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La condición humana y la esperanza

De la Condition humaine a L'espoir no hay más que un paso en la obra y en la vida de André Malraux. En el primero de estos dos libros, la Condición humana, se nos revela, revolucionariamente, en un mundo chino. En el segundo, revolucionariamente también, en un mundo español. Recuerdo que en aquellas horas inolvidables de la defensa de Madrid, en aquellos primeros días vivísimos de la explosión popular revolucionaria española, André Malraux, refiriéndose a la diferencia «humana» entre estos dos mundos revolucionarios, el español y el chino, me decía su preferencia o afinidad personal naturalmente más íntima, más próxima por el español. Como si la raíz de nuestra «condición humana» revelándose en la revolución popular china por una honda raigambre subterránea se le manifestase en la española luminosamente abierta a los cielos; arraigándose en ellos como ramas de un árbol vivo. Aún creo recordar que antes de este título este libro que fue más que un «reportaje genial» -como dijo Camus-, una maravillosa radiografía poética de aquella «apocalipsis» o revelación de la revolución popular española, se iba a titular Sang de gauche (Sangre de izquierda). Afortunadamente ese título no perduró. El de L'espoir, por el contrario, definía con viva y poética verdad significativa el sentido total del libro. De tal modo que a seguida del de la Condición humana -y de la realidad o experiencia reveladora que en él se relata novelescamente-, el de L'espoir, si no lo continuaba en su ficción misma prolongaba la experiencia o realidad de su contenido dándole esa vivísima dirección desesperada de la esperanza. Por eso, otras veces dijimos que ambos títulos podían relacionarse entre sí en confirmación recíproca de sus propios contenidos reales, convergiendo en una sola frase que sería la de la «condición humana de la esperanza», como si en sus dos contenidos correspondientes, al reunirlos en esa frase sola, se nos dijese con afirmación interrogante cuáles eran esa «condición humana» y esa «esperanza». Entonces creo también haber pensado y escrito que en la obra, y tal vez la vida de André Malraux, esta condición humana de la esperanza parecería ser la desesperación. La condición humana de la esperanza es la desesperación. Una desesperación desesperante, pero no desesperanzadora.

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Para la obra de Malraux esta frase significativa nos parece definitoria. Al menos a los lectores españoles de Llespoir que vivimos aquella revelación o revolución popular de España. Es dicho proverbial español el de que «el que espera, desespera». Pero de esa desesperación que se origina en la esperanza no se sale más que por la misma esperanza. («Si el que espera desespera, el que desespera empieza de nuevo a esperar», escribí una vez.) No sé si este es círculo vicioso o dialéctico ineludible de cualquier esperanza o creencia verdadera.

Sí sospecho que lo es el de una creencia cristiana y aún el de una no creencia anticristiana o indiferente. El caso es que aquellos personajes reales de la ficción apocalíptica de L'espoir de Malraux vivieron y murieron esperando y desesperando hasta de su propia condición humana de españoles, si no divina de cristianos. Y aún algunos seguimos sobreviviéndola no sin irónica apariencia fantasmal.

En la trayectoria de la obra malrauxiana a esta afirmación de «la condición humana de la esperanza» que se nos hace en dos libros consecutivos, podría haber sucedido una conclusión explícita de esa implícita desesperación que para nosotros transparenta. Tal vez en libros posteriores, fragmentados por un destino tan significativo como adverso («La lucha con el ángel») se nos ofrece explícita esa conclusión. En todo caso, por la trayectoria de su vida podríamos deducirla también. Y, claro es que me refiero a su vida pública de escritor. A través de las páginas de sus Antimemorias, por ejemplo. Sería fácil -y tal vez demasiado fácil para no equivocamos- trazar esa trayectoria en tres etapas, de acuerdo con él mismo, que llamaríamos la de la experiencia reveladora de la revolución popular china, la de la española y la de la resistencia francesa, revolucionaria también. Al menos en su angustia peleadora: la de su lucha tenebrosa. En esas tres etapas se manifiesta a nuestros ojos una evidente, y diría que característica, fidelidad de Malraux a sí mismo. «La fidelidad bien entendida -parecería que nos dice siempre Malraux- empieza por uno mismo.» Como de la caridad nos dice el proverbio popular cristiano. Empieza, pero no acaba. Porque, a veces, puede acabar con uno mismo. Y es el caso del santo o del héroe.

Una exaltación vivida y hasta padecida del heroísmo nos parece que hubo siempre en Malraux. Y es la que diríamos que le separa de la sombra o espectro paternal de un Barrès, irónico y melancólico esteticista por miedo o cansancio de la tragedia. Y la que le acerca al «abuelo» Victor Hugo. Y de otro lado, a Byron. Y siempre, ni qué decir tiene, que a Nietzsche. La «afirmación trágica de la vida» nos parece el tono fundamental de la obra malrauxiana. La conciencia de esa afirmación interrogante. Por eso pudo damos como definición revolucionaria la de que «la revolución es la transformación del destino en conciencia». Transformación reveladora. En el relampagueo, a veces casi alucinante, de su prosa, se patentiza esa voluntad poética o creadora de pasión humana, esa vivencia trágica. Por eso decía que temería equivocarme al añadir a esas dos etapas consecutivas de su ejemplar fidelidad a sí mismo (La condition humaine, L'espoir, la testimonian) una tercera (que él resume llamándola «La lucha con el ángel»); con continuidad o fidelidad a una actitud tan desesperada como desesperante. Sobre todo, teniendo en cuenta que la tercera etapa que digo (la resistencia y sus consecuentes determinaciones públicas para el escritor) le vuelven, como si dijéramos, no a sí mismo para ensimismarle más, sino para enfurecerle de nuevo; para entusiasmarle; para hacerle entrar en otro mundo -que es el suyo propio- el de Francia (el dé «una cierta idea de Francia»); inclusive en un alto sentido de nacionalismo generoso, de singularísimo patriotismo. Y sin ironía, sin melancolía, como la de Barrès. O sin esperanza cristiana, como la de Bernanos.

Temería, repito, equivocarme al constatar que esa última etapa de su trayectoria mantiene el tono mismo de su desesperación ¡nicial (que, sin ironía, me atrevo a llamar china o española). Malraux mismo ha querido señalamos una decisiva diferencia entre esas etapas de su experiencia viva llamándoles a las dos primeras de «amateur» comparadas con la tercera, como si esta tercera se verificase enteramente más a sí mismo. Pero yo (barresiano incorregible) siento en esa palabra «amateur» la barresiana resonancia de un «alma»; de un enamoramiento; de un conocimiento o reconocimiento apasionadamente amoroso («ideología apasionada», decía Barrès). Un «amateur d'ámes» (de la popular China como de la popular española) lo fue Malraux y sus dos obras maestras (Conditión humaine y L'espoir) lo manifiestan reveladoramente. No quiero salir de mi condición humana de español, y de español, como tal, desesperado y esperante, para seguir afirmando mi fidelidad propia a la obra reveladora y revolucionaria de André Malraux. A su gran espíritu. A «su obra de hombre y de fantasma», como diría Víctor Hugo.

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