, el pasado jueves en Las Ventas. No tenían razón, porque no hubo tal cosa. La corrida de la Prensa se preparó con ilusiones de aficionado, tanto en la elección del ganado como en la confección del cartel de toreros.No hay que dramatizar las cosas y tampoco el escándalo que se produjo en los dos últimos toros de la corrida. Pero duele mucho que un sector de afición ejemplar y que tanto ha hecho por la fiesta como es la andanada -o al menos una facción de la misma- cruzara los límites de la ponderación para volcarse en una protesta que llegó a ser desmedida.

Suscribimos la crónica de Vicente Zabala -«Señores, mea culpa»-, en todo aquello que se refiere a la elección del ganado y su trapío. Efectivamente, el pasado domingo estuvimos en Las Ventas con Manuel López del Oro y Zabala (ambos de la comisión organizadora de la corrida), para presenciar el desencajonamiento de los toros de Guardiola y examinar cómo venían de trapío.

Agradecí -y agradezco ahora públicamente- que se me invitara a emitir opinión, que fue totalmente favorable a la presencia de las reses.

Los guardiolas venían con trapío. Nada había que objetar a su seriedad, cornamenta y restantes características zootécnicas. Alguno de los toros, como el entrepelao cuarto que sería devuelto al corral en la corrida; como el bizco, pese a su lámina no precisamente bella, y, sobre todo, el sobrero -un corniabierto, cornalón, de buen cuajo- habrían podido servir como ejemplo de la presencia que un aficionado riguroso exigiría en el toro de lidia normal.

Y, sin embargo, estos tres toros, ¡precisamente!, fueron protestados nada más aparecer en el ruedo, como igualmente se protestaría el sexto, que no les desmerecía. Luego -es muy cierto-, quinto y sexto resultaron hasta tal punto flojo que no pudieron soportar ni una vara en regla y aquí sí estuvo más que justificada la protesta. No comprendemos cómo la presidencia, que no había tenido inconveniente en devolver a los corrales a entrepelao, mantuvo a estos do inválidos en el ruedo.

Pero la responsabilidad de que esos dos toros salieran flojos no puede cargarse de ningún modo y por motivo alguno a la comisión organizadora de la corrida. No engañó la Prensa. En el ánimo de todos estuvo que la fiesta resultara brillante y no importó en absoluto que el cartel de toreros a pie no fuera de figuras, a cambio de que saltaran a la arena toros serios, como exige -y hace muy bien en exigirlo- la afición de Madrid.

Insistimos en que no hay por qué dramatizar, principalmente porque lo que queda de la corrida en el recuerdo no es tanto la imagen de los incidentes como la del triunfo arrollador de Joao Moura, en una actuación de torería total, y la contratación de Moura supuso un acierto que es justo reconocer a la Asociación de la Prensa. Pero conviene hacer estas precisiones, con especial empeño desde donde la andanada ocho ha tenido siempre un eco de reconocimiento y admiración. Esta tarde -estamos seguros- seguirá siendo la de siempre, la de los grandes aciertos, la de las agudas observaciones, porque la afición incuestionable de quienes la integran -la ponderación, por tanto- permanece por encima de cualquier discrepancia.

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